Desde la ventana de mi cuarto veo los montes que circundan Granada. No estoy lejos de Sierra Nevada, enriquecida estos días con las últimas nieves del invierno. Ayer por la tarde dediqué un tiempo a recorrer algunas calles del centro. Entré en la catedral. Hacía años que no la visitaba. Esta vez me pareció más grande que en ocasiones anteriores. El ambicioso proyecto renacentista del burgalés Diego de Siloé (c. 1495-1563) se culminó en 1561. Las cinco naves (no las tres típicas de las plantas góticas) y el hecho de que no haya coro canonical en medio de la nave central (como en el caso de otras muchas catedrales españolas) le dan una admirable sensación de amplitud y diafanidad. A impulsos del arzobispo Vicente Casanova (1854-1930), que quería acercar el pueblo a la celebración litúrgica, el coro fue desmontado en los años 20 del siglo pasado. Creo que fue un acierto. Hoy hubiera resultado imposible.
Contemplando las inmensas proporciones y recorriendo las capillas laterales, tuve la sensación de que no estamos a la altura de nuestra historia, de que vivimos una especie de amnesia colectiva que nos impide saber de dónde venimos. Granada es, sin duda, una de las más bellas ciudades de España y de Europa, pero es mucho más que eso. Es el ejemplo prometedor y frustrado a la vez (quizá porque los tiempos no estaban aún maduros) de que cuando se produce un verdadero encuentro intercultural todos salimos ganando.
El encanto de la Alhambra andalusí, la imponencia de la catedral católica y la belleza angosta del antiguo barrio judío del Realejo -la Jerusalén de Granada- producen tal asombro que uno desearía que todas nuestras ciudades aprendieran a enriquecerse con lo mejor de cada cultura que hay en ellas. Ya sé que el paso del tiempo desdibuja los conflictos y ensalza los logros, pero también nos enseña lo que podíamos haber aprendido unos de otros si no hubiéramos sido prisioneros de las “identidades asesinas”. Quizá el horno de la historia no estaba todavía preparado para los bollos de la tolerancia y la interculturalidad como las entendemos hoy.
A pesar de que la lluvia continua me impidió prolongar mi paseo como hubiera deseado, volví a sucumbir al embrujo de una ciudad que ha experimentado una hermosa transformación en los últimos años. Me gustó la nueva avenida de las Constitución con las estatuas en bronce de algunos personajes ilustres vinculados a Granada, desde la emperatriz Eugenia de Montijo hasta el poeta Federico García Lorca o el músico Manuel de Falla.
No tuve tiempo para visitar otros muchos lugares cargados de historia, pero los recreé en mi imaginación, como hizo en su día el compositor mexicano Agustín Lara (1897-1970) cuando en 1932 compuso su celebérrima canción Granada antes de haber visitado la ciudad, cosa que hizo mucho después, en 1954. ¿Quién no ha escuchado alguna vez esta canción -convertida ya en himno oficial de la ciudad desde 1997- en alguna de sus infinitas versiones? Merece la pena recordar su hermosa letra:
Granada, tierra soñada por mí,mi cantar se vuelve gitano cuando es para ti.
Mi cantar hecho de fantasía,
mi cantar, flor de melancolía,
que yo te vengo a dar.
Granada,
tierra ensangrentada
en tardes de toros.
Mujer que conserva el embrujo
de los ojos moros;
te sueño rebelde y gitana,
cubierta de flores.
Y beso tu boca de grana,
jugosa manzana,
que me habla de amores.
Granada, manola,
cantada en coplas preciosas,
no tengo otra cosa que darte
que un ramo de rosas,
de rosas de suave fragancia
que le dieran marco a la Virgen Morena.
Granada,
tu tierra está llena
de lindas mujeres,
de sangre y de sol.
A mí me gustan las versiones de Alfredo Kraus y Plácido Domingo, pero, sobre todo, la del tenor peruano Juan Diego Flórez que os propongo a continuación.
Gracias por ayudarnos a parar, observar y valorar todo lo que tenemos a nuestro alrededor y poder conocer, lo que tenemos más lejos, aprovechando la riqueza de medios que tenemos. Gracias por acercarnos la música, en este caso, con la canción de Granada.
ResponderEliminar¡Cuánto valor, historia y belleza transmite Granada! Nos has transportado allí y nos has ayudado a revivir momentos intensos vividos allí.
Gracias Gonzalo porque tu sensibilidad te lleva a ayudarnos a saber descubrir y compartir toda la belleza que hay allí donde vas y a descubrir la sensibilidad religiosa que siempre ha existido… Dios está presente, desde hace siglos, en la humanidad.