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viernes, 17 de septiembre de 2021

A vueltas con la soledad

He escrito varias veces en este Rincón acerca de la soledad. Me he atrevido a decir que nunca hemos sufrido tanta soledad como ahora. La he calificado en dos ocasiones de epidemia del siglo XXI y hasta he invitado a los lectores a bailar con ella. Vuelvo de nuevo a la carga tras la lectura de un interesante artículo sobre la soledad no deseada. ¿Será verdad que estamos más solos que nunca en esta sociedad de la información? ¿Nos referimos principalmente a los ancianos que viven solos en sus casas o estamos también hablando de niños, adolescentes, jóvenes y adultos? En contra de lo que pudiera parecer a primera vista, cada vez nos relacionamos menos. Y, lo que es peor, nuestras relaciones son de baja calidad. ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos una conversación profunda y tranquila con alguien? No es fácil encontrar el lugar y el tiempo oportunos. A menudo todos vamos con mucha prisa. Es muy probable que estemos deseando hablar con un amigo, compartir lo que nos pasa, pero preferimos seguir adelante como si fuéramos autosuficientes. Creo que en este punto los varones tendemos a engañarnos con más frecuencia que las mujeres. A pesar del miedo a la soledad que todos tenemos, fingimos una robustez emocional que acaba haciéndonos daño.

Cada vez me convenzo más del poder terapéutico de las conversaciones. Lo he experimentado en mí mismo y también en las relaciones comunitarias y de acompañamiento espiritual. Jesús mismo practica a menudo el arte de las “conversaciones generativas”. Quizá uno de los pasajes más conocidos sea el de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). Lucas dice que “iban hablando de todos estos sucesos” (v. 14). Cuando el Resucitado los ve caminando entristecidos, les hace una pregunta directa: “¿Qué conversación es la que lleváis por el camino?” (v. 17). A partir de esa pregunta, ellos comienzan a narrar su experiencia de lo que han vivido en Jerusalén durante los últimos días. La presencia de Jesús va disipando su soledad y su tristeza hasta el punto de que sus corazones se encienden y sus ojos se iluminan. En toda auténtica conversación entre dos o más personas hay siempre un “amigo invisible”, un “tercero misterioso”. Cada vez que desvelamos nuestra intimidad y nos abrimos al misterio de los otros percibimos la huella de lo divino en el tejido de nuestra humanidad. ¿No hemos experimentado más de una vez esta experiencia sobrecogedora? 

Las “conversaciones generativas” son un territorio en el que comprendemos un poco mejor que todos hemos sido hechos a imagen de Dios y que, por tanto, cuanto más abrimos nuestro corazón, con más claridad se descubre nuestra identidad profunda. Sin conversaciones a tumba abierta, cada vez nos costará más creer en Dios. Veo una extraña correlación entre la soledad que hoy padecemos como epidemia mundial y las dificultades para creer. Cerrados en la cárcel de nuestra individualidad, nos volvemos insensibles a la realidad de un Dios que es relación, amor, entrega.

Cuando algunos me preguntan a qué voy a dedicarme en los próximos meses, respondo con un poco de ironía que me voy a dedicar a “conversar”; es decir, a escuchar a quien se cruce por mi camino y desee compartir lo que está viviendo. Conversar sin prisas se ha convertido en un artículo de lujo cuando debería ser un artículo de primera necesidad. Naturalmente, la falta de tiempo que solemos aducir es la excusa que esconde razones más profundas. Nos negamos a conversar porque tememos ser juzgados y no aceptados como somos, porque no queremos sentirnos vulnerables, porque pretendemos mantener nuestra imagen impoluta o porque no queremos hacernos cargo del sufrimiento de los demás. Toda conversación implica un ejercicio de responsabilidad y genera compromisos. Cuando alguien comparte su intimidad no podemos permanecer indiferentes, como si eso no tuviera que ver nada con nosotros. Por eso, conversar a fondo nos va madurando, saca lo mejor de nuestra bodega personal y nos ayuda a conocer mejor nuestras inconsistencias. 

Si es verdad que la soledad dañina es la epidemia del siglo XXI, no es menos verdad que los seres humanos tenemos una vacuna multisecular: el arte de la conversación. Admiro a esos ancianos de nuestros pueblos que son capaces de pasarse toda una tarde conversando en torno a una mesa camilla o contemplando el fuego. Entre anécdotas y chascarrillos tejen una red afectiva que los previene contra el aislamiento y la depresión. Formas parecidas tendríamos que poner de moda antes de que el exceso de información de nuestras sociedades digitales acabe encerrándonos en la mazmorra de una soledad insuperable. 


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