Páginas web y blogs

sábado, 6 de marzo de 2021

Variaciones sobre la misericordia


Todos los años el sábado de la segunda semana de Cuaresma se lee la parábola del hijo pródigo (o del padre misericordioso y sus dos hijos). Esta mañana, mientras la meditaba durante mi tiempo de oración personal, se me ha ocurrido recrearla. Inspirado en la parábola de Jesús que nos cuenta el evangelio de Lucas (15,11-32), he imaginado cómo se desarrollaría la historia hoy, en el segundo año de la pandemia. Se trata de una ficción literaria. Espero no traicionar lo esencial de una parábola que ha llegado fresca hasta nosotros y que expresa, quizás como ninguna otra, cómo es el Dios Padre que Jesús nos revela. Me parece una mina llena de tesoros inagotables.

En marzo de 2021, segundo año de la famosa pandemia de Covid-19, se acercaron a Jesús muchas personas de mal vivir para escucharlo. Algunos cristianos muy tradicionalistas murmuraban diciendo: “Este Jesús acoge a los pecadores y come con ellos. No sabe con qué gente se junta. De seguir así, va a acabar con la religión”.

Jesús entonces empezó a contar esta parábola:

Un hombre tenía dos hijos que vivían con él. Estaba también la madre, pero, como siempre andaba ocupada en las faenas de la casa, no aparecía en la foto. El hijo pequeño, que se llamaba Autónomo Aventurero, un día le dijo a su padre: “Papá, ya me he cansado de estar todo el día en casa bajo tus órdenes. Dame la inteligencia y la libertad que me corresponden porque quiero vivir por mi cuenta sin tener que depender de ti”. El padre accedió a repartir sus bienes entre los hijos, muy consciente de que este acto implicaba prácticamente anticipar su muerte.

No muchos días después, el hijo menor, que soñaba vivir en una especie de paraíso en la tierra, se marchó de casa y empezó a probar todo lo que siempre quiso hacer y nunca se atrevió. Derrochó su salud y su fortuna viviendo perdidamente. Ensayó todas las formas imaginables de gozar del sexo, se sumergió en el mundo del alcohol y las drogas, abandonó toda práctica religiosa por considerarla banal, emprendió varias relaciones de corta duración, se libró de algunos hijos no queridos mediante el aborto e incluso promovió una campaña publicitaria con el eslogan: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”.

Cuando se le acabaron los ahorros y se encontraba solo y casi desahuciado, vino por aquella tierra una pandemia de coronavirus. Se contagió como otros millones de personas. Como no disponía de recursos ni lo admitían en ningún trabajo (ni siquiera de vendedor callejero), empezó a pasar necesidad. A mediodía acudía a un comedor social de Cáritas, procurando que no lo vieran ninguno de sus viejos amigotes.

A fuerza de mucho insistir, un agricultor lo contrató en la campaña de recogida de fruta. No se necesitaba ninguna preparación especial para este tipo de trabajo. Se alimentaba a base de los melocotones que se llevaba a casa, pero nadie se preocupó de proporcionarle una vivienda digna o de darle de alta en la seguridad social.

Llegó un momento en que no pudo más. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos de los empleados del negocio de mi padre tienen las espaldas cubiertas, mientras yo aquí me muero de hambre. Ya sé que es humillante, pero cogeré el primer tren de vuelta a casa. Me presentaré ante mi padre y le diré: “Papá, ya sé que te he defraudado y que he sido injusto contigo. No me extraña si no me consideras hijo tuyo. Lo entiendo. Lo único que te pido es que me permitas trabajar en tu negocio para ganarme la vida”.

La película se desarrolló casi como la había imaginado. Salió de su pensión de madrugada, compró un billete de tren con el dinero que pudo recaudar mendigando en la calle y se presentó varias horas después en la casa de su padre. En realidad, antes de que llegara, cuando caminaba con una vieja mochila por la calle que conducía a su casa, su padre lo vio por la ventana. Bueno, su padre y su madre, porque ambos habían sentido una corazonada. Algo dentro de ellos les decía que el hijo pequeño volvería a casa. Bajaron corriendo la escalera del primer piso, echaron a correr a pesar de su edad y sus achaques, se le echaron al cuello y lo cubrieron de besos. (Aunque la historia no habla de la madre, también ella participó de una manera muy discreta en toda la historia).

