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sábado, 10 de abril de 2021

Hágase la luz

Felipe de Edimburgo (1921-2021)

Le faltaban solo dos meses para cumplir 100 años. Ayer murió en el castillo de Windsor el duque Felipe de Edimburgo (1921-2021). En una ocasión me referí a él en este blog. Fue a propósito de un episodio de la tercera temporada de la famosa serie The Crown. Los seis minutos en los que Felipe se confiesa ante un grupo de sacerdotes anglicanos en crisis constituyen una profunda declaración sobre lo que significa perder la fe. Merece la pena leerla de nuevo como un reconocimiento a este longevo personaje que nos ha dejado y, sobre todo, como una invitación a reflexionar sobre el significado de la fe en la sociedad contemporánea. Creo que algunos de mis amigos que se encuentran en la famosa “crisis de la mitad de la vida” (entre los 40 y 50 años) se reconocerían sin dificultad en las palabras de Felipe de Edimburgo: “La soledad y el vacío y el anticlímax de ir hasta la luna para no encontrar nada, a no ser la desolación inquietante, el silencio fantasmal, la oscuridad. En eso consiste la falta de fe. Lo contrario de encontrar... la maravilla, el éxtasis, el milagro de la creación divina, el diseño y el propósito de Dios”. 

Vacío, desolación y oscuridad son tres palabras que pueden describir lo que experimentamos por dentro cuando no sabemos por qué y para qué existimos. Son palabras simbólicas que la Biblia utiliza también para describir cómo era al principio (génesis) la realidad: “La tierra era una soledad caótica y las tinieblas cubrían el abismo” (Gn 1,2). Me sorprende esta coincidencia entre el vacío y la oscuridad que preceden al relato de la creación y el vacío y la oscuridad que se adueñan de nosotros cuando perdemos la fe. En ambos casos, necesitamos la fuerza de una palabra creadora que pronuncie el “hágase la luz” (Gn 1,3) para pasar del caos al orden, de la confusión al sentido, de la oscuridad a la visión.

Hans Küng (1928-2021)

El otro día prometí que volvería sobre la figura de Hans Küng. Lo hago hoy, pero no para hacer un balance crítico de su ingente producción (asunto que me desborda por completo) o para juzgar su cuestionada ortodoxia, sino para apreciar su pasión por presentar la fe cristiana como una respuesta razonable a la pregunta por el sentido. Entre las varias obras que abordan este asunto, la más difundida es, sin duda, su ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo, publicada en alemán en 1978 y traducida espléndidamente al español por José María Bravo Navalpotro en 1979. Tuve oportunidad de leerla en aquel momento. Todavía la conservo en mi biblioteca personal. 

Sus 972 densas páginas desaniman al más pintado, pero basta con que uno lea el último párrafo, que reza así: “¿Existe Dios? Pese a todas las conmociones y dudas, también para el hombre de hoy puede ser la única respuesta adecuada aquella con que han confesado su fe desde tiempos antiguos los creyentes de todas las generaciones. Comienza con una alabanza: A Ti, oh Dios, te alabamos. Y concluye con un acto de confianza: En ti, Señor, confié, no me veré defraudado para siempre”. Estoy seguro de que Hans Küng no se ha visto defraudado en su encuentro definitivo con ese Dios a quien buscó con pasión y que tanto quiso que los demás lo buscáramos, convencido como estaba de que se puede ser un hombre o una mujer de nuestro tiempo y creer, al mismo tiempo, en el Dios revelado por Jesús.

Amancio Prada (1949-...)

Cuando comparo la profundidad y honradez con las que a lo largo de los siglos grandes pensadores y artistas han afrontado la cuestión de Dios (incluso para negarla) y la superficialidad y banalidad con que muchos de nuestros contemporáneos la despachan hoy, confieso que siento una profunda tristeza. No me aterra que uno se declare ateo o agnóstico. Comprendo perfectamente que la inmensidad del Misterio deja amplio espacio para que broten estas actitudes. Es muy probable incluso que todos nosotros hayamos atravesado algunas etapas caracterizadas por la negación, la crisis o la duda. Lo que me desconcierta es eliminar olímpicamente la pregunta por considerarla impertinente o insignificante.

Creo que lo que más ayuda a superar esta ola de superficialidad que nos inunda no es multiplicar las lamentaciones (y mucho menos criticar a las personas), sino poner al alcance de las nuevas generaciones los testimonios personales de hombres y mujeres de todas las épocas (científicos, filósofos, teólogos, artistas, santos de extracción popular) que se han tomado en serio la búsqueda de Dios. Lo que mueve nuestro corazón no suele ser un argumento lógico (por redondo que pueda parecer), sino las historias de quienes han cambiado sus vidas cuando han sentido el paso de Dios por ellas. El contacto con esas vidas iluminadas puede convertirse en una especie de “hágase la luz” en la oscuridad y el vacío con el que muchos viven. Nunca pierdo la esperanza. Acudo con frecuencia a los versos de León Felipe: “Nadie fue ayer, / ni va hoy, / ni irá mañana / hacia Dios / por este mismo camino / que yo voy. / Para cada hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol... / y un camino virgen / Dios”. Todos tenemos derecho a explorar nuestro propio camino. No hay dos experiencias iguales. 

Si tenéis tiempo, os recomiendo deleitaros con este concierto del cantautor Amancio Prada en el que, entre otras piezas, interpreta el Cántico espiritual de san Juan de la Cruz, acompañado por la orquesta y coro de RTVE. Es toda una meditación para que se haga la luz



4 comentarios:

  1. ¡Qué belleza! Gracias hermano, por tu reflexión y por el concierto. Que nos abramos a estas luces de personas, poemas y música...

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    1. Cuando Amancio Prada canta solo con la guitarra es ya una delicia. Con el acompañamiento de la orquesta y del coro, rayamos lo sublime. Su voz es limpia, sin la impostación un poco forzada de algunas de las grandes figuras del canto. Y, desde luego, con una afinación, una sensibilidad y un fraseo que ya quisieran para sí la mayoría de los cantantes de música ligera.

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  2. Gracias un día más por tus palabras. Para mí no hay mayor luz cuando estoy en la oscuridad que el testimonio de fe de las personas concretas que son parte de mi vida. Unos a otros nos vamos iluminando y acompañando en esta apasionante aventura de buscar a Dios, de rastrear las huellas del Señor Jesús en nuestra existencia

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  3. ...Y aunque reconozco que es un camino duro para uno mismo, quizás una forma privilegiada de antídoto a la anorexia de Dios que padece nuestra cultura occidental, sea la posibilidad y la capacidad que tengamos de exponer la personal y apasionada búsqueda de Dios. Y si luego (y lo creo posible) tienes el privilegio de compartirla con otros que también buscan, y además, haces de esa búsqueda común un "estilo de vida", creo que pudiéramos estar ofreciendo lo que muchos también buscan sin saberlo.

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