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martes, 23 de noviembre de 2021

Paseo bajo la lluvia

Llovía suavemente. Eran como las cinco de la tarde. Escogí ese momento porque supuse que, debido a la lluvia, habría menos gente. No me equivoqué. Enfilé a pie el Paseo de Rosales, pasé frente al Templo de Debod, dejé a la derecha la iglesia de santa Teresa y me interné en el dédalo de vías y parterres que conectan la Plaza de España con la Plaza de Oriente. Ayer se inauguró la remodelación de la zona. Ha durado más de dos años y medio con un coste aproximado de 70 millones de euros. Cuando yo llegué ya habían retirado el set de Telemadrid que había servido de estudio improvisado para cubrir los actos de la inauguración. 

Leo en los periódicos digitales opiniones para todos los gustos. Algunos piensan que la reforma no era necesaria, que hay pocas zonas verdes y demasiado granito, que será un lugar propicio para que acampen tribus urbanas de diverso pelaje, que mezcla en peligroso cóctel ciclistas y peatones, que sobra el proyectado Café Cervantes, que se necesitan más árboles, que falta la antigua fuente... Otras críticas tienen un color más social. ¿A cuántas familias necesitadas se podría haber ayudado con 70 millones de euros en estos tiempos de pandemia?


Coincido con algunas de estas observaciones críticas, pero me parece que, en conjunto, el proyecto ha sido un gran acierto. Lo iremos viendo a medida que pase el tiempo. Crea un área peatonal de unos 70.000 metros cuadrados que permite caminar desde la Gran Vía hasta la Casa de Campo pasando por lugares tan emblemáticos como los Jardines de Sabatini, el Palacio Real, el Teatro Real, la catedral de la Almudena, el Campo del Moro o Madrid Río. La creación de un corredor verde que enlaza los eslabones de esta cadena monumental, superando obstáculos que parecían insalvables y soterrando el tráfico de la zona, es un logro que no se puede comparar con el hecho de que en algún punto sería recomendable colocar una escalera mecánica y otras cuestiones por el estilo. Anhelo la llegada de la primavera para ver el entorno en todo su esplendor. En otoño, todo (desde los madroños hasta los plátanos de Indias) tiene el aire melancólico de lo que está a punto de morir. 


Hacia las seis de la tarde se encendieron las farolas de la zona. Algunas son clásicas, para entonar con los monumentos circunstantes; otras son de diseño moderno, con tecnología LED. Armado con mi paraguas, respirando el viento fresco que descendía de la sierra, comprendí que la belleza es tan necesaria como el pan. Si los seres humanos nos limitáramos a hacer solo cosas útiles y productivas, no despegaríamos de nuestra piel animal. Lo propio del hombre es trascender los límites que le impone la naturaleza o los que él mismo se fija. En esta trascendencia continua se humaniza, descubre nuevas razones para ser auténtico y bueno. Verdad, bondad y belleza forman un triángulo virtuoso que se retroalimenta. 

No sé cómo acogerán este nuevo espacio los madrileños y quienes nos visiten. Como siempre, habrá opiniones para todos los gustos. Hace unos días, un anciano, sin que yo le dijera nada, me espetó una pregunta directa seguida de una frase lapidaria: “¿A usted le gusta la nueva plaza? ¡Pues a mí no me gusta nada!”. Sospecho que más que por razones estéticas, el anciano de gorra de paño se movía por razones políticas. ¿Quién lo ha hecho, que me opongo? Esta tozudez congénita es cónsona con el carácter español. Decir que nos gusta algo parece un signo de debilidad intelectual o de sumisa aquiescencia.


Las ciudades modernas están viviendo una permanente reconquista de los espacios que con el correr de los tiempos fueron ganando los vehículos. Hace décadas, tener un vehículo era signo de modernidad. Cuantos más coches había en una ciudad, más moderna era. Llevamos ya tiempo quejándonos de las nefastas consecuencias que ha tenido este predominio de la máquina. Ahora reivindicamos calles libres de humo y de ruidos. Por todas partes, se multiplican las áreas verdes y peatonales, los espacios públicos de encuentro y solaz. Creo que la recién inaugurada Plaza de España y su entorno encajan en esta visión. 


Con mayor o menor acierto, el proyecto ha intentado “humanizar” una zona que había sido engullida por el tráfico con el correr de los años. Eliminar las barreras físicas es una forma de contribuir a eliminar otras barreras que hacen difícil la convivencia. El urbanismo es también una ciencia social. Quizás mi frustrada vocación de arquitecto me da una especial sensibilidad para estas cuestiones. Comprendo que otras personas vean las cosas de distinta manera, pero a mí me gusta mucho la conjunción de ciencia (arquitectura), ética (responsabilidad social) y estética (belleza urbana). La productividad y el beneficio se nos darán por añadidura. O no se nos darán. No siempre es necesario ganar algo, sino ser más. El magis (cualidad) es más valioso que el plus (cantidad).



1 comentario:

  1. Gracias Gonzalo, por toda la información que nos das que, no es poca, con todos los enlaces y expresando lo que vives.
    Se agradece cuando nos la das desde un punto de vista profesional y de disfrutar con ello y sabiendo ver la belleza de la naturaleza. Me gusta e interroga cuando escribes: “Verdad, bondad y belleza forman un círculo virtuoso que se retroalimenta.”
    No creo que sea tan frustrada tu voación de arquitecto… Sabes aplicarla y transmitirla en muchos aspectos de la vida, aprovechando como escribes: “… la conjunción de ciencia (arquitectura), ética (responsabilidad social) y estética (belleza urbana)... “
    Gracias… Me hace bien que nos transmitas tu ilusión por la vida.

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