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jueves, 7 de abril de 2022

No hay nacimiento sin sufrimiento


En vísperas de la Semana Santa me parece inspirador un artículo sobre el filósofo surcoreano Byung-Chul Han y su ensayo La sociedad paliativa, recientemente traducido al español. Me lo ha enviado un amigo de Málaga. Antes de conectar el tema con nuestro itinerario cuaresmal, hago un breve resumen del libro. Hoy en Occidente vivimos en una sociedad que teme el dolor y en la que ya no hay apenas lugar para el sufrimiento. Este miedo al dolor –“algofobia”– se refleja en todos los ámbitos de nuestra vida personal y social, incluido el político. Somos víctimas del imperativo neoliberal “sé feliz” (Be happy). Nos sentimos obligados a serlo en todo tiempo y lugar. De lo contrario, parece que no somos de este mundo. Por todas partes nos venden fórmulas para ser más felices, estar más delgados y sonrientes, aparecer con mejor aspecto y dar la impresión de que “todo va bien” (everything OK). Parece de mal gusto que uno tenga problemas o esté sufriendo por algo. En el fondo, esta obligación de ser felices esconde una exigencia de alto rendimiento. Es una forma de moderna esclavitud. Para responder a ella, se nos somete a una anestesia permanente. 

Desde que somos niños se nos ahorra cualquier posible dolor, incluido el de quedarnos sin teléfono móvil o el de suspender una asignatura. Los jóvenes padres se sienten obligados a remover cualquier obstáculo que pueda dañar a sus omnipotentes hijos. Todo se ve como un posible trauma que pondrá en peligro su vida feliz. No intuimos que, por este camino, todos nos volveremos exageradamente débiles. Una pequeña frustración pondrá en peligro nuestra autoestima o, por lo menos, nuestro estado de ánimo. Para evitar estas abruptas caídas en la infelicidad, la sociedad se encarga de surtirnos con todo tipo de analgésicos, desde pastillas específicas hasta sobredosis de sexo, deporte y entretenimiento.


Como en La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han parte del supuesto de que en Occidente se ha producido un cambio radical de paradigma. Las sociedades premodernas tenían una relación muy íntima con el dolor y la muerte, que enfrentaban con dignidad y resignación. Basta contemplar, por ejemplo, los pasos de Semana Santa que desfilarán por nuestras calles en los próximos días. Sin embargo, en la actualidad, la “obligación” de ser felices a toda costa desbanca a la negatividad del dolor. Al expulsar de la vida pública los conflictos y las controversias, que podrían provocar dolorosas confrontaciones, se instaura una posdemocracia, que es en el fondo una democracia paliativa. 

No se enfrentan las causales del malestar, sino que se intenta resolverlas a base de analgésicos. El arte, por ejemplo, ha pasado de ser instancia crítica a objeto consumible. Un buen artista no es ya aquel que interroga, sino aquel que entretiene. Y lo mismo podría decirse de un buen libro. Ya no se busca en él una reflexión que interpele o inspire, sino solo un objeto que “se pueda” leer y que entretenga.


No es obligatorio estar de acuerdo, al cien por cien, con las tesis del filósofo surcoreano afincado en Alemania. Creo, sin embargo, que nos hacen pensar, lo que no es poco en estos tiempos dominados por el entretenimiento y la velocidad. También a mí me sorprende cómo muchas personas, ante el más mínimo dolor, recurren a analgésicos. Abundan los médicos que abusan de este recurso, no sé si por convicción científica o ética o por mera connivencia con las industrias farmacéuticas. Ya sé que no es lo mismo dolor que sufrimiento, pero a menudo ambos forman un tándem indivisible. Si eliminamos todo sufrimiento de nuestra vida, nos privamos de la capacidad de renacer. No hay nacimiento (desde el biológico al espiritual) sin sufrimiento. 

Jesús lo ha dicho con otras palabras que parecen contradecir el espíritu de nuestra época: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, ése la salvará” (Lc 9,23-24). ¿A quién se le ocurre hoy hablar de “perder la vida” cuando nuestro sueño, casi nuestra obsesión, es “ganarla” a toda costa? Quizá por eso no entendemos que, para abrirnos a la vida plena, Jesús tenga que (¡ojo con esta expresión usada en varias ocasiones por la Biblia!) “padecer mucho, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Lc 9,23).


Faltan tres días para el Domingo de Ramos. Parece que este año será posible celebrar con cierta normalidad los oficios litúrgicos y las procesiones callejeras. Además de emocionarnos o sobrecogernos con su intensidad, ¿seremos capaces de comprender que “eso” que celebramos o procesionamos tiene que ver con nosotros? ¿Veremos en el sufrimiento redentor de Jesús –un sufrimiento por amor, no masoquista– el camino que conduce a la vida plena o sucumbiremos al imperativo de una felicidad hecha a base de analgésicos que nos impiden padecer la realidad? ¿Entenderemos de una vez por todas que donde hay amor hay siempre sufrimiento porque el amor implica morir a nosotros mismos para que los demás vivan? 

Demasiadas preguntas cuando uno está preocupado por lo que va a gastar de más en combustible durante los próximos días, por las previsiones meteorológicas o por las citas pendientes. Ya lo decía con triste ironía Paul Claudel respecto de los cristianos que se ponen a charlar a la puerta de la iglesia después de la misa dominical: “Bajan del Calvario y solo se les ocurre hablar del tiempo”.



1 comentario:

  1. El dolor es inevitable y el sufrimiento, en cierta manera es opcional.
    Cada vez somos menos resistentes al dolor, aguantamos menos, tenemos los analgésicos siempre a mano, sean del tipo que sean y no escuchamos al cuerpo que nos está hablando a través de él. No podemos controlar lo que nos ocurre, pero sí cómo esto nos afecta.
    El sufrimiento surge de nuestra forma de afrontar las cosas y sería bueno aprender a gestionarlo y manejarlo para poder aprovecharlo a nuestro favor y no en nuestra contra, para que no sea inútil.
    Cualquier síntoma o problema, de origen físico, psicológico, social o espiritual, tiene el potencial de generar sufrimiento.
    Totalmente de acuerdo en que “si eliminamos todo sufrimiento de nuestra vida, nos privamos de la capacidad de renacer. No hay nacimiento (desde el biológico al espiritual) sin sufrimiento”.
    Gracias Gonzalo, porque tu profunda reflexión nos permitirá adentrarnos con más intensidad en los misterios que vamos a celebrar y nos facilita observar el sufrimiento que nos puede permitir el renacer espiritual.

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