Lo que casi nunca se dice es que san Ireneo completó su pensamiento con una frase que está pegada a la anterior: “et vita hominis visio Dei” (o sea: “Y la vida del hombre es la visión de Dios”). ¿En qué consiste vivir? Desde hace años se habla mucho de “calidad de vida”. Con esta expresión se alude a una forma de vivir que a menudo se mide por el Índice de Desarrollo Humano (IDH) cuyas variables principales son: esperanza de vida, educación y renta per cápita. Siguiendo estos criterios, los países con un mayor IDH son Noruega, Nueva Zelanda, Australia, Suecia, Canadá y Japón. Hacia ellos se orientan muchos emigrantes que buscan una vida mejor.
Entre los indicadores de calidad de vida no figura el señalado por san Ireneo. Para él, la vida del hombre, su fin último, consiste en la “visión de Dios”. No se trata de un fenómeno oftálmico (como quien “ve” un ovni), sino de entrar en comunión profunda con él. Así como Dios se ha hecho hombre (humanización), los seres humanos estamos llamados a vivir en Dios (divinización). Las Naciones Unidas no hablan en estos términos. Se limitan a decir que “vivir bien” consiste en vivir muchos años con buena salud, alcanzar un alto nivel de educación y disponer de una economía saneada.
Muchos cristianos hemos caído también en este espejismo. Nos parece que lo fundamental es vivir lo mejor posible en esta tierra y ayudar a que el mayor número de personas suba algunos grados en el IDH. El objetivo es loable y responde plenamente a la esencia de nuestra fe. Todo lo que hagamos por humanizar la vida de las personas, por disfrutar de este gran don de Dios, significa darle gloria. Pero ¿es suficiente con esto? El problema no es lo que acentuamos sino lo que silenciamos.
Aquí es donde san Ireneo, un santo teólogo del siglo II, viene en ayuda de los cristianos del siglo XXI. Parece casi increíble, pero así es. A veces, no hay nada más revolucionario y progresista que el recuerdo del pasado. San Ireneo nos recuerda que no podemos separar lo que Dios ha unido. En otras palabras: que debemos esforzarnos por traducir la gloria de Dios en preocupación por la vida de los seres humanos… y que nunca debemos olvidar que la vida auténtica consiste en la comunión con Dios, origen y meta de todo. De lo contrario, se reduce a un fenómeno biológico o social. Hay personas que viven con gran armonía los dos movimientos como partes esenciales de una espiritualidad integral. Y hay personas “heréticas”; es decir, que toman solo una parte y la absolutizan. Por eso hablamos de personas “secularistas” (las que reducen la vida a los indicadores de IDH) y personas “espiritualistas” (las que desconectan la comunión con Dios de la mejora de las condiciones humanas de vida).
Hoy, 28 de junio, es también el Día
Internacional del Orgullo LGBTI (y alguna otra mayúscula adicional). Más allá de exageraciones, ideologizaciones
y manipulaciones, es una oportunidad para recordar a nuestros hermanos y
hermanas con orientaciones sexuales diversas, superar nuestros prejuicios,
respetar la sacralidad de toda persona (con independencia de su condición
sexual), garantizar los derechos esenciales de todos e integrarlos plenamente
en la comunidad eclesial. Hay muchos aspectos discutibles desde el punto de
vista filosófico, ético y legal, pero eso nunca debería ser óbice para una actitud de
respeto, acogida e integración.
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