En puertas de la primavera en el hemisferio norte (y del otoño en el hemisferio sur), nos llega el III Domingo de Cuaresma, sobre el que he escrito algo en este enlace tomando como punto de referencia el Evangelio. Por eso, en la entrada de hoy, prefiero fijarme en la primera lectura (Ex 3,1-8a.13-15). Se trata de uno de los pasajes más densos del Antiguo Testamento. No voy a comentarlo exegéticamente. Prefiero tomarlo como trasfondo para interpretar algo de lo que hoy estamos viviendo. Como Moisés, muchos de nosotros también trashumamos por el desierto de una cultura que parece insensible a la presencia de Dios.
Quizá cansados de compromisos que no consiguen cambiar el mundo en el que vivimos, nos hemos limitado a apacentar nuestro pequeño rebaño; es decir, a llevar una vida lo más tranquila posible, aun a riesgo de que se vuelva rutinaria. En un momento dado, sin que por nuestra parte hayamos hecho nada, podemos tener una iluminación, un cosquilleo interior, una experiencia de fuego, algo parecido a lo que Moisés experimentó y que el texto bíblico expresa con la metáfora de la zarza ardiente.
El fuego es una de las imágenes que la Biblia suele usar para hablar de la presencia de Dios: en el desierto el Señor guiaba a su pueblo con una “columna de fuego” (Ex 13,21); “El Señor bajó (al monte Sinaí) con fuego” (Ex 19,18); “¿Qué pueblo ha visto a Dios hablando desde el fuego?” (Dt 4,33). Algunos exégetas creen que la imagen de la zarza se le podría haber ocurrido al autor bíblico a partir de un fenómeno curioso que ocurre en el desierto. Se trata del dictamus albus, un arbusto de un metro de altura que exuda esencias oleaginosas que se incendian en los días de mucho calor.
Sea como fuere, Moisés, en el silencio y la soledad del desierto, experimenta que Dios lo llama a liberar al oprimido pueblo de Israel. Cuando el mismo Moisés, años antes, se había tomado la justicia por su mano asesinando a un egipcio que estaba maltratando a un israelita, la empresa fracasó. Tuvo que huir para ocultar su crimen. Ahora no se trata de una iniciativa personal, fruto de la indignación, sino de una misión. Dios se manifiesta como alguien que ha visto la opresión de su pueblo en Egipto y que va “a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”.
Este Dios liberador es “el que siempre será”; es decir, un Dios fiel que nunca dejará de acompañar al pueblo. Y, para ello, busca colaboradores que quieran luchar por la libertad y que se quiten la sandalias; o sea, que eliminen la impureza de sus vidas (las sandalias están hechas de piel de animales muertos), que se desprendan de todo aquello que impide acoger los planes de Dios: prejuicios, imágenes distorsionadas de la divinidad, hábitos dañinos, rutinas, etc.
Muchas de nuestras empresas fracasan porque no son el fruto de una iluminación (de una experiencia de Dios), sino solo de una indignación personal. Por eso, no acaban de ser transformadoras. Hemos puesto tanto el acento en “lo que tenemos que hacer” que hemos olvidado “por qué y por quién lo hacemos”. Esto les ha sucedido a muchos cristianos “comprometidos”, a grupos y comunidades de base, a institutos religiosos… Indignados por los males de nuestro mundo (pobreza, injusticia, corrupción, etc.), nos hemos lanzado a la batalla sin que nadie nos lo haya pedido. No hemos ido como “misioneros” (enviados), sino como “francotiradores”.
Con el paso del tiempo, lo más probable es que nos hayamos quemado y que arrastremos una frustración duradera en la que la misma experiencia de Dios se ha evaporado. ¿Para qué sirve creer en un Dios que no hace lo que nosotros queremos? La decepción de los “comprometidos” es más destructiva que la indiferencia de los “alejados”. A menudo, tienen que pasar años, y una larga travesía del desierto, para descubrir que lo único que libera de verdad es ponernos al servicio de la compasión de Dios por su pueblo, no de nuestro propio proyecto. Necesitamos menos creyentes indignados y más creyentes iluminados. Hay historias de hoy que nos enseñan el camino.
Una entrada muy rica en contenido y que invita a profundizar en nuestra vida, ¿cómo la vivimos? ¿para qué y/o quién la vivimos? Tenemos tema para hacer camino toda la semana.
ResponderEliminarEn estos momentos, lo que más me sobresale es: “lo único que libera de verdad es ponernos al servicio de la compasión de Dios por su pueblo, no de nuestro propio proyecto. Necesitamos menos creyentes indignados y más creyentes iluminados.”… Importante cuando refuerzas que el proyecto no es el nuestro sino que es el proyecto de Dios.
Muchas gracias Gonzalo, por todos los interrogantes a que nos has llevado y los que irán surgiendo.