En Italia seguimos en “zona
roja”, pero solo físicamente porque para los cristianos no hay confinamiento
que valga. Somos seguidores de un Resucitado que se ha escapado del sepulcro,
de un insumiso a la muerte, de un “vividor” en el más pleno sentido de la
palabra. Le va la vida. Aquí, como en otros muchos países y regiones
de Europa, el Lunes de la Octava de Pascua– también conocido como Lunedì
dell’Angelo o Pasquetta– es un día festivo. En
condiciones normales, es el día reservado para organizar una scampagnata,
una comida campestre. Este año tendremos que conformarnos con una barbacoa en
el jardín.
Durante las próximas semanas la liturgia del tiempo de Pascua nos
irá ofreciendo vitaminas para ir sobrellevando mejor estos tiempos duros
que nos ha tocado vivir. Confieso que durante el pasado Triduo Pascual tuve
momentos de mucha preocupación porque fueron varias las personas amigas que
compartieron conmigo algunas situaciones duras por las que estaban atravesando.
Es como si el Viernes Santo se hubiera hecho más real que otros años: crisis
familiares, hospitalizaciones inesperadas y muertes. En esos momentos no es
fácil encontrar la palabra justa. A menudo, lo mejor es un silencio empático. Y
presentar a Dios cada caso con la seguridad de que nuestra oración será
escuchada.
En la primera
lectura de la misa de hoyhay una frase que el apóstol Pedro pronuncia
y que nos da una clave para entender lo que estamos celebrando estos días: “Vosotros
lo crucificasteis y lo matasteis..., pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte” (Hch 2,23-24). Es duro aceptar que ese “vosotros
lo matasteis” no va dirigido solo a las autoridades judías y romanas del tiempo de
Jesús, sino a todos los hombres y mujeres. La historia humana es una inmensa e
inacabada matanza de Jesús. Lo matamos cada vez que cometemos abortos y asesinatos
de todo tipo, lo matamos en las innumerables guerras y deportaciones organizadas
por nosotros. Lo matamos, en fin, cuando prescindimos de él a la hora de organizar
nuestra vida personal y social.
La muerte de Jesús es el resultado de todos los
pecados humanos acumulados a lo largo de la historia. Puede parecer una interpretación
truculenta, alejada de la historia concreta del Nazareno y, sin embargo, así es como los
grandes santos han visto la muerte de Jesús. No se trata de descargar solo la responsabilidad
en los poderes establecidos (judíos y romanos) – como les gusta repetir
a quienes reducen a Jesús a un líder revolucionario – sino de asumir nuestra cuota de implicación. Ese “vosotros lo
matasteis” no es un mazazo para mantener nuestra alma acogotada, sino un
despertador de conciencias. No hay nada más liberador que aceptar nuestra responsabilidad
como seres libres. Es el principio de la salvación.
La frase de Pedro tiene
una segunda parte que abre un horizonte de esperanza: “Pero Dios lo resucitó”.Los seres humanos tenemos un increíble poder para transformar la vida en
muerte, pero solo Dios puede transformar la muerte en vida. Dios resucita a Jesús
y de esta manera manifiesta su fuerza liberadora por encima de nuestra
capacidad destructiva. Por “asesinos” que seamos los seres humanos (y lo somos
a veces en un grado insoportable), Dios es más fuerte a la hora de producir vida.
Por eso, seguimos viviendo. Por eso, el planeta Tierra y la humanidad entera
nos rehacemos tras crisis que podrían haber supuesto un aniquilamiento total.
Creer
en la Resurrección significa, en el fondo, creer que la fuerza de Dios (es
decir, su amor) es más poderosa que todas las fuerzas del mal en pie de guerra.
Esta es la raíz de nuestra inquebrantable esperanza. Por eso, pase lo que pase,
nunca tiramos la toalla. No hay poder científico, político, económico o
mediático que pueda borrar la huella de Dios. No hay enfermedad o sufrimiento
que cancele la vida. No hay muerte que tenga la última palabra. Esto es lo que
los cristianos celebramos de manera intensa, apasionada, durante la cincuentena
pascual. Somos seguidores de un Vividor que no ha pasado por el sufrimiento
como gato sobre ascuas, sino que lo ha traspasado. Lo nuestro es vivir y vivir
en plenitud.
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