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lunes, 20 de febrero de 2023

Viva don Luigi


Ha sido llegar a Madrid y, como si de una guerra se tratara, han aparecido frentes de combate por todas partes. ¿Qué pasa cuando tenemos que atender a muchas personas y cosas y solo disponemos de 24 horas al día? Lo normal es sentirnos abrumados y huir del bombardeo refugiándonos en la trinchera de la procrastinación. Pero esa es una mala solución. Pan para hoy (alivio momentáneo), hambre para mañana (acumulación de más asuntos). Lo más sensato es priorizar los temas e irlos afrontando uno a uno, concediéndonos algunas treguas para respirar. 

El hecho de ir resolviendo algunas cosas me proporciona el placer suficiente como para proseguir con las restantes. En cualquier caso, ningún asunto es tan grave que me robe la paz. Por otra parte, los demás no tienen por qué pagar las consecuencias de una vida estresada. Como siempre, lo esencial es que una punta del compás esté fija donde tiene que estar para que la otra se mueva con libertad. Esta referencia al compás la tomo de san Antonio a Claret. Me ayuda mucho a saber cómo tengo que proceder cuando se acumulan los trabajos y preocupaciones.


De todos modos, robando algo de tiempo al ritmo ordinario, hoy quiero referirme a una película que vi el sábado en el trayecto Abu Dhabi-Madrid, cuando la mayoría de los pasajeros dormían plácidamente. Se titula Nostalgia. Es una película dramática ítalo-francesa de 2022 basada en una novela de 2016 de Ermanno Rea, coescrita y dirigida por Mario Martone. La película se estrenó en la 75 edición del Festival de Cine de Cannes en mayo del año pasado. Al mes siguiente, la película ganó cuatro premios Nastro d'Argento, al mejor director, mejor actor, mejor actor de reparto y mejor guion. 

En general, los críticos la han tildado de larga, parsimoniosa y previsible, pero a mí me gustó. Creo que la historia da para más y que se podría haber explorado mejor la compleja relación entre el protagonista Felice Lasco y Oreste Spasiano, su amigo de adolescencia. En cualquier caso, no voy a revelar la trama por si algún lector se anima a verla. En el cuadro de una Nápoles suburbial, dominada por la camorra, destaca la figura de don Luigi, un cura muy atrevido que se ha enfrentado a los jefes locales de la mafia napolitana y que realiza una gran tarea de prevención con los niños y jóvenes del barrio.


En la figura de don Luigi (que no es ningún guaperas ni tampoco un hombre diez) descubro a algunos curas que he conocido y que no han tenido reparo en mancharse las manos con el barro de situaciones humanas indeseables. Algunos han pagado este “descenso a los infiernos” con la propia vida. Otros han sido criticados y silenciados, a veces por sus mismos colegas y pastores. Pero ellos representan en carne y hueso al Cristo que se interna por las callejuelas de Nápoles y Palermo y no cede al chantaje de los grupos mafiosos. Dan rostro y voz al Cristo que patea las calles de Vallecas y acompaña a algunos chicos consumidos por las drogas. O entra en un club de alterne para librar de las garras de los proxenetas a chicas africanas que son explotadas como animales. 

Algunos buenos cristianos se escandalizan de estos curas “barriobajeros” porque les parece que estas actividades (y el estilo de vida que comportan) no son propias de la dignidad sacerdotal. No digo yo que no haya habido exageraciones y meteduras de pata, pero ¿no están haciendo estos curas lo que Cristo hizo en su tiempo? ¿No están yendo -como recomienda el papa Francisco- a las periferias y fronteras donde muchos otros curas no quieren o no saben ir? El don Luigi de la película de Mario Martone no es el protagonista, pero a mí me hizo pensar porque era un cura con prudencia, pero sin miedo. Necesitamos pastores arriesgados, que no duden en ponerse en camino para buscar a la oveja perdida dejando a las noventa y nueve que no necesitan mucha protección. 



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