Cuando he salido al bosque esta mañana, a primera hora, soplaba un viento gélido. El termómetro marcaba cinco grados, pero la sensación térmica era de cero grados. Dentro de una hora celebraré la Eucaristía en este Domingo de la Pasión del Señor, popularmente conocido como Domingo de Ramos. Haremos la procesión con los ramos, leeremos la Pasión según San Mateo (que escuché en la versión musical de Bach el pasado martes), nos prepararemos para la semana grande de la comunidad cristiana.
No importa si las encuestas dicen que la fe está a la baja en las sociedades secularizadas. No importa si, con razón o sin ella, los cristianos somos criticados, ridiculizados e incluso perseguidos. No importa si hay personas que reducen estos días a las esperadas “vacaciones de primavera”. No importa si en muchos lugares las devociones populares ocupan el lugar de las celebraciones litúrgicas. No importa si la Semana Santa de este año nos sorprende o nos aburre. Lo que realmente importa es que “la historia manda”. No podemos suprimir o reescribir una historia que ha transformado la historia de la humanidad y que no puede ser reducida a un mito.
Recordar que, en el año 30 de nuestra era, en un lugar remoto del imperio romano, un joven adulto fue abandonado por casi todos los suyos, traicionado por algunos y ajusticiado por las autoridades es un poderoso impulso para curar nuestra superficialidad. Las modas pasan, la historia permanece. Los críticos se suceden, el salvador es siempre el mismo. Él es el único ser humano que no culpó a los demás del desorden del mundo, sino que se lo cargó a la espalda. No buscó en otros un “chivo expiatorio”, sino que él mismo se convirtió en “cordero inmolado”.
Nunca acabamos de entender lo que significa este misterio. Cada año captamos algunas ráfagas de luz. Cuando vivimos situaciones parecidas a las de Jesús (traición, soledad, sufrimiento, dolor y muerte), entonces su pasión nos resulta luminosa. Nos sentimos unidos a él. De su cruz brota una serenidad y una esperanza que ningún tratamiento psicológico, ningún analgésico nos puede dar.
Mientras escribo, oigo de fondo los cantos del coro que acompaña la celebración que ahora mismo se está teniendo en la plaza de san Pedro de Roma. En la mayoría de las iglesias del mundo, todo será más sencillo. Muchos sacerdotes tendrán que multiplicarse para acompañar a las comunidades cristianas en los más diversos lugares, desde grandes parroquias urbanas hasta pequeños núcleos rurales. Es hermoso caer en la cuenta de que millones de personas de toda raza, lengua y nación estamos actualizando la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Es posible que no estemos a la altura de nuestro Señor, que seamos tan mediocres como la mayoría de los seres humanos, pero nos sabemos aceptados y perdonados por Aquel que ha cargado con nuestros pecados y nos ha abierto un futuro. La historia de Jesús, recordada un año más, es más importante y definitiva que nuestras pequeñas historias personales. Por eso, sigue viva.
Contar “la historia” un poco diferente, ayuda a salir de la rutina… a verla desde otra perspectiva, por lo menos es lo que me ha pasado a mi cuando he leído: “…Recordar que, en el año 30 de nuestra era, en un lugar remoto del imperio romano, un joven adulto fue abandonado por casi todos los suyos, traicionado por algunos y ajusticiado por las autoridades es un poderoso impulso para curar nuestra superficialidad…”
ResponderEliminarY revivimos la historia de la Pasión, a veces, incluso entre nuestros vecinos y amigos… Un amigo conectado al oxígeno me recuerda cuando Jesús, en la cruz, le costaba respirar… Cuánta “Pasión” hay en el mundo que nos pasa desapercibida… Es necesario que “aterricemos” para poder ser “cirineos” que ayudan a llevar las cruces de nuestro mundo.
Gracias Gonzalo por este giro que has dado que ayuda a abrir una nueva visión.