El chico recordó el guion que había ensayado tantas veces en su cabeza y, sin más preámbulos, le dijo a su padre: “Papá, ya sé que te he defraudado y que he sido injusto contigo. No me extraña si no me consideras hijo tuyo. Lo entiendo”. Ni el padre ni la madre le hicieron ninguna pregunta aclaratoria. Y mucho menos algún reproche. El padre, con los ojos humedecidos, dijo a una de las empleadas domésticas: “Ana, por favor, prepara el baño para mi hijo y déjale en su habitación una ropa nueva. No te olvides del calzado. Y, por supuesto, preparad una cena para esta noche, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

A eso de las nueve de la noche empezaron a celebrar el banquete. Todos iban vestidos de punta en blanco. Se respiraba un ambiente de mucha alegría.

El hijo mayor se encontraba en las oficinas de la empresa familiar. Cuando estaba estacionando el coche en el garaje, oyó la música y el jolgorio en el comedor de la planta baja. Llamó a uno de los empleados y le preguntó qué era aquello. Pablo, que así se llamaba el conductor de su padre, se limitó a decirle: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre se ha alegrado tanto que ha organizado una cena por todo lo alto porque lo ha recobrado con salud a pesar de la que está cayendo”.

El hijo mayor (quizá se llamaba Rubén) se indignó y no quería entrar en el comedor. Cuando se enteró, su padre bajó al garaje e intentaba persuadirlo. Entonces él, con las venas del cuello hinchadas por la rabia, respondió a su padre: “Mira, me he pasado todos estos años en casa, echándote una mano en la empresa, sin desobedecer nunca una orden tuya. No recuerdo que en todo este tiempo me hayas pagado unas vacaciones o hayas organizado ninguna fiesta para mí y mis amigos, a no ser la del día de mi graduación; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que ha malgastado todo lo que le diste con fulanas de mal pelaje, le organizas esta movida”. En realidad, el hijo mayor aprovechó la ocasión para lanzarle a su padre algunos dardos más, pero no forman parte de la historia.

Entonces, el padre, sin perder la compostura, le dijo: “Hijo (o quizás lo llamó Rubén), tú estás siempre conmigo en casa. Sabes que todo lo mío es tuyo. No necesito repetírtelo cada día. Comprenderás que era preciso celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Cuando Jesús acabó de contar la historia, el grupo se dividió por la mitad: unos se alegraron (porque entendieron que podían reconocerse muy bien en el personaje del hijo pequeño) y otros se indignaron (porque les pareció que Jesús proyectaba su manera de ser en el hijo mayor). La parábola no dice que entonces salió la madre de la cocina y abrazó al mismo tiempo a los dos hijos. Pero esta es otra historia que bien podría dar origen a una nueva parábola. Quien pueda (y quiera) entender, que entienda.


Variations on mercy

Every year on the Saturday of the second week of Lent, the parable of the prodigal son (or of the merciful father and his two sons) is read. This morning, while meditating on it during my personal prayer time, I thought to recreate it. Inspired by the parable of Jesus told in Luke's Gospel (15:11-32), I imagined how the story would unfold today, in the second year of the pandemic. This is a literary fiction. I hope I am not betraying the essence of a parable that has come down to us fresh and that expresses, perhaps like no other, what the God the Father is like whom Jesus reveals to us. It seems to be a mine full of inexhaustible treasures.

In March of 2021, the second year of the famous Covid-19 pandemic, many people of bad life came to Jesus to listen to Jesus. Some very traditionalist Christians murmured: "This Jesus welcomes sinners and eats with them. He doesn't know what kind of people he hangs around with. If he goes on like this, he is going to put an end to religion."

Jesus then began to tell this parable:

A man had two sons who lived with him. The mother was also there, but because she was always busy with housework, she was not in the picture. The younger son, whose name was Autonomous Adventurer, one day said to his father: "Dad, I've had enough of being at home all day under your orders. Give me the intelligence and freedom I am entitled to because I want to live on my own without having to depend on you". The father agreed to divide his property among his sons, well aware that this act implied practically anticipating his death.

Not many days later, the youngest son, who dreamed of living in a kind of paradise on earth, left home and began to try everything he had always wanted to do but never dared. He squandered his health and his fortune living madly. He tried every imaginable way of enjoying sex, immersed himself in the world of alcohol and drugs, abandoned all religious practices as banal, entered into several short-term relationships, got rid of some unwanted children through abortion, and even promoted an advertising campaign with the slogan: "God probably doesn't exist. Stop worrying and enjoy life."

When his savings ran out and he found himself alone and almost destitute, a coronavirus pandemic came through that land. He was infected like millions of others. As he had no resources and was not allowed to work in any job (not even as a street vendor), he began to be in need. At midday he would go to a Caritas soup kitchen, making sure that none of his old friends saw him.

