Estuve ayer por la tarde en la mesa redonda organizada por nuestra revista Vida Religiosa para presentar un número monográfico titulado “ONG’s: Una experiencia de comunión en incidencia política”. Tuvo lugar en el salón de actos de nuestro Instituto Teológico de Vida Religiosa de Madrid. Tras una breve introducción por parte del director Luis Alberto Gonzalo Díez, la periodista Ana Pastor moderó las intervenciones del franciscano Santiago Agrelo, arzobispo emérito de Tánger, y de la carmelita María José Ariño, de la asociación REDES (Red de Entidades para el Desarrollo Solidario). Durante una hora se fueron alternando los testimonios y reflexiones de los dos invitados.
Santiago Agrelo se hospedó en nuestra comunidad, así que he tenido oportunidad de compartir con él algunas reflexiones durante el desayuno antes de que regresara en tren a su convento de Santiago de Compostela. Sé que en algunos círculos católicos no tiene buena prensa porque lo consideran subversivo, verso suelto o, por lo menos, franciscanamente ingenuo, demasiado simple como para navegar en las aguas procelosas de la política eclesiástica. De cerca, me parece una persona sin doblez, libre, franciscanamente utópico.
Tanto él como María José Ariño hablaron de algo que produce en algunos cristianos una especie de sarpullido. María José lo dijo con claridad: “Lo que hacemos cualquier religioso tiene una trascendencia política… porque en la sociedad en la que soy parte, tengo que tomar partido, porque queremos que el mundo sea más justo para todas las personas y no nos basta con paliar y ayudar a luchar contra las consecuencias de la injusticia”. Esas palabras me recordaron a las ya célebres del obispo brasileño Hélder Câmara, que, en una de sus innumerables versiones, suenan así: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Y cuando pregunto por qué no tienen comida, me llaman comunista”.
El arzobispo Agrelo lo dijo de otra manera: “Todo en nuestra vida ha de ser coherente con la fe, que no con una ideología religiosa, sino con las necesidades de los pobres a cuyas vidas hemos sido enviados, aunque también hay una fe sin incidencia política”. Es claro que, tanto el arzobispo como la religiosa son muy sensibles a la dimensión profética de la fe cristiana. Hoy, en muchos ambientes eclesiales, tras décadas de confrontación, las jóvenes generaciones se inclinan más hacia la dimensión mística. ¿Quién puede dudar de que ambas son inescindibles? ¿Cómo no convertir en un dilema estas polaridades? Este es siempre nuestro desafío.
Lo voy a decir de manera más descriptiva. Hay cristianos de todas las edades que cuando hablan de su fe la identifican, sobre todo, con la dimensión litúrgica y sacramental. Para ellos es importante la oración personal, la participación en la eucaristía, la confesión regular y sí, también la obediencia al Papa, la ayuda a los pobres y algunos gestos solidarios, con tal de que todo eso no signifique cuestionar de raíz su estilo de vida confortable. Suelen inclinarse por partidos de derechas o de centro. Cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Por el contrario, hay otros cristianos que identifican el Evangelio con la lucha por un mundo más justo y fraterno. Usan a menudo palabras como justicia, solidaridad, indignación, decencia, etc. Suelen defender la Agenda 2030 como la hoja de ruta para estos años, participan en cuantas campañas y manifestaciones reivindicativas puedan y suelen apoyar con su voto a partidos de izquierda. A veces también van a misa y rezan, pero eso no lo consideran prioritario.
Tanto unos como otros, por acción o por omisión, tienen “incidencia política”; es decir, influyen con sus actitudes y conductas en la marcha de la polis, de la convivencia ciudadana, en la construcción del bien común. Lo difícil es encontrar a cristianos que cultiven con parecida pasión la dimensión mística y la dimensión profética de la fe, no como quien procura mantener equilibrados los dos platillos de una balanza, sino como quien, poniendo los ojos en Jesús, ha descubierto que no hay otra manera de encarnar su Evangelio. Y esto sin abandonarse a la tentación de las ideologías o de señalar con el dedo a quienes ven las cosas de manera diferente. Hay un Torquemada dentro de cada uno de nosotros.
Me dio la impresión de que el arzobispo Santiago Agrelo y la religiosa María José Ariño pertenecen a esta categoría, la de quienes han integrado bien ambas dimensiones, pero no soy nadie para juzgar.
Tema difícil el de hoy que nos lleva a reflexionar sobre nuestra propia vida y vocación.
ResponderEliminarLo que dice el arzobispo Agrelo, es válido para todo cristiano que se preocupe de vivir con coherencia: “Todo en nuestra vida ha de ser coherente con la fe, que no con una ideología religiosa, sino con las necesidades de los pobres a cuyas vidas hemos sido enviados, aunque también hay una fe sin incidencia política”.
Escribes: Lo difícil es encontrar a cristianos que cultiven con parecida pasión la dimensión mística y la dimensión profética de la fe…
Me pregunto si llega a todos la llamada al compromiso. Falta formación. Faltan espacios para ayudar a cultivar la fe y despertar inquietudes que ayuden a descubrir todo lo que abarca la vocación de un cristiano para que pueda ser “profeta” en nuestra sociedad, tan diversa y que no lleve a pensar que “esto solo incumbe a los religiosos”.
Gracias Gonzalo por ayudar a despertarnos de nuestro letargo.