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viernes, 26 de febrero de 2021

¿Por qué es tan difícil perdonar?

[English below]

El Evangelio de este viernes habla del perdón. Jesús pone un ejemplo muy claro: “Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Más de una vez me han venido a la mente estas palabras antes de celebrar la Eucaristía. ¿Qué sentido tiene celebrar el perdón cuando uno no está dispuesto a perdonar? La vida está llena de agravios: los que recibimos y los que procuramos. A veces, se trata de pequeñas heridas que se curan casi solas con un poco de buena voluntad y el bálsamo de la convivencia. Pero hay veces que se agrandan y se infectan. Entonces, se necesita una intervención quirúrgica, no basta una poco de mercromina y una tirita. He tenido la oportunidad de encontrarme con personas a las que les resultaba “imposible” perdonar las agresiones sufridas. Suele ser común entre las víctimas del terrorismo, de los abusos sexuales y de algunos divorcios y separaciones. Se genera tal carga de resentimiento y de odio que el paso del tiempo solo consigue incrementarla. No es fácil acompañar a personas con estos sentimientos. Su reivindicación es que “se haga justicia”. No descansan hasta no ver restaurado el orden roto. Se comprende muy bien. 

¿Por qué es tan difícil perdonar? No lo sé. Imagino que no hay dos casos iguales. El perdón se puede entender como cobardía, rendición o debilidad. Y lo que buscamos cuando nos sentimos heridos es precisamente lo contrario. Buscamos reparación, fuerza, recuperar el equilibrio roto. Creo que los seres humanos llevamos ínsita en nuestro ADN la ley del talión. Es una especie de homeostasis espiritual. Necesitamos pagar con la misma moneda usada por nuestros agresores: “ojo por ojo y diente por diente”. Conscientes de esta incurable tendencia humana, las legislaciones de los diversos países han tratado de atemperarla con diversas leyes que buscan la equidad, la proporcionalidad y la oportunidad necesarias. Es un gran avance para no dejarnos llevar por la ley de la selva. Los seres humanos necesitamos restaurar lo roto para entrar en un nuevo equilibrio. Más vale no olvidarlo. Pero ¿es esto a lo máximo a que podemos aspirar? Jesús nos propone ir más lejos. O, si queremos, más a la raíz. Hacer justicia es necesario, pero casi nunca es suficiente para apaciguar el corazón. Jesús, que ha buceado hasta el fondo de la condición humana, lo sabe muy bien. Por eso, su propuesta es atrevida. Nos invita a perdonar como nosotros somos perdonados por Dios; es decir, infinitamente. Cometeríamos un grave error si consideramos esta invitación como un precepto ético. No hay ser humano que pueda hacer algo semejante. En cierto sentido, va contra nuestro ADN. Jesús lo sabe mejor que nadie. Por eso, no nos “manda” perdonar. Nos invita a acoger el “don” del perdón que viene de Dios.

Quienes han experimentado la transformación interior que produce el verdadero perdón saben de qué se trata. Los demás nos limitamos a intuirlo y tal vez a desearlo, aunque he conocido a personas que no quieren perdonar porque el resentimiento constante es la droga que las mantiene vivas. Cuando, por el contrario, tenemos la gracia de encontrarnos con personas que han perdonado a sus enemigos (incluso en situaciones que nos parecen sobrehumanas), casi siempre descubrimos que han podido hacerlo porque antes se han sentido perdonadas. En otras palabras, porque no se han limitado a lamerse las heridas de su condición de “víctimas”, sino que han explorado también su vertiente de “pecadores”. Cuando se han sentido perdonadas por Dios, ese perdón se ha desbordado hasta alcanzar a sus propios victimarios. Es decir, ha sucedido un milagro. Me parece que no hay “milagro” más eficaz que el que se produce cuando una persona llena de odio y rencor puede experimentar la paz y la alegría del perdón. No es comparable a nada. Pero se trata de un “milagro”; por tanto, de un signo de gracia que excede nuestra capacidad ética. El perdón es como indica la misma etimología de la palabra un don que se pide, se acoge, se agradece y se comparte. A veces, llega de forma súbita, pero, por lo general, es el fruto de un largo proceso de sanación. Estoy convencido de que una gran parte de los problemas que tenemos en las familias, comunidades e instituciones se debe a que muchos de nosotros seguimos almacenando altas dosis de resentimiento que proyectamos sobre los demás (a menudo, de forma inconsciente) en una espiral imparable de odio. Solo las personas reconciliadas pueden cambiar de verdad nuestro mundo.


