Llegué a Roma ayer por la tarde después de un vuelo un poco turbulento desde Madrid. Me acogió el calor húmedo de una ciudad que procuro evitar durante los meses de julio y agosto. Este año, sin embargo, no me será posible ausentarme todo el tiempo porque estamos a las puertas del XXVI Capítulo General de los Misioneros Claretianos que, Dios mediante, comenzará el próximo 15 de agosto.
Atrás quedan tres intensas semanas vividas en diversos lugares de España. He tenido la oportunidad de encontrarme con viejos y nuevos amigos y practicar con calma el arte de la conversación. Siempre me sorprendo del poder transformador que tiene el encuentro entre personas que quieren compartir algo de su intimidad. En el desierto del individualismo posmoderno y del distanciamiento social impuesto por la pandemia, una buena conversación es siempre un oasis refrescante. Reconozco que me gusta escuchar y hablar. Disfruto por igual con el silencio y la palabra.
No quiero ser muy reiterativo, pero casi todas las conversaciones han comenzado o terminado con una alusión a los efectos psicológicos de la pandemia que padecemos. Son especialmente graves las consecuencias entre los jóvenes. Desaparecidos los besos y los abrazos, no sabemos bien cómo saludarnos. Hacemos algunas muecas insignificantes. Desconfiamos de las personas que no son de nuestro entorno. Salimos a la calle provistos de mascarillas, aunque no sean obligatorias en los espacios abiertos. Lo que más me sorprende es ver a personas que siguen llevándola incluso cuando pasean solas por el bosque. Hasta tal punto nos sentimos protegidos con ese adminículo buco-nasal, que lo hemos incorporado a nuestras prendas habituales, quizás más como un talismán que como una solución eficaz.
La “quinta ola” viene acompañada por nuevas manifestaciones de indignación. ¿Hasta cuándo vamos a seguir así? ¿Tendremos que convivir durante mucho tiempo con esta pesadilla? De nuevo se disparan los bulos sobre supuestas conspiraciones mundiales para acabar con la raza humana o, por lo menos, para tenerla subyugada. Hay voces críticas contra las industrias farmacéuticas que se están haciendo de oro con las vacunas y que ya hablan de la necesidad de inyectar una tercera, cuarta o quinta dosis. ¿Quién está en condiciones de distinguir las voces de los ecos?
Por si fuera poco, pululan cada vez más grupúsculos religiosos que hablan de un inminente fin del mundo y que acusan al papa Francisco de ser un falso Papa que ha traicionado la Tradición de la Iglesia y se ha vendido al comunismo internacional. A lo largo de la multisecular historia de al Iglesia nunca han faltado herejes y cismáticos de todo pelaje. Lo que ocurre es que ahora disponen de púlpitos digitales para difundir sus mensajes. Hace poco me ha llegado el vídeo de un joven gallego que parece hecho en la factoría del infierno. Establece una línea entre algunas supuestas apariciones de la Virgen, el coronavirus, la infidelidad del Papa de Roma y las vacunas. En tiempos convulsos como los que estamos viviendo no es difícil que personas con buena voluntad, pero mente desequilibrada, se embalen por pendientes apocalípticas. Abundan más de lo que hubiera imaginado.
Mantener la calma, no dejarse llevar por el catastrofismo, hacer un esfuerzo por ser objetivos... se me antoja una empresa difícil, pero necesaria. Junto al arte de la conversación está el arte del discernimiento, la capacidad de cribar las cosas para distinguir el trigo de la paja, lo que viene del Espíritu de Dios de lo que son solo proyecciones o ansiedades humanas. Las “serpientes de verano” siempre han sido un clásico en estas fechas. A la hora de teclear estas líneas, el termómetro ha escalado ya los 28 grados. No es fácil mantener la mente fresca en estas condiciones. Al final, el calentamiento global (de las mentes) va a ser el responsable de tantos desvaríos.
Dejemos que la música de Siloé nos refresque un poco.
Os acompañaré con la oración pidiendo al Espíritu que esté bien presente en vuestro XXVI Capítulo General.
ResponderEliminarRatifico, por experiencia vivida, lo que dices de que una buena conversación es siempre un oasis refrescante y añado cuando sobretodo se da “el arte de la escucha”.
Sí, he experimentado el poder transformador que tiene el encuentro entre personas que quieren compartir algo de su intimidad, tanto a nivel personal como en el intercambio con alguien.
Necesitamos personas que no tambaleen y que sean portadoras de paz y seguridad.
Lo que compartes de los efectos psicológicos de la pandemia es una realidad más intensa de lo que imaginamos… Cuánta soledad hay en personas que viven solas y ellas mismas lo expresan que el estado en el que vivimos las descentra.
Tema mascarilla le hago una lectura de “miedo” que no expresamos de otra manera, cuando en el espacio que nos movemos podemos ir sin y en cambio se lleva y además del miedo ayuda a disimular los sentimientos que uno vive.
Ahora ya empieza a ser difícil mantener la calma ante la situación insegura que vivimos tanto tema pandemia como vacunas, de las que ya empiezan a surgir efectos secundarios… Ya hay mucha verbalización de “no sé donde vamos a parar”… Resurge la inseguridad mucho más fuerte de la vivida hasta ahora y muchos miedos
Sí, ante el catastrofismo, será bueno que intentemos compensarlo con seguridad, aunque cueste… Necesitamos personas que no tambaleen y que sean portadoras de paz y seguridad.
Tienes mucha razón cuando escribes: Junto al arte de la conversación está el arte del discernimiento…
Gracias Gonzalo, por toda la apertura que nos das para poder vivir estos momentos difíciles… necesitamos “puntos de luz” que nos vayan guiando y tu nos los aportas.