Ya hace días que han florecido los ciruelos del jardín.
Aquí no tenemos almendros, que suelen ser los primeros en echar flores. Faltan
más de tres semanas para que llegue la primavera, pero la naturaleza tiene su
propio reloj. No siempre coincide con el nuestro. Esperemos que estos brotes de
vida sean un símbolo de esa vida nueva que esperamos cuando la pandemia sea
solo un recuerdo. Mientras tanto, aunque las cifras de contagiados parecen
descender, aumenta la pandemia silenciosa de quienes ven empeorar
su salud mental. Quizá muchos de nosotros acusamos algunos síntomas
de este deterioro. De hecho, una persona que vino a vernos hace unos días, me
escribió después un correo electrónico femeninamente certero: “En la
reunión te noté menos alegre que otras veces”. A menudo, son los demás
quienes mejor diagnostican lo que nos pasa. Es obvio que, aunque la fuente de
la alegría sigue manando por dentro, lo vivido durante estos meses pasa su
factura emocional. Vamos perdiendo frescura, espontaneidad, ganas de vivir… y
hasta sentido del humor. Es verdad que, en mi caso, vivimos casi como en una
burbuja, pero eso no significa que no acusemos los muchos golpes producidos por
muertes cercanas, pérdidas de trabajo y otras situaciones complicadas. Me
preocuparía mucho si el exceso de seguridad nos anestesiara frente al
sufrimiento ajeno.
Cuando comienzan a florecer los primeros árboles y el
tapiz del césped se llena de margaritas, entonces uno recuerda que la vida
siempre triunfa sobre la muerte, que, por muy duro y largo que sea el invierno,
siempre acaba llegando la primavera. Pero lo hace a distintas velocidades. Los
almendros, por ejemplo, florecen muy pronto (a veces a finales de enero) porque
necesitan mucho tiempo para engordar su fruto. También los cerezos y los
ciruelos (todos ellos pertenecientes al género Prunus) suelen ser de los
adelantados. Son los centinelas de la primavera, los que activan nuestra
esperanza. Yo reconozco que soy un enamorado del otoño y del invierno, pero
disfruto cuando empiezo a ver signos de un nuevo ciclo. Como estoy convencido
de que el primer libro en el que Dios nos habla es la naturaleza, me gusta
observar y descifrar sus códigos. Un ciruelo en flor, din decir nada, lo está
diciendo todo: “No te preocupes. Tampoco este año el invierno ha podido
conmigo. La savia de la vida es imparable”. Si traslado este mensaje
silencioso al otro libro – el de la historia – entonces el
mensaje sonaría más o menos así: “No te preocupes, la pandemia no va a durar
siempre. Recoge sus lecciones y concéntrate en vivir”.
¿Cuáles son los centinelas de la “otra” primavera, la que
tiene que ver con nuestro renacimiento espiritual? Yo creo que uno de esos
signos de la “primavera eclesial” es la fuerza que está teniendo en muchas
personas y comunidades la acogida de la palabra de Dios. He visto verdadera
ansia por conocer la Biblia y, a partir de ella, iluminar lo que nos está
pasando. Me vienen a la memoria las palabras del libro de Jeremías: “El
Señor volvió a dirigirme la palabra: —¿Qué ves, Jeremías? Respondí: —Veo una
rama de almendro. El Señor me dijo: —Bien visto, porque yo velo para cumplir mi
palabra” (Jr 1,11-12). El almendro florido es el Señor. Su palabra nos
anuncia siempre un mensaje de vida y de futuro. Por eso, quienes dedican su
vida a anunciar esta palabra se parecen también a los centinelas: “A ti,
hijo de hombre, te he puesto de centinela en la casa de Israel; cuando escuches
una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte” (Ez 33,7). Tenemos muchos
motivos para ser agoreros, comunicadores de malas noticias. La realidad
cotidiana nos ofrece un muestrario extenso. Pero eso no ayuda demasiado a
vivir. Lo que genera confianza y ganas de futuro es descubrir las buenas
noticias. Solo quienes tienen la mirada larga y la paciencia del centinela son capaces
de encontrarlas.
Spring sentinels
The plum trees in the garden have been in bloom for a few days now. We don't have almond trees here, which are usually the first to bloom. Spring is more than three weeks away, but nature has its own clock. It doesn't always coincide with ours. Let's hope that these shoots of life are a symbol of that new life we hope for when the pandemic is just a memory. In the meantime, although the numbers of those infected seem to be falling, the silent pandemic of those whose mental health is deteriorating is increasing. Perhaps many of us feel some symptoms of this deterioration. In fact, one person who came to see us a few days ago wrote me a femininely accurate e-mail afterwards: "At the meeting I noticed you were less cheerful than at other times". Often, it is others who best diagnose what is wrong with us. It is obvious that, although the source of joy continues to flow from within, what we have experienced during these months takes its toll emotionally. We have lost freshness, spontaneity, zest for life... and even a sense of humor. It is true that, in my case, we live almost like in a bubble, but that does not mean that we do not feel the many blows produced by deaths, job losses, and other complicated situations. I would be very worried if the excess of security anesthetized us in the face of the suffering of others.
When the first trees begin to blossom and the carpet of the lawn fills with daisies, then one remembers that life always triumphs over death, that, however hard and long the winter may be, spring always arrives in the end. But it does so at different speeds. Almond trees, for example, bloom very early (sometimes at the end of January) because they need a long time to fatten their fruit. Cherry and plum trees (all of which belong to the Prunus genus) are also early bloomers. They are the sentinels of spring, the ones that activate our hope. I admit that I am a fall and winter lover, but I enjoy it when I begin to see signs of a new cycle. As I am convinced that the first book in which God speaks to us is nature, I like to observe and decipher its codes. A plum tree in bloom, without saying anything, is saying everything: "Don't worry. This year too, winter has not been able to get to me. The sap of life is unstoppable". If I transfer this silent message to the other book - history - then the message would sound something like this: "Don't worry, the pandemic won't last forever. Collect its lessons and concentrate on living."
What are the sentinels of the "other" spring, the one that has to do with our spiritual rebirth? I believe that one of the signs of the "ecclesial springtime" is the strength that the acceptance of the Word of God is having in many people and communities. I have seen a real eagerness to know the Bible and, from it, to shed light on what is happening to us. The words of the book of Jeremiah come to mind: "The Lord spoke to me again: 'What do you see, Jeremiah? I said, "I see a branch of an almond tree. And the Lord said to me, "Well seen, for I watch to perform my word" (Jeremiah 1:11-12). The blossoming almond tree is the Lord. His word always announces to us a message of life and of the future. Therefore, those who dedicate their lives to proclaiming this word are also like watchmen: "You, son of man, I have made you a watchman in the house of Israel; when you hear a word from my mouth, you shall warn them from me" (Ez 33:7). We have many reasons to be doomsayers, communicators of bad news. The daily reality offers us an extensive sample. But this does not help us to live. What generates confidence and a desire for the future is to discover the good news. Only those who have a long look and the patience of the sentinel are capable of finding them.
Gracias Gonzalo. Que hermoso ver esos brotes de primavera. Los pinos que siguen adornando con su verdor a pesar de las nevadas.
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