Para los cristianos de África, hoy es un día muy importante. Se celebra la memoria de san Carlos Lwanga y sus 21 compañeros mártires. Han pasado 136 años desde su martirio en Uganda, pero su recuerdo no hace sino agrandarse con el paso del tiempo. Merece la pena recordar a grandes rasgos quiénes eran estos jóvenes mártires y por qué fueron asesinados. Su historia tiene lugar en el reino de Buganda (hoy parte de Uganda) bajo el reinado de Mwanga II. Todo sucede entre noviembre de 1885 y junio de 1886. El joven Carlos (Charles), seguidor de las creencias del clan Ngabi, empezó a sentirse muy atraído por el Evangelio que predicaban los Misioneros de África, conocidos como los “Padres Blancos”, una sociedad de vida apostólica fundada por el cardenal Lavigerie en Argelia en 1868. El joven acabó convirtiéndose al cristianismo. En 1885 fue llamado a la corte como Prefecto del Salón Real. Enseguida se convirtió en un punto de referencia para otros, especialmente para los recién convertidos, cuya fe apoyó y alentó.
Al principio, el rey
Mwanga − de carácter terco y rebelde − acogió de buen grado a Carlos. Sin
embargo, instigado por los hechiceros locales, que vieron su poder comprometido
por la fuerza del Evangelio, el rey empezó a perseguir a los cristianos, sobre
todo porque no cedieron a sus deseos lascivos. El 25 de mayo de 1886, Carlos
Lwanga fue condenado a muerte, junto con otros compañeros. Al día siguiente,
comenzaron las primeras ejecuciones. Para infligirles más sufrimiento, el rey
decide trasladarlos del Palacio Real de Munyonyo a Namugongo, el lugar de
ejecuciones. Los cerca de 44 kilómetros que separan ambos lugares se convierten
en un verdadero viacrucis para los jóvenes cristianos. A lo largo del camino,
Carlos y sus compañeros fueron objeto de violencia por parte de los soldados del
rey que intentaron, por todos los medios, hacerlos abjurar. Durante los ocho días
de camino, muchos murieron atravesados por lanzas, colgados e incluso clavados a
los árboles.
El 3 de junio, los sobrevivientes llegaron exhaustos a la colina de Namugongo, donde fueron quemados en la hoguera. Carlos Lwanga y sus compañeros, junto con algunos cristianos anglicanos, fueron quemados vivos. Hasta el final se mantuvieron rezando, sin quejarse, con una actitud serena. Uno de ellos, Bruno Ssrerunkuma, diría, antes de morir: “Un manantial que tiene muchas fuentes nunca se secará. Y cuando nos hayamos ido, otros vendrán en nuestro lugar”. En 1920, Benedicto XV los proclamó beatos. Catorce años después, en 1934, Pío XI nombró a Carlos Lwanga “Patrón de la juventud del África cristiana”. Pablo VI canonizó a todo el grupo el 18 de octubre de 1964, durante el Concilio Vaticano II.
Años más tarde, en 1969, el papa Montini viajó a Uganda para consagrar el altar mayor del Santuario de Namugongo, construido en el lugar de su martirio, lugar que he tenido ocasión de visitar hace algunos años. La forma de la iglesia evoca la tradicional choza africana. Se apoya sobre 22 pilares que representan a los 22 mártires católicos. El 28 de noviembre de 2015, durante su viaje apostólico a Uganda, el papa Francisco, en la homilía de la misa celebrada en ese santuario, dijo: “Hoy recordamos con gratitud el sacrificio de los mártires ugandeses, cuyo testimonio de amor por Cristo y su Iglesia ha alcanzado precisamente los extremos confines de la tierra”.
Cuando recordamos historias como estas es muy probable que tengamos la impresión de que a nosotros nos cuesta poco creer. Y ya se sabe que lo que cuesta poco se suele apreciar poco. La Iglesia nunca ha sobrevivido sin mártires; es decir, sin personas dispuestas a dar su vida por confesar la verdad de Jesús y su Evangelio. En el contexto de la sociedad líquida en la que hoy vivimos, afirmaciones como esta suenan casi como una herejía cultural. A algunos les parecen resquicios de fanatismo trasnochado. Nada más lejos de la realidad. Se trata, pura y llanamente, de ser consecuentes con la fe profesada. Jesús nos los advirtió: “Si a mí me han perseguido, a vosotros también os perseguirán” (Jn 15,20). No hay mucho espacio para la ingenuidad. No se trata de ir por la vida provocando y, mucho menos, de buscar la confrontación. Pero es evidente que quienes no se amoldan a los valores imperantes en el mundo, acaban pagando un precio.
Si creer nos resulta fácil, si nadie nos objeta nada, si somos aplaudidos por seguir la moda del momento, tendríamos que preguntarnos si estamos siendo de verdad fieles al Evangelio. Cada vez que recordamos la historia de algunos mártires (de ayer y de hoy), caemos en la cuenta de que somos seguidores de un Mártir, no de un triunfador. Dar la vida − en el “martirio” de la vida cotidiana o de forma cruenta cuando se producen persecuciones – es lo que hace del cristianismo mucho más que una doctrina o una simple moral. Estamos hablando de una vida nueva. Conviene no olvidarlo.
ENCUENTRO ZOOM DE LOS AMIGOS DE “EL RINCÓN DE GUNDISALVUS” Tema: Las lecciones de la pandemia para la vida cotidiana. Fecha: Viernes 4 de junio a las 21:00 horas (9 de la tarde), hora de España e Italia. Unirse a la reunión Zoom: https://us02web.zoom.us/j/81276582482?pwd=dUI3bUhXVnRSK2dLRlFEVWZ4SkJmdz09 Código de acceso: 067798 |
Muchas felicidades a mis amigos de Brotes de Olivo que hoy cumplen 50 años como grupo musical y evangelizador.
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