A medida que avanza la guerra en Ucrania, se van alzando las voces que hablan de Putin -creo que de manera muy ingenua- como el adalid de la civilización cristiana frente al pragmatismo angloamericano y el llamado nuevo orden mundial. El malo de la película no sería Putin, sino el imperialismo estadounidense y su agenda de la cancelación y lo políticamente correcto. La polémica está servida. Con este telón ideológico de fondo, pacifistas y belicistas esgrimen argumentos que parecen contundentes. Los primeros consideran que la guerra no hace sino complicar el difícil equilibrio entre Oriente y Occidente, del que Rusia es una especie de enganche. Los segundos sostienen que no se puede ser pacifista de salón cuando muchos civiles inocentes están siendo masacrados por las fuerzas de un dictador inmisericorde. ¿Tiene que responder la OTAN militarmente a la agresión rusa? ¿Es ético y útil proporcionar armas a las tropas ucranianas? [Por cierto, no sé por qué el periódico español El País suele utilizar la palabra ucranio en vez de ucraniano, que es la recomendada por la RAE. Es como si a un boliviano lo llamásemos bolivio o a un colombiano colombio. En fin, hay gustos para todo].
Mientras, la Cuaresma sigue su curso inexorable. Me escribe una lectora quejándose de que no consigue ver a Dios en esta enredada madeja de la historia, de la suya y de la del mundo que nos ha tocado vivir. Lo hace con palabras que destilan frustración e incluso rabia. Ser creyente es lo más inútil del mundo cuando las cosas no funcionan como uno desea. Lo mejor es abandonar la fe y manejarse cuan las pocas certezas que nos proporcionan la ciencia y el sentido común.
La crisis no es nueva. ¿Qué creyente no la ha padecido en algún momento de su vida? El evangelio del próximo domingo nos recordará que también Jesús padeció en sus carnes la tentación de vivir un mesianismo poderoso, eficaz y popular. No cayó en ella. Se fio de la Palabra de Dios, pero pagó su fidelidad con su propia vida. Ser cristiano cuando las cosas van bien, cuando todo coincide con los propios deseos y necesidades, no es difícil. Lo problemático es creer en Dios y en Jesús cuando se multiplican los motivos para la desconfianza, cuando se tuercen los caminos y las convicciones flaquean.
¿Qué hacer entonces? Uno puede dejarse llevar por sentimientos de indignación y protesta. O puede abandonarse en Dios como hizo Jesús en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. La fe no siempre se vive como luz que ilumina los senderos inextricables de la existencia humana. A menudo es un camino en tinieblas en el que nada es lo que parece. En estos casos, el salmo 22/23 viene en nuestra ayuda: “Aunque camine por sendas oscuras, nada temo porque tú vas conmigo”. Hay una espiritualidad contemporánea que ve a Dios en su ausencia, que lo acoge cuando todo invita a no hacerlo, que se fía cuando se multiplican los argumentos en contra.
Para vivir una fe probada y no sucumbir, la Iglesia nos recomienda “hacer la ola”; es decir, practicar la oración, la limosna y el ayuno. Estos tres medios restauran las relaciones con Dios, con los demás y con las cosas. ¿Se le puede pedir a un indignado que ore cuando hace tiempo que ha dejado de creer en el sentido de la oración? ¿Cómo va a dar uno limosna a los más pobres si él mismo está mendigando socorro? ¿Qué ayuno se puede practicar cuando parece que solo las cosas (la comida, el móvil o el sexo) parecen mitigar un poco la comezón existencial? En esto, como en tantas tras cosas esenciales de la vida, debemos fiarnos de los maestros espirituales. Por lo general, ellos han pasado pruebas más duras que las nuestras.
Desde la sabiduría que da la experiencia, nos recomiendan ser constantes en la oración, la limosna y el ayuno. No consideran que estas prácticas sean deberes que a toda costa tenemos que cumplir, sino medicinas que nos ayudan a curarnos y levantarnos. Al cabo de un tiempo, notaremos sus efectos. Pero para eso necesitamos humildad y constancia, dos virtudes que escasean mucho en la cultura contemporánea. Si algo nos caracteriza hoy es el orgullo y la impulsividad. Nos sentimos acreedores a todo. Lo queremos todo al momento. Nos cansamos de esperar.
Los hombres y mujeres urbanos nos hemos olvidado de que en algún tiempo fuimos agricultores entrenados para la espera. Nos lo recuerda la carta de Santiago: “Por tanto, hermanos, esperad con paciencia hasta la venida del Señor. Mirad: el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Esperad con paciencia también vosotros, y fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca” (Sant 5,7-8). Ser paciente no significa conformarse con cualquier cosa. Es la virtud de quienes dejan a Dios que sea Dios, sabiendo que al final todo irá mejor.
Gracias por la información que nos aportas de los conflictos mundiales que se han generado.
ResponderEliminarIntento fijarme en “las pistas” que nos das y que, en esta Cuaresma, pueden poner luz en el camino…
. Todo tiene un tiempo y un espacio, solo hay que saber esperar y entender el por qué de las cosas.
. Jesús se fio de la Palabra de Dios, pero pagó su fidelidad con su propia vida.
. La fe no siempre se vive como luz que ilumina los senderos inextricables de la existencia humana. A menudo es un camino en tinieblas en el que nada es lo que parece.
Todo ello me hace pensar que lo que para unos es más fácil, para otros lleva a vivir una crisis, por lo tanto el problema no será la fe, sino la vivencia personal de cada uno.
. Qué suerte tienen los que ven a Dios en su “ausencia”, que lo acogen cuando todo invita a no hacerlo, que se fían cuando se multiplican los argumentos en contra. Supongo que no es un regalo para ellos, es el fruto de un trabajo más o menos duro.
. Recordar que para no sucumbir será bueno recordar y practicar la OLA:
. Ser pacientes, es la virtud de quienes dejan a Dios que sea Dios, sabiendo que al final todo irá mejor.
Gracias Gonzalo, por facilitarnos el camino y recordarnos el salmo 22/23