Recibí la noticia de la victoria de Carlos Alcaraz en Wimbledon mientras me dirigía al aeropuerto de Medellín-Rionegro. Noticias como estas ponen una nota de alegría en el desconcierto de noticias tristes. También la muerte del joven carmelita fray Pablo se puede considerar una noticia alegre. Su profesión “in articulo mortis” se ha convertido, más bien, en una profesión “in articulo vitae”. Hay más bondad, valentía y fe de lo que a veces creemos. Estoy escribiendo estas notas en una sala del aeropuerto de Medellín antes de tomar el vuelo a Madrid. Se me agolpan las ideas, pero la verdad es que no sé por cuál decantarme. Pienso en los compromisos que me esperan cuando llegue a casa.
Ya sé. Me gustaría decir una palabra sobre la amabilidad de los colombianos. Durante los casi veinte días que he estado en el país, todas las personas con las que he tratado han sido excepcionalmente amables y educadas. Me duele que todavía hoy se asocie la palabra Colombia a narcotráfico y violencia. Es verdad que siguen existiendo, pero la mayoría de la gente es muy respetuosa. A los ojos de los europeos esta amabilidad puede resultar a veces un poco empalagosa, pero yo prefiero esta actitud a la sequedad con la que a veces nos tratamos en Europa.
La amabilidad la he visto en los funcionarios del aeropuerto, en el personal de la casa Villa Claret y, por supuesto, en los claretianos de Colombia. Y no es solo cuestión de orfebrería lingüística. Se muestra en detalles de servicio y en gestos de cercanía. En una sociedad en la que la inteligencia artificial va ocupando el puesto de la estupidez natural, que haya personas y pueblos que conservan la cultura de la amabilidad resulta una buena noticia. Creo que también en España somos amables, pero la indiferencia va ganando terreno a la tradicional cortesía. Ya no es tan frecuente que la gente se salude, que se cedan los asientos de los transportes públicos a los ancianos y que los dependientes te traten con amabilidad. Suelen ser correctos y poco más.
Los aviones son un lugar muy apropiado para medir el grado de amabilidad de la gente. En Asia, las azafatas suelen tratarte como un huésped. Tanto su sonrisa como su disposición a ayudarte crea un ambiente de exquisita hospitalidad oriental. En Europa te tratan como a un cliente. El personal suele ser correcto, pero poco más. Tú pagas por un servicio. En Estados Unidos los pasajeros somos tratados como potenciales terroristas. Aunque las cosas se han suavizado un poco en los últimos años, después del 11-S uno se sentía intimidado ante el personal de los aeropuertos y la tripulación de los aviones.
Ser amables es una forma de reconocer que toda persona es digna de respeto y que todos somos mejores si sentimos que nos tratan bien. Cuando sabemos sonreír y acoger le estamos haciendo la vida un poco más ligera a quien se dirige a nosotros. Por desgracia, he conocido funcionarios, médicos y sacerdotes que son un monumento a la rigidez, al despotismo y a la mala educación. Actitudes como estas hieren a la gente. Indican una forma de superioridad que es, en realidad, complejo de inferioridad. No hay nadie más amable que quien está a gusto consigo mismo y disfruta compartiendo su alegría con los demás. A algunos europeos malhumorados y prepotentes les vendría bien una temporada en algún país de América latina para hacer una maestría en amabilidad y buenas maneras.
Esto es lo que hoy se me ocurre a punto de ponerme en fila para embarcar en mi vuelo de regreso a Madrid. Buen comienzo de semana. Gracias, Colombia. ¡Que cunda la amabilidad!
La amabilidad, estemos en un lugar u otro, siempre nos da seguridad. En estos momentos, parece que la amabilidad tiene que ganarse… Ante relaciones nuevas, se está a la expectativa de quien es el desconocido y cuál será su reacción.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo que según qué reacciones nos encontramos “Indican una forma de superioridad que es, en realidad, complejo de inferioridad.”
Gracias Gonzalo por compartir desde cualquier parte del mundo.
Tienes muchísima razón. Un buen escrito con buen conocimiento de causas. Un cordial saludo, querido Gonzalo
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