Hoy debería
escribir algo sobre la Semana
de Oración por la Unidad de los Cristianos, pero dejo el tema para
más adelante. Me remito a lo vivido el sábado pasado. En mi numerosa e internacional
comunidad romana, todos los sábados, de 8 de la tarde a 10,30 de la noche,
vivimos una experiencia “pi-bi-fi”. Por si esta extraña palabra no dice nada,
debo aclarar que es una apócope de “pizza-birra-film” (o sea, pizza, cerveza y
película). Es una forma de cerrar la semana con un tono festivo. La película
del sábado pasado fue La lavandería
(título original The Laundromat), protagonizada por Meryl Streep, Gary
Oldman y Antonio Banderas. Se estrenó en septiembre de 2019. Se basa en el
libro de Jake Bernstein Secrecy World: Inside the Panama Papers
Investigation of Illicit Money Networks and the Global Elite, que se
centra en el caso de escándalo financiero internacional conocido como Panama Papers. Con
esta expresión – que en español traducimos por Papeles de
Panamá − los medios de comunicación se refirieron a una filtración informativa de
documentos confidenciales de la desaparecida firma de abogados panameña Mossack
Fonseca. Esta firma ofrecía servicios que consistían en fundar y establecer
compañías inscritas en un paraíso fiscal con el objetivo primario de “ocultar
la identidad de los propietarios”. Es fácil imaginar cuántas empresas y
particulares se beneficiaron de esta “lavandería” fiscal y financiera.
La película me
hizo evocar la peor cara de nuestro mundo, esa que está asociada al comercio internacional
de armas, el mercado de la droga, el tráfico de órganos y personas, el lavado
de dinero, las evasiones fiscales, los sobornos y extorsiones y tantos otros
fenómenos de perversión y maldad. Aunque no lo sepamos, aunque de vez en cuando
admiremos o saludemos a personas de guante blanco, nadamos en un océano de
corrupción. Muchos de los magnates que exhiben su insultante riqueza en las
páginas del papel couché o la esconden de las miradas indiscretas en sus mansiones de ensueño la han
amasado de manera fraudulenta, saltándose todas las reglas del juego. Pueden
parecer personas honorables, pero, en realidad, son lobos con piel de oveja, sanguijuelas
que devoran a quien sea necesario con tal de medrar.
A ellos se les podrían
aplicar las palabras
duras del profeta Amós: “Escuchad esto, los que pisoteáis al pobre |y
elimináis a los humildes del país, diciendo: «¿Cuándo pasará la luna nueva, |
para vender el grano, | y el sábado, para abrir los sacos de cereal |
—reduciendo el peso y aumentando el precio, | y modificando las balanzas con
engaño— para comprar al indigente por plata | y al pobre por un par de
sandalias, | para vender hasta el salvado del grano?». El Señor lo ha jurado
por la Gloria de Jacob: | No olvidaré jamás ninguna de sus acciones” (Am
8,4-7). Al principio y al final de la película se evoca irónicamente la bienaventuranza de
Jesús que habla sobre los mansos que poseerán la tierra. ¿Se trata de un mero
desahogo poético o es verdad que Dios se pone de parte de los oprimidos? ¿No
estamos viendo a diario lo contrario, que los poderosos triunfan y siempre se
salen con la suya?
El mismo sábado,
con alguna hora de retraso, pude ver un reportaje
de Informe Semanal sobre las consecuencias del temporal Filomena
en España y, más concretamente, en Madrid. Junto a las primeras imágenes idílicas
de la abundante nieve, en seguida aparecieron otras que mostraban sus
consecuencias dañinas. Era algo conocido. Los medios de comunicación han estado
hablando profusamente de ello a lo largo de la semana pasada. Lo que más me
llamó la atención fue el derroche de solidaridad que se desató en todas partes.
El reportaje se fijó mucho en la famosa iglesia de san Antón, en el
centro de Madrid, donde trabajan los voluntarios de Mensajeros de la Paz con el
mediático Padre Ángel a la cabeza. Muchos hombres y mujeres de la calle encuentran
allí comida caliente, ropa de abrigo y, sobre todo, personas que los acogen y
escuchan. Pero eso es solo un pequeño botón de muestra porque la solidaridad se
extendió a personas que se organizaron para limpiar las calles, taxistas y
voluntarios que trasladaron a personas (sobre todo, enfermos) cuando no podían
funcionar los transportes públicos, sanitarios que doblaron sus
turnos, voluntarios de todo tipo que donaron sangre, hicieron la compra a
ancianos, asistieron a los enfermos, personal de Caritas, policías y soldados de diversos cuerpos, etc.
Es emocionante ver esta otra cara del
mundo. Los seres humanos podemos ser ratas y sanguijuelas (como se ve en la
película La lavandería) o ángeles custodios que nos preocupamos por los
demás (como se ha comprobado a propósito de la borrasca Filomena).
Quisiera creer que, por mucha miseria y maldad que hay en nuestro mundo,
nuestro corazón está hecho para ser solidarios, que todos nos sentimos más
nosotros mismos y felices cuando salimos de nuestro egoísmo y nos podemos a
servir. Solo cuando esta cara sea dominante, podremos empezar a ver que María
tenía razón cuando, en su Magnificat, proclamaba que Dios “derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los
colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.
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