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jueves, 28 de abril de 2022

Otros acentos juveniles


No podemos vivir con el miedo pegado al cuerpo. Aquí en Polonia se ven las orejas al lobo. Se comienza ya a hablar de la posibilidad de que Rusia estire sus tentáculos hasta esta tierra que sabe muy bien en qué consiste ser invadida. La gente no teme a los rusos como pueblo, pero sí a su gobierno. Cada día que pasa aumenta la inquietud.

En este clima de serena preocupación, anoche escuchamos la voz de cuatro jóvenes polacos que quisieron compartir con nosotros su visión de la Iglesia y lo que esperan de ella. Son jóvenes de hoy. Externamente nada los distingue de la mayoría de su generación. Los cuatro (dos chicos y dos chicas) son nativos digitales y políglotas (como buenos polacos). 

Entienden que la Iglesia, con todas sus limitaciones, es su hogar. Podrían subirse a la ola de la indiferencia o de la crítica sistemática, pero prefieren mirar la realidad desde dentro, no desde fuera. Ellos son la Iglesia, no solo los obispos y los sacerdotes. Durante una hora escuché su testimonio traducido del polaco al español y al francés. Cada uno de ellos se expresaba también en una o dos de estas cuatro lenguas europeas: alemán, inglés, español e italiano. Esto facilitó las conversaciones de tú a tú. 

Hubo varias cosas que me sorprendieron. Si este encuentro se hubiera producido en España, Italia o algún otro país meridional, es casi seguro que se hubiera centrado en criticar a la Iglesia por los escándalos recientes. O quizá en acentuar la urgencia de las cuestiones sociales y la fuerza que da la fe para luchar contra la corrupción y hacer un mundo más justo, solidario y sostenible. Este es el lenguaje que domina en muchos círculos juveniles cristianos. ¡Claro que los cristianos tenemos que empeñarnos en estas causas! Lo que importa es saber por quién lo hacemos y dónde nos situamos.


Los jóvenes polacos hablaron sobre la importancia que tiene para ellos la Eucaristía y también la confesión, después de haber dedicado todo un año a profundizar sistemáticamente en estos dos sacramentos. Agradecieron la tarea de los sacerdotes que los acompañan. Valoraron su disponibilidad para la escucha, la buena preparación de las homilías, su sentido del humor y su capacidad para pedir perdón cuando comenten errores. Expresaron también su preocupación por la escasez de vocaciones al sacerdocio y por la salida de los muros de la Iglesia hacia las personas que buscan un sentido a sus vidas. 

Mientras los escuchaba en silencio, pensaba que entre los jóvenes europeos hay muchas tribus, que no se puede hacer un retrato robot aplicable a todos. Junto a los jóvenes frívolos que ocupan algunos programas televisivos, las revistas del corazón y los botellódromos, hay jóvenes que tienen otra visión de la vida. Están redescubriendo con fuerza los tesoros que a veces los cristianos adultos no sabemos valorar. Me sorprendió el entusiasmo con el que hablaban de la Eucaristía y de la confesión. Nada que ver con el desdén y la autosuficiencia que a menudo se percibe en jóvenes de otros lugares. Ninguna crítica pueril acerca de lo aburridas que son las misas o de la insignificancia de la confesión. Para ellos, los sacramentos son lugares de encuentro con Jesús, fuente de alegría y de sentido y fuerza para su compromiso cristiano. ¡Para quitarse el sombrero!


Creo que los sacerdotes tendríamos que valorar más nuestra vocación de dispensadores del Misterio. No hay nada mejor que podamos ofrecer que el regalo de los sacramentos. La Iglesia nos ha encargado celebrarlos con dignidad, convicción y fe. Nosotros nos empeñamos en denunciar la “sacramentalización” excesiva, cuando quizás el verdadero problema es que no creemos en su eficacia y que, sin darnos cuenta, contagiamos este escepticismo a los demás. Un sacerdote que preside la Eucaristía consciente de que Cristo se hace presente en medio de nosotros transforma más a su comunidad que otro que se dedica a organizar muchas cosas, pero no es capaz de transparentar al Cristo que representa. 

¿Supone esto una vuelta hacia atrás, como suelen decir quienes hablan de sacramentalización excesiva? No lo creo. Me parece, más bien, que supone un gran paso hacia adelante. La Iglesia no necesita pastores para organizar cosas que muchos laicos saben hacer mejor, sino para representar al Cristo que acompaña a su pueblo y lo nutre con la fuerza de la Palabra y de los sacramentos. ¡Claro que esto tiene muchas consecuencias en el plano personal y social, pero nunca deberíamos perder el norte! Lo pensaba después de haber escuchado a cuatro jóvenes que sonaban de manera diferente a como estoy acostumbrado en los ambientes en los que me muevo. Siempre se aprende.



1 comentario:

  1. Me hace pensar que la clave de cómo viven estos jóvenes, con mucha diferencia de los que tenemos cerca, es como dices que ellos “entienden que la Iglesia, con todas sus limitaciones, es su hogar.” Y en un ambiente cálido de hogar es más fácil que puedan descubrir y vivir la fe y los sacramentos… Y también para los sacerdotes será más fácil contagiar ilusión y ganas de seguir a Jesús y ayudar a valorar los sacramentos porque también estarán más motivados.
    Me sorprende que pasen un año para profundizar en el sacramento de la eucaristía y en la confesión… Me pregunto ¿aquí, donde lo encontramos?

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