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sábado, 31 de julio de 2021

La casi imposible conversión

Hoy toca escribir sobre san Ignacio de Loyola, no solo porque es el día de su fiesta, sino porque en este año 2021 estamos celebrando el quinto centenario de su conversión sobre el que ya escribí hace algo más de dos meses en una entrada titulada Las sorpresas de Dios. Con este mismo motivo el cardenal claretiano Aquilino Bocos ha dirigido una carta abierta a los jesuitas en la revista Vida Nueva

La figura de Ignacio de Loyola es de tal envergadura en la historia de la Iglesia y de la humanidad que no puede pasar desapercibida. Sus Ejercicios Espirituales han sido una escuela de discernimiento y en expresión del jesuita Jesús Zaglul una exploración anticipada de la inteligencia emocional. La gramática de Dios pasa también por descifrar el significado de nuestras emociones, no solo de nuestras ideas y acciones.

De Ignacio se podrían decir muchas cosas. Me fijo solo en una que conecta con el espíritu de nuestro tiempo. Ignacio fue un converso; es decir, alguien que, en un determinado momento de su vida, cambió el rumbo de su existencia orientándola hacia Dios. De soldado al servicio del rey de Castilla pasó a militar bajo la bandera de Cristo. Comprendió como más tarde Francisco Javier que no sirve de nada ganar todo el mundo si uno arruina su vida. Durante los meses de convalecencia que pasó en la casa familiar de Loyola fue comparando el placer (intenso, pero efímero) que le producía el recuerdo de sus gestas y amoríos y la alegría (suave, pero duradera) que nacía cuando leía la vida de Jesús o de algunos santos. Comprendió entonces que solo Dios da la paz y el gozo profundo que ansía el alma humana. Deseando peregrinar a Tierra Santa, decidió embarcase en el puerto de Barcelona. Dado que la ciudad estaba cerrada a causa de la peste, pasó once meses en Manresa madurando su conversión. Era el mismo Ignacio de siempre, pero ya no era lo mismo. En su interior se había producido una gran transformación.

¿Es posible convertirse hoy en día? Personalmente, sí; socialmente, resulta difícil. Por supuesto que sigue habiendo hombres y mujeres que descubren la presencia de Dios en su vida y deciden orientarla de otra manera. Pero lo que en otros tiempos podía ser visto como un camino feliz de la oscuridad a la luz, de la falsedad a la verdad, hoy se mira con lupa y sospecha. Más que creer que “todo pecador tiene un futuro” (y, por tanto, poner el acento en el camino de esperanza que se abre con una conversión) hoy acentuamos que “todo santo tiene un pasado” (y, por tanto, nos empeñamos en hurgar en su expediente para encontrar manchas y sombras). Cada día me sorprendo más de la “caza de brujas” que se está operando en nuestra sociedad digitalizada. 

Superada la imagen de un Dios controlador que archiva en su computadora celestial todos nuestros pecados y hasta las conductas más inocuas, la hemos secularizado mediante nuevas formas inquisitoriales. Hoy se rebusca en Internet cualquier actividad “inadecuada” de los personajes públicos para usarla como arma arrojadiza en su contra. He oído decir que en algunos países los nuncios tienen dificultades para encontrar candidatos al episcopado porque, cuando examinan el historial de algunos de ellos, encuentran páginas que no son inmaculadas. 

¿Quién puede presentarse con un expediente limpio a lo largo de toda su vida? Jesús lo dijo sin ambages: “El que esté limpio de pecado (eclesiástico, político, periodista o quienquiera que sea), que tire la primera piedra” (Jn 8,7). La nueva sociedad inquisitorial no permite que nadie cambie. El pasado se convierte en una losa insuperable. En el fondo, esta visión de la vida parece reflejar la vieja concepción protestante acerca de la justificación. Es verdad que Dios, en su infinita misericordia, no nos imputa nuestros pecados, pero no nos renueva interiormente. Seguimos siendo eternos corrompidos sin posibilidad de una real transformación. 

¡Menos mal que Ignacio de Loyola vivió en el siglo XVI! Si hubiera vivido en el siglo XXI, no se hubiera librado de una inspección a fondo de su pasado militar con objeto de restregarle sus viejos desvaríos y desacreditar la autenticidad de su conversión. Hoy no creemos en la posibilidad de la conversión. Socialmente, estamos encadenados a nuestro pasado sin posibilidad alguna de redención. Delitos y pecados se confunden en un magma que nos absorbe, engulle y paraliza. 

Se necesita una nueva audacia para no dejarnos dominar por esta visión inquisitorial de la vida. Me rebelo contra la dictadura de lo políticamente correcto que, en nombre de una pureza inhumana, hace del pasado el único punto de referencia en la vida de los hombres y mujeres. Los seres humanos cambiamos. Por mucho que el pasado nos condicione, tenemos la posibilidad de convertirnos. La gracia de Dios es soberana y abre boquetes en los muros de la revancha y la intolerancia, siembra futuro donde nosotros solo vemos pasado. Dios borra los archivos de nuestros pecados para permitirnos volar con nueva libertad. La sociedad digital almacena todo para tenernos siempre bajo control. El Dios de Jesús no tiene nada que ver con el Big Brother de Orwell. 

Es verdad que “todo santo tiene un pasado” (a menudo, no muy ejemplar), pero es más verdad que “todo pecador tiene un futuro”. La gracia de Dios es más poderosa que nuestras miserias y fragilidades. O, dicho con las palabras de san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Creo que nos hace bien recordar historias como la de Ignacio de Loyola para no ser víctimas del neopuritanismo que nos atenaza. 

Felicidades a todos mis amigos de la Compañía de Jesús y a cuantos se sienten inspirados por la espiritualidad ignaciana.



2 comentarios:

  1. A Dios gracias por Ignacio...! y su seguidores... Todos queremos vivir como "pecadores-perdonados con futuro" (Gracias Gonzalo)

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  2. Es difícil asimilar, en un solo día, toda la información que nos ofreces… Difícil porque además de asimilarla es hacerla vida.
    De momento me quedo con las ideas que llevan a creer que “la conversión es posible”. Necesitamos confiar en que Dios lleva la vida y saber discernir, en cada momento.
    “La gracia de Dios siembra futuro donde nosotros solo vemos pasado.”
    “Ver nuevas todas las cosas en Cristo”.
    Pensando en Ignacio me sale de decirle al Señor: “Señor tus caminos no son mis caminos…” Y me pregunto: ¿cuántas ocasiones desperdiciamos para cambiar de rumbo? Situación que sabemos descubrir más en los demás que en nosotros mismos.
    Me llama la atención que Ignacio, Javier y el P. Claret coinciden en reflexionar sobre la misma frase: no sirve de nada ganar todo el mundo si uno arruina su vida.
    Gracias Gonzalo por todo el tema que nos ofreces… Una llamada a descubrir nuevos caminos.

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