El papa Francisco ya está en Roma después de haber completado su viaje a Irak. Los periódicos de todo el mundo se han hecho eco de la visita, aunque me da la impresión de que los medios españoles han informado en tono menor, quizás porque no han comprendido bien la trascendencia mundial de este viaje o por otras razones que prefiero no imaginar. Quien lo desee y tenga tiempo, puede encontrar aquí todas las intervenciones del Papa, incluyendo los vídeos de los momentos principales. Solo cuando se conoce la milenaria presencia del cristianismo en esa región del mundo y la tragedia de los últimos años se puede intuir el significado de un viaje que Juan Pablo II quiso hacer en varias ocasiones (sobre todo, en el Gran Jubileo del año 2000) y nunca pudo realizar.
El viernes 5 de marzo por la tarde Francisco se reunió en la catedral católica siria de Nuestra Señora de la Salvación de Bagdad con un nutrido grupo de obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y catequistas. Allí, en el mismo lugar en el que hace diez años fueron asesinados 48 cristianos a manos del ISIS, pronunció estas palabras:
“Nos hemos reunido en esta Catedral de Nuestra Señora de la Salvación, bendecidos por la sangre de nuestros hermanos y hermanas que aquí han pagado el precio extremo de su fidelidad al Señor y a su Iglesia. Que el recuerdo de su sacrificio nos inspire para renovar nuestra confianza en la fuerza de la Cruz y de su mensaje salvífico de perdón, reconciliación y resurrección. El cristiano, en efecto, está llamado a testimoniar el amor de Cristo en todas partes y en cualquier momento. Este es el Evangelio que proclamar y encarnar también en este amado país”.
Como los medios de todo el mundo han recordado en estos días, los cristianos han pasado de ser casi un millón y medio en vísperas de la guerra del Golfo a algo menos de 300.000. ¡Ojalá el viaje del Papa anime a muchos de los que tuvieron que ir a regresar a sus casas!
He procurado seguir el viaje a través de las imágenes que ofrecía en directo la agencia vaticana Vatican News. Reconozco que en algunos momentos me he emocionado viendo al anciano Papa moviéndose con dificultad, con el rostro cansado y sin posibilidad de dirigirse a la gente en su lengua. Tenía que limitarse a leer sus intervenciones en italiano y esperar a que uno de sus jóvenes ayudantes las tradujese al árabe. Pero esa limitación no constituyó una barrera infranqueable. Incluso creo que contribuyó a hacerlo más cercano. [Por cierto, en la conferencia de prensa que dio en el viaje de regreso a Roma, confesó a los periodistas: “En este viaje me cansé mucho más que en los otros. Los 84 años no vienen solos”].
Vi a todos contentos, desde las autoridades musulmanas hasta los líderes y de la Iglesia y, por supuesto, a la gente del pueblo. Es como si, después de tantos años de guerra y muerte, hubieran estado esperando ese momento para exteriorizar sus deseos de fiesta y de un futuro mejor.
Me
vienen a la retina imágenes inolvidables: el acto de oración en medio del
paisaje desolado de Ur (la cuna de Abrahán), el encuentro con el gran ayatolá al-Sistani (máxima
autoridad chiita) en su sencilla casa, el sufragio por las víctimas de la
guerra en la plaza de las iglesias derruidas de Mosul, el encuentro con el
padre de Aylan Kurdi,
el niño sirio que murió ahogado hace cinco años en una playa turca y cuya imagen dio
la vuelta al mundo, la misa en el estadio Franso Hariri de Erbil, etc. Irak
siempre ha sido un mosaico de religiones y grupos étnicos, cuyo destino es
convivir o luchar entre sí. El papa Francisco ha viajado a ese país porque el
pueblo iraquí no podía esperar más. Confió en que la liberación le llegaría de
las potencias occidentales y se ha encontrado con un país destrozado. Por si no
fuera suficiente, el autodenominado Estado Islámico, detrás del cual había
oscuros patrocinadores, acentuó aún más la destrucción. En lugar de la
democracia y la seguridad, se ha encontrado con la anarquía.
Si Dios es el Dios de la vida —y lo es— a nosotros no nos es lícito matar a los hermanos en su nombre.Si Dios es el Dios de la paz —y lo es— a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre.Si Dios es el Dios del amor —y lo es— a nosotros no nos es lícito odiar a los hermanos.
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