Como todos los años, al domingo de Pentecostés le sigue la Solemnidad de la Santísima Trinidad. ¿Hay algo sensato que podamos decir sobre el misterio de Dios? La Biblia nos invita a ser muy cautos y humildes: “Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance, ¿quién rastreará lo que está en el cielo?” (Sab 9,16). Todas las religiones del mundo son fruto del estremecimiento y la fascinación que nos produce el Misterio. Los musulmanes tienen el Corán del que derivan los noventa y nueve nombres de Alá. No existe el nombre número cien. Dios permanece innombrable. Los seres humanos no podemos comprender todo acerca de Dios. Los hebreos descubren al Señor a través de los acontecimientos de su historia de la salvación. Sobre ella vuelven una y otra vez en un ejercicio permanente de memoria histórica.
Nosotros los cristianos no somos una “religión del libro”. No buscamos a Dios en el Corán y ni siquiera en la Biblia. El libro en el que “leemos” a Dios es la persona misma de Jesucristo. Leemos la Biblia en la medida en que toda ella nos habla de Él. Él es – como lo define Armellini en su comentario − “el libro abierto a golpes de lanza”. Es el Hijo que, desde la cruz, revela que Dios es Padre y don del Amor, Vida, Espíritu. Este Misterio es el que vivimos todos los días de nuestra vida. Hoy lo reconocemos y celebramos de manera especial en la liturgia.
Al comienzo de la Iglesia, el bautismo era administrado “en nombre de Jesús”. Por ejemplo, Pedro, el día de Pentecostés, exhorta a la gente a arrepentirse y ser bautizados “invocando el nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados” (Hch 2,38). Solo después se introdujo la fórmula trinitaria que leemos en el Evangelio de hoy: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El evangelista Mateo pone en labios del Resucitado las palabras que se hicieron comunes en la práctica litúrgica a partir de la segunda mitad del siglo I y que siguen vigentes hasta hoy.
Todos nosotros hemos sido bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”. En realidad, toda nuestra vida cristiana está inundada por esta verdad. Para una comprensión actualizada, os recomiendo leer este cuaderno de la comunidad de Taizé escrito por el hermano Pierre-Yves. Como él mismo dice: “Hablar de «misterio» a este respecto, no es remitir a una realidad en la que no habría nada que comprender, sino en la que hay demasiado que comprender y que nos desborda por todas partes”.
Como sabemos, el evangelio de Mateo se abre con la promesa de que de una joven virgen nacerá el Emmanuel (el Dios-con-nosotros) (cf. Mt 1,22-23). Se cierra con las mismas palabras. Esta es la promesa del Resucitado a sus discípulos: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (v. 20). Toda nuestra vida y la vida del mundo están en las manos de este “Dios-con-nosotros”. Hemos sido creados “a imagen y semejanza” de un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu. Contra el individualismo que nos corroe, en nuestras entrañas llevamos un ADN comunitario. Estamos hechos los unos para los otros. Dios es comunidad. Nosotros somos comunidad. La realidad entera es una danza de amor.
Cada vez que enfilamos el camino del aislamiento o del egoísmo, desfiguramos la imagen que somos, opacamos el destello de Dios en nuestro mundo. Por el contrario, cada vez que salimos de nosotros para encontrarnos con los demás, estamos hablando de Dios sin mencionarlo. Todo movimiento de amor es siempre un canto a la Trinidad que nos habita. El sueño de Jesús es que todos los seres humanos sean bautizados “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu”; es decir, que nadie quede excluido del baile del amor que Dios ha puesto en marcha. A la Iglesia le toca la apasionante misión de ser anfitriona y servidora, pero no de sustituir al Dios que invita. Donde todos bailamos la “danza trinitaria” hay una explosión de vida plena.
Os dejo con un vídeo en el que los componentes de Gen Verde cantan y bailan un tema que os ayudará a vivir este domingo con alegría: “Quanta
vita”. Combinan el español y el italiano.
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