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miércoles, 7 de junio de 2023

No es fácil decir te quiero


Anoche me asomé unos minutos al programa El hormiguero mientras charlaba con un compañero de comunidad en nuestra sala de estar. En ese momento Pablo Motos estaba entrevistando a la actriz madrileña Maribel Verdú. Hablaban sobre la importancia -y la dificultad- de expresar nuestro cariño a las personas que amamos. No es fácil decir “te quiero” a nuestros padres, hermanos, amigos, etc. Hay un pudor insano que nos bloquea, sobre todo cuando somos jóvenes. Nos parece casi una demostración de debilidad afectiva. Solo cuando llegamos a cierta edad y empezamos a liberarnos de miedos y tabús, empezamos a conjugar este verbo con soltura. Me llamó la atención un pequeño reportaje de cinco minutos -incrustado en la entrevista- en el que unos cuantos jóvenes y ancianos se lamentaban de no haberles dicho más a menudo a sus padres que los querían mucho. 

El amor nos da alas. Que alguien nos diga que nos quiere significa que cree en nosotros y, creyendo, nos crea, nos restaura, nos ayuda a confiar en la vida y en el futuro. A menudo nos rompemos la cabeza pensando cómo podemos ayudar a la gente que vive a nuestro lado. Sería suficiente con expresarles abiertamente nuestro cariño con un “te quiero” sincero y oportuno. No vale la excusa de que el amor se sobreentiende a través de gestos de ayuda. Es preciso convertirlo también en palabra declaratoria.


Cada vez que visito a mi anciana madre,
le digo muchas veces que la quiero. Acompaño estas palabras con una caricia en la cara o en las manos. Todos necesitamos estas vitaminas de amor, pero para los ancianos son vitales. Confieso que me cuesta más hacerlo con otras personas a las que también quiero mucho: mis hermanos, sobrinos, compañeros de comunidad, amigos, etc. Me he propuesto romper la barrera del pudor y ser más explícito. Jesús lo fue. Cuando pidió a sus discípulos que se amaran los unos a los otros, añadió: “como yo os he amado”. Era una declaración explícita. A Pedro, después de la traición, no le exige que pida excusas. Le pregunta sencillamente si lo ama. 

Cada vez que nos ponemos a orar en silencio escuchamos dentro de nosotros la voz de Dios que repite siempre el mismo mensaje: “Te quiero. Tú eres mi hijo (o mi hija) amado”. Esta palabra no es un vocablo que se lo lleva el viento, sino una experiencia de confianza radical. Si Dios nos quiere en su hijo Jesús, no hay nada que pueda hacernos temblar. Pablo lo expresó de manera insuperable: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado” (Rm 8,35-37).


Muchas personas no se atreven a decir “te quiero” porque les parece una expresión bobalicona, demasiado romántica y manida. Los hombres, sobre todo, podemos experimentar un cierto rechazo porque, aunque no nos demos cuenta, pronunciarla nos hace vulnerables, expone nuestras carencias y manifiesta nuestros afectos. Preferimos que todo esto quede encerrado con cuatro llaves en el cofre de nuestra intimidad. Sin embargo, un “te quiero” auténtico no tiene nada de postureo. Es una afirmación de realidad. 

Admite muchas variaciones. Te quiero significa: creo en ti, me fío de ti, no estás solo en la vida, puedes contar conmigo, estoy dispuesto a caminar contigo, llámame cuando me necesites, hago mías tus alegrías y tus tristezas, me interesan tus proyectos, me gusta que me llames, procuro interpretarte siempre desde el ángulo más positivo, no me importa que a veces te olvides de mí, etc. Y muchas otras cosas que se van modulando según el carácter de cada persona, la relación que mantenemos con ella, la etapa de nuestra vida y la madurez que vamos logrando. 

Estoy convenido de que muchas personas malhumoradas, tristes y hasta violentas podrían cambiar si alguien les dijera de todo corazón “te quiero”. No hay herramienta más poderosa para poner en marcha verdaderos procesos de transformación.

1 comentario:

  1. Una cosa es experimentar el sentimiento y otra el verbalizarlo. Cuando estás a solas con una persona, compartiendo, puede ser fácil decirle “te quiero”… Pero decir lo mismo cuando estoy con más personas, por más que lo sienta y viva por dentro, me freno para no dar lugar a malentendidos, sobre todo entre amigos, motivo por el cual, personalmente, me resulta más fácil demostrarlo con hechos que con palabras.
    Me sorprende cuando escribes: “Nos parece casi una demostración de debilidad afectiva.” Y analizándolo, veo que tienes razón. Cuantos bloqueos que hay por no decir, a tiempo, un “te quiero”, por miedo a llevar a confusión.
    Gracias Gonzalo, por tu consejo: “No vale la excusa de que el amor se sobreentiende a través de gestos de ayuda. Es preciso convertirlo también en palabra declaratoria.”

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