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sábado, 19 de marzo de 2022

El bien no hace ruido

La solemnidad de san José llega un año más sin hacer ruido. Ayer, en la misa vespertina de la fiesta, le escuché decir a un cura congoleño una frase que puede resumir bien la historia de José de Nazaret: “El bien no hace ruido; el ruido no hace bien”. En efecto, José, hombre de bien, pasa por el Nuevo Testamento sin hacer ruido. De hecho, no conservamos de él ni una sola palabra. Cuando actúa junto a su esposa (como, por ejemplo, en el episodio de la pérdida del niño Jesús en Jerusalén), es María quien toma la palabra para decir: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2,48). 

¿Por qué san José nunca habla? Porque su vida entera es una palabra elocuente. La Iglesia lo ha comprendido muy bien a lo largo de la historia; por eso, es su patrono. Pero lo es también de un número ingente de institutos religiosos y agrupaciones de todo tipo. En muchos lugares de tradición católica, hoy se celebra el Día del Padre y también el Día del Seminario. No faltan fiestas muy populares, como Las Fallas valencianas, en honor a san José. Él es patrono de los carpinteros, de los artesanos, de los trabajadores en general, de los emigrantes y viajeros, de los niños por nacer y de la “buena muerte”. La tradición recuerda que murió en brazos de Jesús y María, como nos gustaría morir a nosotros. 

Muchísimos hombres y mujeres llevan su nombre versionado en innumerables lenguas. Más de 330 pueblos y ciudades de todo el mundo se llaman como él o lo tienen por patrono (como, por ejemplo, san José de Costa Rica). Para ser un santo mudo, hay que reconocer que es extremadamente popular.

Una de las características de la Iglesia en nuestros días es su gran diversidad. La Iglesia es una inmensa “arca de Noé” en la que cabemos todos. Hay cristianos de derechas y de izquierdas, amantes de la liturgia tradicional y comprometidos con movimientos liberacionistas, monjes y científicos, practicantes y alejados, etc. Es verdad que no faltan las tensiones (basta examinar las posturas enfrentadas con respecto al papa Francisco o al sínodo de la Iglesia alemana), pero no deja de ser admirable esta diversidad de expresiones dentro de la unidad de la fe: “In necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas” (En las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; en todo, caridad). 

Lo que sucede hoy se daba también, en menor escala, en la iglesia primitiva. Los expertos en el Nuevo Testamento hablan de un principio mariano, petrino, paulino, joánico, etc. Uno puede seguir a Jesús al estilo de María, de Pedro, de Pablo, de Juan, etc. Cada estilo acentúa algunas dimensiones de la común fe en Jesús, el Cristo. Dentro de esta variedad y complementariedad, cabría hablar también de un “principio josefino”.  

¿Qué significaría seguir a Jesús “al estilo de José”? Si tuviera que resumirlo en tres palabras, escogería estas: fe, silencio y cuidado. José aparece, en primer lugar, como un hombre de fe, una especie de Abrahán intertestamentario que se fía de Dios cuando nada es claro. No exige pruebas. Sabe que Dios nunca incumple su palabra. Eso le basta. 

Una vez aceptada su vocación, José guarda silencio. Lo que Lucas escribe de María se le puede aplicar también a él: “Guardaba todas las cosas en su corazón”. Sin transmitirnos ninguna palabra, en completo silencio, nos ha enseñado que es la Palabra de Dios (Jesús) la que debe ocupar todo el espacio. Él calla para que se escuche bien la única palabra que salva. 

Por último, centra su vida en cuidar a Jesús y a María. Por eso se lo conoce también con otros apelativos como custodio, protector, guardián, administrador, etc. El cuidado implica la atención a todos los detalles que hacen más amable la vida. 

¿No estaremos necesitando hoy aplicar el “principio josefino” a una Iglesia demasiado increyente, ruidosa y descuidada? Como hombres y mujeres modernos, nos sentimos en la obligación de cuestionar todo, insistimos en que no se puede creer sin formular preguntas y objeciones, consideramos que somos más maduros que las generaciones anteriores porque nos atrevemos a pensar por nosotros mismos. José nos enseña que no hay madurez mayor que la que nace de la confianza en que Dios es Dios. Confiar es la expresión suprema de la madurez. 

Frente al torrente de palabras y ruidos, en medio de una sociedad “infoxicada” pero a menudo paralítica, José nos muestra que el bien no hace ruido, que las mejores cosas maduran en el silencio y que la vida entregada es la palabra más convincente. Nos enseña también que el ruido excesivo (externo e interno) no hace bien, es insano. Las sociedades ruidosas nos incapacitan para escuchar la música callada que suena dentro de nosotros. 

Por último, frente a la tentación de vivir despreocupados y no asumir nuestras responsabilidades, José nos enseña a cuidar con delicadeza los tesoros que hemos recibido: la fe, la vocación, los seres queridos, la casa común, los pobres… El “principio josefino” no anula los demás, pero los dota de una interioridad y una discreción que resultan imprescindibles en tiempos rabiosamente superficiales y exhibicionistas como los nuestros, incluso en el seno de la propia Iglesia.

Muchas felicidades a todos mis amigos y lectores del Rincón que llevan nombres como José, Josep, Joseph, Giuseppe, Josefa, Josefina, María José y sus innumerables variantes y combinaciones. 

Que san José de Nazaret os ilumine y os proteja siempre.




1 comentario:

  1. En José descubrimos la total disponibilidad a la voluntad de Dios y una confianza absoluta y como dices: “no exige pruebas”.
    Hoy, me sobresale y me lleva a la reflexión lo que escribes: “José nos muestra que el bien no hace ruido, que las mejores cosas maduran en el silencio y que la vida entregada es la palabra más convincente”.
    Gracias Gonzalo, feliz día de san José.

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