After much insistence, a farmer hired him for the fruit picking season. No special training was needed for this kind of work. He was fed on the peaches he took home, but no one bothered to provide him with decent housing or to register him for social security.

There came a time when he could take no more. Thinking it over, he said to himself: "How many of the employees in my father's business have their backs covered, while I am starving here. I know it's humiliating, but I'll take the first train home. I'll go to my father and say, "Dad, I know I've let you down and I've been unfair to you. No wonder you don't consider me your son. I understand that. All I ask is that you allow me to work in your business to earn a living."

The movie unfolded almost as he had imagined it. He left his boarding house in the wee hours of the morning, bought a train ticket with the money he was able to raise by begging on the street, and showed up several hours later at his father's house. Actually, before he arrived, as he was walking with an old backpack down the street leading to his house, his father saw him through the window. Well, his father and mother, because they had both felt a hunch. Something inside told them that the youngest son would be coming home. They ran down the stairs to the second floor, ran despite his age and infirmities, threw themselves around his neck, and covered him with kisses. (Although the story does not talk about the mother, she also participated in a very discreet way in the whole story).

The boy remembered the script he had rehearsed so many times in his head and, without further ado, said to his father: "Dad, I know that I have let you down and that I have been unfair to you. No wonder if you don't consider me your son. I understand." Neither the father nor the mother asked him any clarifying questions. Much less any reproach. The father, with moist eyes, said to one of the maids: "Ana, please, prepare the bath for my son and leave him some new clothes in his room. Don't forget the shoes. And, of course, prepare a dinner for tonight, because this son of mine was dead and has come back to life; he was lost and we have found him".

At about nine o'clock in the evening they began to celebrate the banquet. Everyone was dressed to the nines.

The eldest son was in the offices of the family business. As he was parking the car in the garage, he heard music and revelry in the dining room downstairs. He called one of the employees and asked what it was all about. Paul, that was the name of his father's driver, simply said: "Your brother is back, and your father was so happy that he organized a big dinner party because he got him back in good health in spite of what was going on".

The eldest son (perhaps his name was Ruben) was indignant and did not want to enter the dining room. When he found out, his father went down to the garage and tried to persuade him. Then he, with the veins in his neck swollen with rage, replied to his father: "Look, I've spent all these years at home, lending you a hand in the company, without ever disobeying an order from you. I don't remember that in all this time you have paid me for a vacation or organized any party for me and my friends, except for my graduation day; instead, when that son of yours who has squandered everything you gave him with some trashy whores, you organize this party for him". Actually, the older son took advantage of the occasion to throw some more darts at his father, but they are not part of the story.

Then, the father, without losing his composure, told him: "Son (or maybe he called him Rubén), you are always with me at home. You know that everything of mine is yours. I don't need to repeat it to you every day. You will understand that it was necessary to celebrate a feast and rejoice because this brother of yours was dead and has come back to life; he was lost and we have found him".

When Jesus finished telling the story, the group was divided in half: some rejoiced (because they understood that they could recognize themselves very well in the character of the younger son) and others were indignant (because it seemed to them that Jesus was projecting his way of being on the older son). The parable does not say that the mother then came out of the kitchen and embraced both sons at the same time. But this is another story that could well give rise to a new parable. Whoever can (and will) understand, let him understand.

2 comentarios:

  1. Me gusta la adaptación que haces y que retrata bien los hechos que se dan en nuestra vida, en nuestras familias, en relación con los jóvenes y no tan jóvenes…
    Podemos sentirnos el hijo menor, no hemos dado importancia a la vida… hemos vivido distantes de Dios, pero en el momento que todo se nos tuerce, volvemos… tenemos necesidad del abrazo de Dios y de sentir y vivir su perdón.
    Podemos sentirnos el hijo mayor, cuando reprochamos a Dios, porque sentimos envidia de los demás, cuando no entendemos que Él nos ama a todos, cuando porque no hemos sido agradecidos no valoramos su actitud de Padre bueno que busca el bien de los hijos.
    En el fondo, el hijo menor, continúa amando y es capaz de rectificar y pedir perdón… Al hijo mayor, el orgullo le distancia del padre y acaba imponiéndose y maltratándole de palabra… Se supone que es capaz de recapacitar y rectificar. Estos hechos se dan también, en las familias, cuando los hijos ya tienen cierta edad y los padres son ancianos…

    ResponderEliminar
  2. ¡La imaginación al poder! ¡Me encanta! Y me quedo esperando la segunda parte. Hemos quedado en el punto en que la madre abraza a los dos hijos. ¡Gracias!

    ResponderEliminar

En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.