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miércoles, 20 de enero de 2021

Madre de la unidad

Hoy los informativos de todo el mundo hablarán de la toma de posesión de Joe Biden como el 46 presidente de los Estados Unidos en una ciudad de Washington blindada. Tengo curiosidad por escuchar en directo su discurso inaugural. Cuando jure su cargo, se encontrará con un país muy dividido y que ha superado ya los 400.000 muertos a causa del Covid. Más al sur, sigue el drama de la caravana de migrantes hondureños detenida y dispersada en Guatemala cuando se dirigía a los Estados Unidos con la esperanza probablemente vana de encontrar acogida en un país que quiere superar los desgarros producidos por la administración Trump, pero que, en buena medida, todavía mira con recelo a los que vienen de fuera. En mi querida Italia, el primer ministro Giuseppe Conte supera la moción de confianza en el parlamento y el senado, pero tendrá que gobernar en minoría parlamentaria. 

Todos estos asuntos ocupan las cabeceras de los periódicos, pero hay otro de largo alcance que como cada año colorea esta tercera semana de enero. Me refiero al sueño de la unidad de las iglesias cristianas divididas desde hace siglos. El tema de la oración de este año 2021 es “Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (Jn 15, 5-9). Evocando el Evangelio de Juan, el fruto evangelizador se relaciona con la permanencia en el amor. Donde no hay amor, no hay misión eficaz.

Se dice que uno de los obstáculos para la unión plena de las iglesias cristianas es la distinta concepción del “ministerio de Pedro” y también la diferente interpretación del significado de la Virgen María. El teólogo suizo Hans Urs von Balthasar hablaba de la existencia del “principio petrino” y el “principio mariano” en la Iglesia. Creo que en las últimas décadas se han dado pasos significativos en la línea de una comprensión común.  Estoy convencido de que María no será una barrera, sino, más bien, una vía de acercamiento porque ella es la madre que Jesús ha dejado a su comunidad reunida. Sin María no hay auténtica comunidad de seguidores de Jesús. Ella nos congrega en la espera del Espíritu Santo, que es el verdadero creador de la unidad en la diversidad, que enriquece la Iglesia con ministerios y dones varios. 

He recordado esta misión de María y del Espíritu en el camino de la unidad al contemplar el mosaico que hace unos días bendijimos en una de las fachadas de la casa en la que vivo. Este mosaico me trae gratos recuerdos. Durante 40 años estuvo en la capilla del colegio internacional Claretianum de Roma, en el que yo residí mientras hacía mis estudios de especialización a comienzos de los años 80 del siglo pasado. Ante este enorme mosaico de más de diez metros cuadrados he orado y celebrado la Eucaristía muchas veces. Esa Virgen de Pentecostés ha sido testigo de capítulos generales, encuentros internacionales de renovación claretiana, etc. Cuando la capilla se modificó en el año 2000, el mosaico fue desmontado y almacenado en fragmentos cuadrados a la espera de un nuevo destino. Han tenido que pasar veinte años hasta que el pasado diciembre se instaló en una de las paredes externas de la capilla de nuestra Curia General.

Contemplando esta Virgen de Pentecostés desde nuestro jardín, con los brazos abiertos y las llamas de fuego, pienso que la unidad no se realizará sin la presencia de la Madre en medio de nosotros. Todos (católicos, ortodoxos y protestantes) tenemos que redescubrirla de un modo nuevo, superando prejuicios históricos y abriéndonos a una nueva comprensión. Como decía el teólogo Karl Rahner hace varias décadas, quienes reducen el cristianismo a mera ideología de interpretación de la realidad o de transformación social no saben dónde situar a María porque las ideologías no necesitan una madre. Quienes, por el contrario, entienden y viven la fe como una adhesión personal a Jesús, sin ninguna violencia se encuentran con María porque Jesús sí tiene una madre.

Delante del nuevo mosaico que acoge a quienes nos visitan, que está expuesto al relente de la noche y a los rayos del sol de mediodía, le pido a esta Madre de la unidad que nos acompañe en este siglo XXI hacia la unidad querida por Jesús cuando le rogaba al Padre que todos fuésemos uno, que nos ayude a aprovechar las riquezas de todos en una nueva unidad, que no es la suma de nuestras imperfecciones, sino el don que Dios nos concede. Al igual que las teselas del mosaico forman una hermosa composición (desde las doradas que refulgen al sol hasta las grises y de otros colores), así la Iglesia puede ser una y diversa en toda su hermosura. Solo una Madre como María, llena del Espíritu Santo, sabe cómo respetar e integrar las diferencias que existen en la familia cristiana. Madre de la unidad, ruega por nosotros.



1 comentario:

  1. Hoy escribes: “Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia” (Jn 15, 5-9). "Evocando el Evangelio de Juan, el fruto evangelizador se relaciona con la permanencia en el amor. Donde no hay amor, no hay misión eficaz."
    "Quienes, por el contrario, entienden y viven la fe como una adhesión personal a Jesús, sin ninguna violencia se encuentran con María porque Jesús sí tiene una madre." y yo añado que, como consecuencia, también la tenemos nosotros, participamos de este amor materno...
    Todo es cuestión de amor, dar amor y también saber recibir amor.
    Cuando puedes experimentar a María como “madre”, esta experiencia y los sentimientos que se remueven, ya nunca más se olvida…
    Gracias Gonzlo, por toda la información que compartes.

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