En el arco de apenas ocho horas he recibido dos noticias que tienen que ver con la muerte y la vida. En Roma ha fallecido el padre de un amigo mío. En Vitoria ha nacido la hija de unos amigos míos. Mi amigo romano combina dos pasiones. Fue medalla de bronce de remo (cuatro sin timonel) en los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004. Actualmente se dedica a su verdadera pasión, la música. Es organista, pianista, compositor y director de orquesta. La última vez que me encontré con él en Roma hace un par de meses me habló de la situación terminal de su padre mientras tomábamos un café espresso. En cuanto me llegó la noticia, le envié un mensaje de pésame.
Mis amigos de Vitoria son jóvenes. Estuve con ellos hace apenas diez días. Estaban esperando con serenidad la llegada de su quinto hijo. La pequeña María ha nacido esta misma mañana en la capital alavesa. Recibida la noticia, les he enviado un mensaje de enhorabuena. Es hermoso ver las fotos de madre e hija. Son como una hermosa pietà contemporánea. La madre sostiene a la hija viva. La Virgen María sostiene a su hijo muerto, pero triunfante. Como canta el himno de Pascua, “mors et vita duello”, la muerte y la vida están en permanente batalla.
En estos momentos de dolor y de alegría me siento muy cerca de mi amigo romano y de mis amigos madrileños (aunque ahora viven en Vitoria). Es imposible no recordar las palabras de Pablo en su carta a los romanos: “Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran” (Rm 12,15). Me alegro mucho por el nacimiento de María. Me uno a la acción de gracias de sus padres, de sus cuatro hermanos, de sus abuelos, tíos y primos. He sido testigo discreto de la espera serena con que sus padres se han preparado para este momento.
Inevitablemente me acude a la mente la conocida frase de Rabindranath Tagore: “Cada niño viene con el mensaje de que Dios aún no se ha desanimado del hombre” (Every child comes with the message that God is not yet discouraged of man). Esta frase ha sido reescrita y reinterpretada muchas veces. Su contenido esencial es un canto a la esperanza. Donde nacen niños, seguimos creyendo en el Dios de la vida, mantenemos viva la esperanza de un futuro mejor. En África es evidente esta cultura. Donde ya no nos atrevemos a tener niños, la fe se marchita y la esperanza declina. Uno de los grandes problemas de Europa (sobre todo, de países como España e Italia) es precisamente el invierno demográfico. No hay que ser un gran experto para vislumbrar las consecuencias de todo tipo a medio y largo plazo, a menos que haya una valiente reacción. No podemos ir contra la vida sin pagar las consecuencias. Somos administradores de un don, no sus propietarios.
El escueto mensaje que mi amigo Lorenzo colgó en Facebook para comunicar la muerte de su padre dice así: “Ciao Papà, mi piace ricordarti così! Tanto ci rivedremo” (Hola papá, ¡me gusta recordarte así! Nos volveremos a ver). Ese “nos volveremos a ver” expresa la esperanza cristiana en la vida eterna. La muerte, por dolorosa que sea, es siempre una experiencia de tránsito, no de pérdida absoluta. Tras el desconcierto inicial, se abre paso una suave alegría que es el mejor signo de que algo nuevo ha comenzado, de que entre nosotros y las personas que desaparecen físicamente se establece una profunda e indestructible comunión.
Cuando logramos vivir esto iluminados por la fe, la muerte ya no es vista como una derrota, sino como el paso a la victoria definitiva. Por desgracia, muchos de nuestros contemporáneos han perdido esta esperanza. Suele ser frecuente que algunos personajes famosos confiesen su creencia en la muerte como final absoluto, de modo que para muchos jóvenes esto se ha convertido en un nuevo dogma cultural. ¿Es posible ser feliz y mirar el futuro con esperanza cuando uno no promueve la vida y considera que la muerte es la última palabra?
Pues sí, la muerte y la vida están en permanente batalla. Nacer y morir, los dos extremos de la vida y ¡qué sentimientos tan diferentes mueven! Sentimientos de alegría y sentimientos de tristeza…
ResponderEliminarReflexionando sobre ello, me doy cuenta de que estamos hablando de dos muertes y dos nacimientos. Cuando nacemos, morimos a la vida intrauterina. Cuando morimos, también “nacemos” a una vida que nos es totalmente desconocida. En los dos casos se da la “espera”, que puede ser inquietante o serena y confiada.
Gonzalo, leyendo esta entrada he revivido momentos importantes de mi vida, pues esta frase de Rabindranath Tagore, es el mensaje que lanzamos a familiares y amigos cuando nació nuestro primer hijo… y cuando nació el quinto, el mensaje fue de la Madre Teresa de Calcuta: “por un niñ@ querido no faltará nunca ni una cuna ni un trozo de pan”
Felicidades a “los amigos” porque es un momento de acción de gracias y de gran fiesta, porque María ha sido esperada y acogida por mucha gente… y una oración por el padre de tu amigo.
Un abrazo.