A las 12,30 de hoy presidiré la solemne Misa de Instituto en la que los miembros de la Cofradía del Cristo de la Misericordia de Málaga harán su “protestación de fe”; es decir, una confesión pública de la fe cristiana. Es probable que a los lectores del Rincón les sorprenda una ceremonia como esta. Es cierto que se corre el riesgo de reducir todo a puro formalismo, pero también se puede hacer verdad lo que Pablo escribe a los romanos: “Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rom 10, 9). La clave está en reducir al máximo la distancia entre lo que los labios profesan (o “protestan”) y el corazón cree. Ese el desafío de todos nosotros, no solo de quienes pertenecen a una cofradía.
Esta ceremonia se produce en el contexto del II Domingo de Cuaresma. Para los que deseen una meditación sobre el Evangelio de hoy -el de la transfiguración de Jesús (Lc 9,28b-36)- les puede ser útil la reflexión que he escrito en otro lugar. Subimos al monte en compañía de Jesús, cargados con las mochilas de nuestras preocupaciones y problemas. En la cumbre contemplamos su rostro radiante. Se nos revela que es el Hijo amado por el Padre. No es un impostor. Podemos, pues, fiarnos completamente de él. Bajamos al valle de la vida cotidiana para seguir haciendo lo mismo de siempre, pero con el corazón transfigurado. Esta experiencia sucede “al octavo día”; es decir, el domingo, el día en que los cristianos nos reunimos para celebrar la Eucaristía. Cada vez que compartimos la “fracción del pan” experimentamos una verdadera transfiguración. ¿Por qué, entonces, la misa dominical ha perdido fuerza en muchos cristianos?
En un contexto como este en el que, so capa de cumplir un deber informativo, se tensan los ánimos de la población, es necesario detenerse, mirar al cielo y contar las estrellas “si podemos”. La historia de Abrán/Abrahán es la de un hombre que se fía de Dios cuando no hay motivos humanos para hacerlo. Dios le promete una descendencia inmensa (cuando él es anciano y su esposa estéril) y una tierra fértil (cuando esta tierra tiene ya dueño). Siguiendo los ritos de los pueblos mesopotámicos, Dios hace una “alianza” con Abrán que nunca va a romper, ni siquiera cuando los descendientes de este arameo errante la quebranten una y otra vez.
Esta imagen de un Dios fiel, que mantiene su alianza a pesar de los pesares, es lo que nos permite decir “amén”, fiarnos de él y seguir contando estrellas. Los tiempos que corren están poniendo a prueba nuestra fe porque la pandemia, las guerras, la crisis energética, la inflación galopante y el desánimo general parecen contradecir que Dios siga cuidando de su pueblo. En estos momentos es cuando se acrisola nuestra fe.
Es necesario que encontremos motivos que nos lleven “a contar estrellas”. Hasta los cielos estrellados de unos cuantos años atrás parece que desaparecen.
ResponderEliminarPlanteas un desafío: “reducir al máximo la distancia entre lo que los labios profesan y el corazón cree.” Fácil de decir o escribir y mucho más difícil el llegar a ello, aunque no imposible, según sea la distancia.
Vale la pena aprender a ser “contadores de estrellas” que nos ayude a acortar distancias y a encender pequeñas luces que nos vayan iluminando.
Actualmente hemos perdido “la poesía” de la vida… Recibimos palos por todos los lados.
Gracias Gonzalo por ayudarnos a salir, un poco, de este ambiente cargadísimo que lleva a depresiones y a no encontrar luz en los diversos caminos… Buen domingo.