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miércoles, 17 de mayo de 2023

Aparecer tiene más letras que ser


Vi este aforismo en la pantalla del autobús 21 que ayer cogí para ir al hospital. Me llamó la atención. Parece que es del genial escritor austriaco Karl Kraus (1874-1936). Para este autor satírico, la lengua nos ayuda a conocer los males del mundo. Una persona o un pueblo que descuidan su lengua ponen en peligro su misma existencia. Más allá de las exageraciones propias de quienes pretenden provocar, es obvio que una lengua descuidada es síntoma de un pensamiento confuso. Si hablamos mal, pensamos mal. Y si pensamos mal, es probable que también actuemos mal. Esto no tiene mucho que ver con el nivel de instrucción, sino, sobre todo, con la catadura moral de las personas. 

Siempre me ha impresionado la manera correcta como hablan, por ejemplo, muchos campesinos colombianos y también el modo como hablaba la generación de mis abuelos. Dentro de su mundo reducido, manejaban un lenguaje preciso, colorista y jugoso. Maltratar la lengua, reducirla a cuatro tópicos de moda, acaba produciendo un empobrecimiento del espíritu. Hablar y escribir bien es el mejor camino para pensar bien. Todo lo que se haga por cultivar estas artes acabará produciendo frutos de madurez.


Pero vayamos al aforismo de Kraus, que a muchos les parecerá solo ingenioso, pero que, en realidad, desnuda la cultura actual. Me gusta citar una frase que apareció hace ya muchos años en la revista satírica Hermano Lobo y que conecta con lo escrito por Kraus. Decía así: “Hazte una foto y si sales es que existes”. El ser queda reducido al aparecer. No importa lo que tú seas. Lo que cuenta es la imagen pública que proyectes. Si esto era ya evidente hace algunas décadas, hoy, con el imperio de las redes sociales, ha llegado al paroxismo. Nos sabemos narcisistas y disfrutamos siéndolo. No importa pensar de manera racional y actuar éticamente. Lo que se persigue es conseguir el mayor número posible de likes para saber que gustamos a otros y, al mismo tiempo, hacer caja (“monetizar” se dice en la jerga de Internet) con la propia imagen. 

De ahí que muchos niños y adolescentes no sueñen ya con prepararse para una profesión de provecho. Su sueño es ser youtubers o influencers. Desde muy pequeños se acostumbran a subir contenido (otro término de moda) a la red con la esperanza de que haya miles (millones) de personas que lo vean o, por lo menos, que se molesten en dar al célebre me gusta. Como las meras fotos, aunque originales y provocativas, acaban aburriendo, entonces hay que subir contenidos que susciten la curiosidad. La escalada no tiene límite: va desde las cosas más absurdas y ridículas hasta las más procaces y violentas. Lo triste es que también algunos curas han caído en esta trampa con la ilusión de que así van a hacer más atractivo el mensaje del Evangelio. Pan para hoy, hambre para mañana.


Como decía hace años el filósofo Carlos Díaz, la ética moderna fue sustituida por la estética posmoderna. A esta le ha sucedido en nuestro tiempo la dietética. El estómago cobra protagonismo. Vamos en caída libre. No es extraño, pues, el auge de programas de televisión dedicados a la cocina (MasterChef se lleva la palma) y la fiebre por tener un cuerpo diez a base de dietas espartanas, sesiones de gimnasio y cuidados outfits (la vestimenta de toda la vida). Ya que no queremos (o no podemos) ser racionales y buenos, aparezcamos guapos y esbeltos. O, por lo menos, resultones. La apariencia se come a la esencia. Karl Kraus tenía razón. 

No es que yo abomine de la estética. Más aún, creo que la via pulchritudinis (el camino de la belleza) es un camino expedito hacia Dios mismo. Lo que denuncio es una belleza desvinculada de la bondad y la verdad porque entonces ya no refleja la realidad, sino que la maquilla. No nos ayuda a enraizarnos en la realidad, sino que nos despega de ella. Acabamos convirtiéndonos en marionetas de nosotros mismos, en personajes que no saben ser personas, en esclavos de la opinión pública, en candidatos a la depresión e incluso al suicidio. Aparecer sin ser es como cantar con playback. La cultura sin acaba ganando la partida. Frente a esta tentación de la mera apariencia, ¡qué fuerza adquieren las afirmaciones de realidad que salen de los labios de Jesús: “Yo soy… el camino, la verdad, la vida, el agua viva, la luz del mundo, el pan de vida, el buen pastor, la puerta”. Ese “Yo soy” es una potente revelación del Dios que siempre es, aunque no siempre aparezca.

2 comentarios:

  1. No nos damos cuenta, ni valoramos, que la imagen de la belleza que proyectamos, es fruto de nuestro trabajo interior. Según vivamos con: confianza, paz, sosiego, alegría… o bien rabia, preocupación, temor… proyectaremos una imagen u otra.
    Ocurre con frecuencia que se intenta proyectar una imagen diferente de lo que en realidad vivimos en nuestro interior. No el que más canta es el más feliz.
    Gracias por esta “alerta” de saber ver si nuestro ser queda reducido al aparecer y por destacarnos este "Yo soy"

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  2. Época de exhibicionismo. Es como un teatro, qué triste. Buenísimo el texto de hoy! Muchas gracias, Gonzalo

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