De vez en cuando algunos amigos me preguntan si no me resulta difícil escribir todos los días una entrada de 700 palabras. Suelo decirles que no mucho, a menos que se multipliquen las ocupaciones o esté de viaje, lo que sucede a menudo. Para mí, lo difícil no es encontrar tiempo para escribir, sino para leer algunas de las muchas cosas interesantes que hoy se publican, muchas de las cuales son fácilmente accesibles en Internet. Cuando al inicio de mi responsabilidad como director de la editorial Publicaciones Claretianas la revista Ecclesia me preguntó cómo veía el panorama editorial español, les dije algo parecido: “Creo que hoy se escribe y publica mucho, pero se lee poco”. Hay personas que sueñan con escribir un libro que luego… muy pocas personas leen. A veces se debe a su escasa calidad o a un problema de publicidad o de mercadotecnia, pero las más de las veces tiene que ver con nuestra dificultad para sentarnos, tomar un libro en las manos, hacer el esfuerzo del concepto y sumergirnos en la aventura de dialogar con alguien que quiere comunicarnos algo.
Leer es difícil, a menos que un texto nos agarre por la solapa desde el comienzo y nos vaya guiando como por arte de magia. Pocos lo logran. Por otra parte, nuestro cerebro lleva décadas bombardeado por estímulos visuales y auditivos que nos han acostumbrado a recibir placer sin hacer prácticamente nada. A diferencia de un videoclip o una serie televisiva, la lectura exige esfuerzo. Un libro o un artículo no se completa cuando sale de la imprenta, sino cuando alguien lo lee. Leer supone entrar en la intención del autor y completar su punto de vista con el nuestro.
A menudo veo en el metro de Madrid a personas (más mujeres que hombres) que van leyendo un libro de papel o electrónico. Los admiro. A mí me resulta difícil leer sin crear el ambiente adecuado. Necesito tranquilidad y silencio. Por eso, en mi cuarto tengo un rincón de lectura. Cuando me siento en la butaca, todo mi ser se dispone para escuchar. Entonces, cojo uno de los libros que tengo sobre la mesita redonda y comienzo a leer con calma. Procuro alternar las lecturas. Mezclo los libros de filosofía, teología, pastoral y espiritualidad con otros de diversos géneros: novelas, biografías y ensayos breves. Tengo un poco olvidada la poesía y completamente preterido el teatro. Cuando me canso, cierro el libro y durante unos minutos doy vueltas a lo que he leído. A veces tomo alguna nota que me puede servir para escribir un artículo o preparar una homilía.
No he contado cuántos libros leo al cabo de un año, pero son bastantes. Sin ellos, no podría escribir. La escritura es hija de la lectura. Uno aprende a escribir leyendo mucho, digiriendo lo leído y comunicando el fruto del proceso. Es muy difícil elaborar un pensamiento propio sin haber “dialogado” con muchas otras personas a través de los libros. Por eso, quienes no leen tienen dificultades para ofrecer una opinión personal y ponderada sobre las cosas. Lo más fácil es dejarse llevar por la rutina, los prejuicios, la opinión pública, la moda o la pereza.
Cuando veo a los niños de seis u ocho años con un móvil en las manos, me echo a temblar. Por una parte, sé que se están introduciendo en la sociedad tecnológica que vivimos hoy y que viviremos todavía con más amplitud en los próximos años. En ese mundo se sienten como peces en el agua. Pero, por otra, temo que el uso continuado de estos aparatos modele su cerebro de tal forma que se les haga aburrido, difícil y odioso el ejercicio de la lectura. Por eso, siempre aconsejo a los padres jóvenes que no pierdan la costumbre de leer a sus hijos pequeños cuentos e historias de manera que desde muy pequeños sientan pasión por la lectura. Creo que no se van a arrepentir.
Crear interés por la lectura y proporcionar algunos libros interesantes es uno de los mejores modos de contribuir a una buena educación. En vez de regalar tantos juguetes y ropa, deberíamos regalar más libros. Regalar un libro es como entregar la llave para entrar en un mundo fascinante que nos ayuda a ir más allá de donde estamos, que dilata nuestra mente y nuestro corazón. Solo las personas con una mente abierta y un corazón sensible están preparadas para relacionarse con otras personas y no quedar confinadas en un mundo estrecho de rutinas y prejuicios. Leer es difícil, pero puede convertirse en un placer de larga duración sin especiales efectos secundarios.
No me había parado a pensarlo si costaba más leer que escribir… Reflexionándolo me doy cuenta de que cuesta más leer ya que, para comprender lo que leemos nos lleva a asimilar y dejar que penetre en nuestro interior para que luego pueda ejercer su fruto ya sea de diversión, de aumentar la cultura, de poder tener argumentos para un diálogo, en fin que siempre nos enriquece a no ser que, sin conocerlo, topemos con un libro o artículo que sean más que aburridos.
ResponderEliminarQuizás sin leer resulta más difícil escribir… Escribir es sacar de nuestra “bodega interior” todo aquello que hemos ido acumulando, después de horas de lectura, silencio y reflexión.
Una de las cosas que me resulta más difícil es, como dices: “Leer supone entrar en la intención del autor y completar su punto de vista con el nuestro.”
Gracias Gonzalo por darnos la oportunidad de poder dedicar un tiempo a leer, reflexionar y digerir todo aquello que escribes diariamente en el Blog.