Why is it so difficult to forgive?

This Friday's Gospel speaks of forgiveness. Jesus gives us a very clear example: "If you bring your gift to the altar, band there recall that your brother has anything against you, leave your gift there at the altar, go first and be reconciled with your brother, and then come and offer your gift." (Mt 5:23-24). More than once these words have come to my mind before celebrating the Eucharist. What is the point of celebrating forgiveness when one is unwilling to forgive? Life is full of grievances: those we receive and those we make. Sometimes they are small wounds that heal almost by themselves with a little goodwill and the balm of living together. But there are times when they get bigger and become infected. Then, surgical intervention is needed, a little mercurochrome and a band-aid are not enough. I have had the opportunity to meet people who found it "impossible" to forgive the aggressions they had suffered. It is often common among victims of terrorism, sexual abuse, and some divorces and separations. Such a load of resentment and hatred is generated that the passage of time only manages to increase it. It is not easy to accompany people with these feelings. Their demand is that "justice be done". They do not rest until they see the broken order restored. It is easy to undertsand. 

Why is it so difficult to forgive? I do not know. I imagine that no two cases are the same. Forgiveness can be understood as cowardice, surrender, or weakness. And what we seek when we feel hurt is precisely the opposite. We seek reparation, strength, to recover the broken balance. I believe that human beings have the law of retaliation embedded in our DNA. It is a kind of spiritual homeostasis. We need to pay with the same coin used by our aggressors: "an eye for an eye and a tooth for a tooth". Aware of this incurable human tendency, the legislations of the various countries have tried to temper it with various laws that seek the necessary equity, proportionality, and opportunity. This is a great step forward to avoid being carried away by the law of the jungle. Human beings need to restore what is broken in order to enter into a new equilibrium. We had better not forget that. But is this the maximum to which we can aspire? Jesus proposes to go further. Or, if we want, more to the root. To do justice is necessary, but it is almost never enough to appease the heart. Jesus, who has dived to the depths of the human condition, knows this very well. That is why his proposal is daring. He invites us to forgive as we are forgiven by God; that is, infinitely. We would be making a grave mistake if we were to consider this invitation as an ethical precept. No human being could do such a thing. In a sense, it goes against our DNA. Jesus knows this better than anyone. That is why he does not "command" us to forgive. He invites us to accept the "gift" of forgiveness that comes from God.

Those who have experienced the inner transformation that true forgiveness brings know what it is all about. The rest of us only intuit it and perhaps desire it, although I have known people who do not want to forgive because constant resentment is the drug that keeps them alive. When, on the other hand, we have the grace to meet people who have forgiven their enemies (even in situations that seem superhuman to us), we almost always discover that they have been able to do so because they have felt forgiven before. In other words, because they have not limited themselves to licking the wounds of their "victim" condition, but have also explored their "sinner" side. When they have felt forgiven by God, this forgiveness has overflowed to reach their own executioners. A miracle has taken place. It seems to me that there is no more effective "miracle" than when a person filled with hatred and resentment can experience the peace and joy of forgiveness. It is comparable to nothing else. But it is a "miracle"; therefore, a sign of grace that exceeds our ethical capacity. Forgiveness is - as the very etymology of the word indicates - a gift that is asked for, welcomed, appreciated, and shared. Sometimes it comes suddenly, but usually, it is the fruit of a long process of healing. I am convinced that a large part of the problems we have in families, communities, and institutions is due to the fact that many of us continue to store high doses of resentment that we project onto others (often unconsciously) in an unstoppable spiral of hatred. Only reconciled people can truly change our world.



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