Han pasado seis días desde la última entrada. En este tiempo han sucedido tantas cosas que ni siquiera tengo ganas de resumirlas. Desde el martes me encuentro de vuelta en Madrid tras once días en Colombia. Hacía dos años que, debido a la pandemia, no había vuelto a uno de los países latinoamericanos que más me gusta. Por desgracia, el mismo día en que empezaba la “cuenta atrás” navideña fue asesinada en Medellín la joven Paola Andrea Valencia Ocampo, directora de una de las residencias de los Hogares Claret. Me impresionó la noticia. La violencia sigue golpeando a un país que lleva demasiado tiempo encadenado a ella y que busca caminos para vencerla.
Durante las ocho horas de espera en el aeropuerto de Bogotá y las diez del vuelo de regreso a España pude reflexionar sobre la experiencia vivida en Colombia. No es fácil hacer un cóctel con ingredientes tan variados como la violencia, los deseos de paz, el trabajo terapéutico, la espera del Adviento y la variante ómicron de este virus interminable. Todavía bajo los efectos del desfase horario (seis horas), intento disponerme del mejor modo posible para la Navidad mientras vuelven las mascarillas a las calles y algunos de mis amigos (empezando por varios miembros de mi antigua comunidad romana) se han infectado con este virus que parece dispuesto a no dejarnos en paz.
Hablando ayer con un amigo, le decía que cada vez me cuesta más interpretar lo que nos está pasando. Leo reflexiones, intercambio puntos de vista con unos y con otros, trato de meditar y, al final, no encuentro la explicación redonda que pueda integrar tantos contrastes. Entonces, cuando parece que la realidad nos desborda por los cuatro costados, solo caben tres opciones: desesperarse, volverse escéptico o “guardar todo en el corazón”. La primera opción gana cada vez más adeptos; quizás por eso aumenta el número de suicidios. Quienes ya no soportan este mundo, deciden adelantar bruscamente su final. Para ellos el fin del mundo llega con una inyección u otras formas más burdas.
La segunda opción es la típica de muchos intelectuales y gente leída. En su afán por encontrar una explicación plausible a todo, acaban recalando en la playa del recelo. Si tienen medios económicos, se vuelven hedonistas (“a vivir, que son dos días”); si no, terminan engrosando el número de los desesperados.
Hay, por último, una muchedumbre que no entiende, pero que, por alguna secreta razón, no tira la toalla. Intuyen que, por muchas contradicciones que experimentemos, el mundo no es absurdo. Se diría que viven como María de Nazaret, guardando todo en el corazón, dejando que las cosas se vayan aclarando, no a base de una nerviosa actitud inquisitorial, sino en la espera paciente de quien sabe que no tiene en sus manos el control de la realidad, de quien se abandona confiadamente al Amor que sostiene el universo.
La Navidad nos recuerda que la historia no está en nuestras manos, por más que a menudo nos sintamos sus protagonistas, sino en las de Aquel que ha querido hacerse historia en un momento determinado. La diferencia entre el cristianismo y otras propuestas salvíficas es que los cristianos no buscamos a Dios huyendo de la complejidad histórica, sino reconociendo en ella la presencia de Dios hecho carne, hecho historia, hecho debilidad. No sé si el momento cultural que hoy vivimos nos permite una fe de este tipo, pero es la única en la que encuentro luz, consuelo, alegría y esperanza, incluso en tiempos de confusión y de pandemia.
Vivir la Navidad “en modo mariano” significa aprender a “guardar todo en el corazón” sin obsesionarnos con encontrar una explicación rápida e incuestionable. Significa escrutar los signos de Dios en el ancho campo de las realidades humildes, aquellas que no consideraríamos a primera vista reveladoras de nada. Si la Navidad pierde su carácter de acontecimiento sorprendente, si sucumbe bajo la pesada losa de su secuestro consumista, entonces es comprensible que la aborrezcamos. Pero si nos ayuda a no perder la calma en medio de la tormenta, si nos recuerda que Dios tiene un modo único de conducir la historia, entonces podemos seguir celebrándola con sencillez y alegría.
Os dejo con el tema Te llevo en La Palma que Siloé ha compuesto para ayudar a los damnificados por el volcán canario a través de la organización World Central Kitchen.
Me llegó la noticia del asesinato de Paola en Medellín. Sentí rabia, impotencia y además surgen tantas preguntas de todo tipo, frente a actuaciones en las que hay “un ataque directo” a las personas. Le han robado la moto, pero más importante es contemplar que le han robado “la vida”, destrozando, como consecuencia, muchas otras vidas.
ResponderEliminarHablas de tres opciones frente la realidad que nos desborda en el tema del Covid. No es fácil, en estos momentos “abandonarse confiadamente al Amor que sostiene el universo”. Es difícil comunicarlo, vivirlo y creerlo…
Poder llegar a vivir como María “guardándolo todo en el corazón”… nos haría la vida más fácil, a pesar de que no podemos eliminar todo el sufrimiento que conllevan estos momentos que estamos viviendo. Continúan enfermando y muriendo personas allegadas, con toda la dificultad para la despedida… María dio a luz a Jesús en la soledad y pobreza, como en soledad y pobreza está muriendo muchas personas, solas… La sociedad nos presenta la Navidad llena de luces, música y regalos, pero en los hospitales, en los portales en caminos intransitables, allí también está naciendo el Niño-Dios…
Gracias Gonzalo por todo lo que has compartido, ayudándonos a ver la Navidad desde otra perspectiva.
Gracias por aportarnos tus reflexiones, que son casi un diario. Cada vez se hace más difícil la fe. Y la Navidad es uno de esos episodios difíciles de asumir, cuando queda reducida a comilonas, consumismo brutal y derroches de luz y adornos. Bien es verdad que hay actos positivos, como reuniones familiares, montajes de belenes y poco más que recuerden el verdadero motivo de estas fiestas.
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