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jueves, 16 de marzo de 2023

Lecciones tormentosas


Estoy escribiendo sirviéndome de la batería de mi portátil porque, desde ayer a las dos y media de la tarde, estamos sin luz a consecuencia de la fortísima tormenta que castigó Yaundé sin misericordia durante varias horas. Ha empezado la estación de las lluvias. Esto será el pan nuestro de cada día durante varios meses. Hacía años que no sentía el impacto de la lluvia rabiosa sobre el tejado y el suelo. Era un ruido como de ametralladora infinita. Al principio, disfruté con esta furia tropical, pero cuando empecé a darme cuenta de las consecuencias, el furioso fui yo. Nos quedamos sin luz, sin Internet y casi sin acceso a casa porque el camino de tierra que llega hasta aquí se volvió un lodazal intransitable para algunos vehículos. ¡Ya me parecía a mí que todo había ido razonablemente bien en las semanas anteriores! 

Antes de deslizarme por la pendiente del enojo, traté de minimizar los daños. Me dije a mí mismo lo que se supone que una persona sensata debe decirse en momentos como estos: “No importa si no puedes leer o trabajar durante toda la tarde. Tómalo como una invitación al descanso tras dos semanas intensas. No importa si tienes que anular la videoconferencia prevista para las 9 de la noche. La otra persona lo comprenderá cuando puedas comunicarte con ella y, en todo caso, habrá otra ocasión mejor. No importa si hay que cenar a la luz de las velas. Eso añade un toque romántico a una tarde excepcional”. Apliqué al pie de la letra el dicho meteorológico: “Si no hace el tiempo que quieres, aprende a querer el tiempo que hace”.


Mis temores se amortiguaron bastante cuando, pasadas las seis de la tarde, los encargados de Casa Claret encendieron el generador de gasóleo. El ruido era molesto, pero, al menos, pudimos disponer de luz eléctrica hasta la hora de acostarnos. 

Lo que yo viví ayer casi como una aventura es lo que viven millones de personas a diario. Se suceden los continuos cortes de luz y no siempre por causas naturales. Se deben a las malas instalaciones, los sabotajes y otras prácticas abusivas. Es difícil conservar la comida en el frigorífico cuando cada dos por tres se va la luz. Por eso, porque no hay seguridad de un suministro continuo, la gente ha aprendido a arreglárselas de mil modos. Los niños de las aldeas tienen que estudiar a la luz del fuego o de las velas. Los más pudientes disponen de generadores de gasóleo, pero se trata de una solución precaria y cara. Los que hacen negocio con la venta y mantenimiento de estos aparatos no quieren que se mejoren los sistemas de suministro eléctrico porque entonces se les acaba el chollo. No hay necesidad humana, por imperiosa que sea, que no sea objeto de explotación. Parece que lo llevamos en el ADN. 

Una vez que uno acepta con más o menos calma la situación, entonces se da cuenta del mundo privilegiado en el que vive. Un mundo “milagroso” en el que cuando uno presiona un interruptor se enciende la luz, cuando abre un grifo sale agua, cuando hace frío conecta la calefacción o cuando hace mucho calor enciende el aparato de aire acondicionado. Si tiene hambre, va directo al frigorífico donde siempre encuentra algo. Si está aburrido, se sienta frente a un televisor o una pantalla de ordenador y encuentra infinidad de ofertas de entretenimiento. Si desea hablar con alguien lejano, basta hacer uso del teléfono móvil. La lista de “milagros” es demasiado extensa para incluirla en esta entrada. 


El hecho de tener casi todo a nuestro alcance es señal del admirable progreso al que hemos llegado. Nos da seguridad, pero también nos hace débiles y caprichosos, hasta el punto de que cualquier pequeña contrariedad arruina nuestro estado de ánimo o bloquea nuestra capacidad de reacción. Si algo me encanta de los africanos, además de su pasión por la vida y su alegría innata, es su actitud ante los reveses cotidianos. Por lo general, no se desesperan, mantienen la calma y buscan atajos alternativos. Quizá por eso, cuando disponen de medios (comida, ropa, diversión), los disfrutan al máximo, porque nunca saben lo que puede suceder al día siguiente.

En fin, son pensamientos un poco “tormentosos” bajo el agua implacable de una tormenta tropical. No me puedo quejar demasiado porque estoy bajo cubierto.

1 comentario:

  1. Hay momentos en que pienso que vivimos en un mundo con demasiados contrastes… Unos nos sobra de todo y otros que no tienen el mínimo para subsistir y la sociedad de consumo que va creando necesidades de todo tipo.
    Vivimos como si todo tuviera que ser “presente” Vivimos la cultura de la inmediatez: pulsamos un botón y “abrimos las puertas que queremos” y cuando algo nos entorpece, muchas veces, no sabemos gestionarlo.
    Gracias Gonzalo por compartir este momento de saber parar, situarnos y reflexionar.

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