Madre, yo no pierdo la esperanza. Ayer pensé que Dios había
muerto. Veía a mucha gente paseando por las calles y el pinar, tomando cervezas
en las terrazas de los bares y disfrutando del sol de primavera. Me daba la
impresión de que para ellos no tenía la más mínima importancia que fuera
Viernes Santo. Lo importante era que la temperatura era buena y que hasta el
lunes o el martes no tenían que volver al trabajo. Algunos entraban en la
iglesia mientras unos pocos fieles oraban ante el Santísimo. La mayoría de los
turistas se daban una vuelta por las naves, tomaban fotos, hacían algunos
comentarios y se iban. Parecía que no iba con ellos lo que sucedía dentro. Su
agenda era otra.
Lo que pasa es que “la
descristianización de España tiene cosas muy curiosas”. El elemento místico
de la fe ha pasado a las espiritualidades sin Dios y el elemento profético se canaliza ahora en forma de solidaridad. Cristo parece enterrado bajo la losa del olvido. Tomamos
algunas briznas de su Evangelio y las codificamos a nuestro modo, pero su
persona ya no nos interesa demasiado. O solo desde un punto
de vista histórico-cultural.
Es probable, Madre, que yo no entienda el significado de lo que está sucediendo, pero no comparto contigo investigaciones, sino sentimientos. ¡Déjame que me desahogue un poco!
Mientras hablo contigo, me entra por el balcón un sol
radiante, pascual. Otros años creía que el Sábado Santo era un no-día. Hoy
pienso que es una incubadora de esperanza. Miro tu rostro de madre y lo veo
sereno, como si, antes de que María Magdalena diera la noticia, tu corazón ya supiera que la muerte no podía derrotar a la Vida. Por eso, Madre, por muchas que sean
las malas noticias que se acumulan, me uno a tu espera silente, confiada. Dios
nunca abandona a sus hijos en la fosa del sinsentido y del absurdo.
Ayer una
mujer anciana, con la ingenuidad y la sabiduría de quienes han vivido muchos
años, me preguntó: “¿Y esto de la religión, de dónde viene?”. Es una mujer
piadosa que, a la altura de sus 90 años, se hace las preguntas que tal vez no
se hizo de jovencita. No le respondí nada. La miré con dulzura y le sonreí. ¿Qué sentido hubiera tenido desempolvar
los viejos estudios de fenomenología de las religiones y hablarle de los
ensayos de Mircea Eliade o Rudolf Otto? ¿Le hubieran servido de algo las conclusiones
a las que llega la Teología Fundamental? Me di cuenta de que también ella vivía
una especie de Sábado Santo, de que su fe parecía “cerrada por defunción”. No,
no es que hubiera perdido la confianza en Dios, pero no sabía dar razón de
ella, igual que tampoco sería capaz de explicar el aire que respira. Me reconocí en su fragilidad.
Madre, necesitamos aprender a esperar como tú para que el
anuncio de su Resurrección no nos sorprenda despistados. Ayúdanos a no perder
la calma en los momentos en los que nos parece que ya no podemos más o que todo
está perdido. Haz que creamos que de la semilla enterrada puede salir un tallo
fresco. No te pido que seamos pocos o muchos, sino que seamos auténticos.
Ayúdanos
a vivir la espiritualidad del Sábado Santo con alegría serena. No permitas que
nos deslicemos por la ladera del derrotismo, la tristeza o la desesperanza. Y,
sobre todo, danos ojos nuevos para ver los muchos signos de su presencia ocultos
en la vida de las personas. No estamos llamados a ser jueces de los demás, sino
contadores de estrellas, peregrinos hacia la casa del Padre.
Anoche, mientras
contemplaba la luna casi llena, comprendí un poco más que basta una pequeña luz para
derrotar las tinieblas de la noche. Creo que el gesto de Albina e Irina en el Viacrucis del Coliseo fue también un signo de esperanza por más que no todos lo comprendieron.
Madre siempre joven, tan joven como el hijo que yace en tus brazos, quédate con nosotros en la espera de un nuevo amanecer. Mañana sonreiremos contigo cuando veamos que Jesús sigue vivo.
Yo, le pido a la Madre que sepa comprender y vivir lo que nos comunicas: “Dios nunca abandona a sus hijos en la fosa del sinsentido y del absurdo”.
ResponderEliminar“… danos ojos nuevos para ver los muchos signos de su presencia ocultos en la vida de las personas”.
Gracias una vez más, Gonzalo, por compartir íntimamente, tus sentimientos, en forma de oración… Cuando caemos en la cuenta que oramos a la “misma Madre”, nos ayuda a sentirnos más hermanos.
Que Maria, Madre de Jesús, nos ayude a ver con nuevos mirada nuestra vida y recibamos a Jesús Resucitado con alegría
ResponderEliminary esperanza.