Ayer dediqué bastante tiempo a responder a los amigos que me llamaron o me enviaron mensajes con motivo de mi cumpleaños. No lo consideré un tiempo perdido, sino una pequeña muestra de consideración y respeto hacia personas que tuvieron la deferencia de felicitarme. Reconozco que algunos mensajes me sorprendieron porque provenían de “amigos” de Facebook que apenas conozco (muchos de ellos de Asia y América), pero que, animados por la red social, colgaron en mi muro palabras amables.
Aunque apenas pongo mensajes en Facebook (salvo el enlace diario al blog) e interactúo muy poco con mis “amigos” digitales, reconozco que en alguna ocasión me he llevado una sorpresa agradable. En cualquier caso, más allá de la oportunidad que brinda un cumpleaños para hacer explícita la red de relaciones en la que todos estamos inmersos, lo que importa es caer en la cuenta de que somos en la medida en que nos relacionamos. Por eso, el aislamiento (no la soledad fecunda) implica un déficit de existencia.
Mi vida misionera me ha dado la oportunidad de relacionarme con muchas personas de todo el mundo. No sería quien soy sin la riqueza que me ha aportado esta apertura. En la imposibilidad de dirigirme a cada persona que ayer me felicitó, aprovecho la entrada de hoy para agradecer de corazón todos los mensajes recibidos, desde los más extensos y personalizados hasta los que se limitaron a decir “feliz cumpleaños”, “buon compleanno”, “happy birthday” o “joyeaux anniversaire”.
Todos fueron muy valiosos para mí. Destaco el de mi anciana madre que con energía me cantó por teléfono una versión personalizada del célebre Happy Birthday que sonaba así: “Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te desea tu madre, cumpleaños feliz”. Me gustó mucho que sustituyera el “te deseamos todos” (que es lo que siempre solemos cantar) por el “te desea tu madre”. Reconozco que me emocionó.
Junto a los muchos mensajes de felicitación, recibí también noticia de que varios amigos y conocidos están infectados con el virus del Covid. La mayoría padecen síntomas leves, pero algunos (entre los que se encuentra una lectora habitual de este blog) han tenido que ser hospitalizados. Deseo de corazón que la situación no se complique y que todos puedan recuperarse pronto. Me parece que la estrategia de las autoridades sanitarias es propiciar que se multipliquen los contagios para que pronto alcancemos la famosa inmunidad de rebaño y, con ella, el final de la pandemia.
Esta estrategia es posible porque la gran mayoría de la población está ya vacunada, con lo cual se minimizan los riesgos de la infección. De hecho, en una ciudad como Madrid, la vida sigue su curso ordinario, aunque son muchas las bajas laborales en empresas e instituciones. Como es normal, no todos ven las cosas del mismo modo. Acabo de hablar con un amigo que me contaba la opinión de otro conocido común, ardiente defensor de la teoría conspirativa, según la cual tanto la pandemia como la campaña de vacunación serían maniobras orquestadas por la élite que quiere controlar el mundo. ¡Hasta el papa Francisco sería un peón más puesto y manejado por esta élite para destruir la Iglesia católica “desde dentro”!
No es fácil mantener la serenidad cuando, por una parte, recibimos mensajes de cariño y amistad y, por otra, nos bombardean con noticias de contagios y conspiraciones mundiales y no sé si hasta cósmicas. Por carácter, formación y convicción no soy nada dado a las explicaciones conspirativas que ven complejas relaciones y sórdidos manejos en todo lo que sucede. De haber hecho caso a estas teorías, hace siglos que la Iglesia tendría que haber desaparecido a manos de la masonería, el comunismo, la mafia, la trilateral o yo qué sé cuántas secretas organizaciones.
No dudo de que muchas de estas estructuras introducen sus tentáculos en ella (especialmente en la curia vaticana), pero no saben con quién están jugando. Pueden provocar algunos daños parciales y mucha confusión, pero siempre salen escaldadas porque no creen que el Espíritu Santo es la verdadera alma de la comunidad de Jesús. Parafraseando la famosa frase de Pasteur aplicada a la ciencia y Dios, podríamos decir que “un poco de información pintoresca seduce y confunde; mucha información veraz ayuda a poner las cosas en su sitio”. Informémonos bien, por favor. No nos dejemos llevar por lo más llamativo que siempre acude a supuestas fuentes secretas y de indudable confianza. Para ello, se requiere un poco de serenidad. A mí me está ayudando, entre otras cosas, la lectura del libro de José Antonio Marina, La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez. El autor muestra con argumentos bien trabados y una prosa limpia que no siempre las personas más inteligentes son las más sensatas y felices. Se han cometido muchas estupideces en nombre de la inteligencia. Una de ellas es, a mi juicio, la negativa a vacunarse en una situación de pandemia.
Gracias Gonzalo, nuestro vivir cotidiano, lo sabes acompañar en tus reflexiones. Sigamos en la alegria del Espíritu Santo.
ResponderEliminarGonzalo
ResponderEliminarUn fuerte abrazony feliz cumpleaños, que Dios te siga bendiciendo.
Efectivamente, a seguir cuidándose con los medios que tenemos a la mano.
Desde Lima - Perú
Edison Chalco SC