En una de las fotos que puse en la entrada de ayer aparecía otro de los libros que estoy leyendo estos días y al que hice alusión el pasado día 8. Se titula La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez. Ayuda mucho a entender por qué algunas personas muy inteligentes cometen estupideces incomprensibles y tienen tantas dificultades para ser felices. ¿Quién no conoce a alguien que posee una excelente “inteligencia computacional” (como denomina José Antonio Marina a la mensurable por los famosos test de inteligencia) y luego es incapaz de mantener una conversación medianamente empática, sacar un billete de avión por Internet o freír un huevo?
Hay también personas con una erudición pasmosa que no saben cómo abordar un asunto práctico o que toman decisiones irracionales o redondamente estúpidas. En algún caso, puede tratarse de inteligencias “dañadas”, pero, por lo general, se trata de inteligencias “fracasadas”; es decir, inteligencias que no saben aprovechar sus capacidades para desarrollar el arte de vivir, que no están dirigidas a metas valiosas. La inteligencia fracasa cuando no se ajusta a la realidad, cuando no sirve para comprender lo que pasa en el mundo y en la propia vida o no ayuda a solucionar problemas afectivos, sociales o políticos, cuando emprende proyectos disparatados o cuando se despeña por la ladera de la crueldad o la violencia. El mejor científico puede enamorarse de una persona tóxica o realizar una inversión económica ruinosa.
Como dice Marina, la historia de la estupidez abarca la mayor parte de la historia humana. Tropezamos demasiadas veces en la misma piedra a pesar de nuestros avances científicos. ¿No resultan estúpidas, miradas con perspectiva histórica, las paradas triunfales de nazis y soviéticos, por ejemplo, o las exaltaciones nacionalistas de los norcoreanos? Personas y pueblos “inteligentes” han cometido acciones estúpidas sin cuento. Cuando la inteligencia está desconectada de la realidad o no se pone al servicio de valores nobles acaba degenerando en estupidez y produce desdicha y a veces obcecación y violencia.
Sin exaltar demasiado al llamado “hombre de campo”, admiro mucho la inteligencia práctica y la sensatez de las personas que se han dejado educar por el cultivo de la tierra y por el culto religioso. La cultura, al fin y al cabo, no es la acumulación de saberes, sino una correcta conexión con la tierra (cultivo) y con el cielo (culto). O, dicho de otra manera, la capacidad de “pisar la tierra” (principio de realidad) y de “abrirnos al cielo” (principio de trascendencia). No siempre se dan ambas capacidades en personas con un alto cociente intelectual. Eso explica los desajustes que padecemos.
Uno se vuelve estúpido cuando no pone sus pies en la tierra, cuando deforma la realidad en un grado que le impide tomar decisiones sabias y eficaces. O también cuando se cierra en unas pocas evidencias y no es capaz de ir más allá de sus narices. Entonces se carga de prejuicios o se vuelve supersticioso, dogmático o fanático. ¿Vivimos en una cultura estúpida? Creo que sí. ¿Cómo se explica, si no, que, poseyendo los medios necesarios, nos dediquemos a gastar millones de euros en un deporte que consiste en dar patadas a un balón y seamos incapaces de resolver el problema del hambre o la falta de vivienda? ¿No es señal de estupidez que sigamos votando a políticos que nos mienten descaradamente una y otra vez? ¿Cómo calificar el auge de la telebasura y el atractivo que ejerce sobre muchas personas que se pasan varias horas al día enganchadas al televisor?
¿No es estúpido exponerse a un contagio de Covid por considerar, sin el más mínimo apoyo científico, que las vacunas introducen en nuestro organismo microchips que controlan todos nuestros movimientos? ¿No es también estúpido (y hasta cruel) que muchas mentes brillantes se dediquen a crear algoritmos que nos inducen a un consumo compulsivo? ¿No es todavía más estúpido enriquecerse a base de contaminar el planeta y luego tener que gastar millonadas para descontaminarlo? ¿Es inteligente pagar sumas irritantes por supuestas obras de arte que, en realidad, son solo productos de mercado y piezas de especulación? ¿Podemos dejarnos engatusar por los miles de influencers, youtubers y charlatanes digitales que nos venden humo usando sus artes de seducción y manipulación, pero con muy escasa preparación sobre los temas de los que hablan?
Quizás esté creciendo el cociente intelectual medio en nuestras sociedades, pero lo que cada vez me parece más claro es el boom de la estupidez. Habrá que ponerse a salvo.
Hermano Gundisalvo: Ma has ayudado a pensar. O quizá has verbalizado con acierto lo que veo a mi alrededor y me asombra que esta estupidez subyugue a tantos.Me alienta mucho que, pese a esta estupidez que parece invadirnos, aún quedan muchas personas lúcidas, objetivas y valientes.Y gracias por que parece que intentas vivir con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. Yo también lo quiero. Ya somos dos. ¡Mucho ánimo, bendiciones y muchas gracias!
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