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jueves, 21 de enero de 2021

La terna del Capitolio

A las 5 de la tarde de ayer, conmocionado todavía por la noticia de la explosión que se produjo en una céntrica calle de Madrid, me puse ante la pantalla de mi ordenador para seguir en directo la ceremonia de inauguración de la presidencia de Joe Biden. Hoy todos los medios le dedican un amplio espacio. Se analiza la ceremonia desde múltiples ángulos, desde la hollywoodiana puesta en escena hasta el contenido de las diversas intervenciones. Todo tuvo la solemnidad, concisión y patriotismo de las grandes ceremonias estadounidenses. Yo me fijé en la terna formada por tres católicos intervinientes: el anciano jesuita Leo O’Donovan, la extravagante Lay Gaga y, por supuesto, el flamante presidente Joe Biden. Mientras personas tan distintas oraban, cantaban o pronunciaban su discurso, yo pensaba en su común condición de cristianos católicos, vivida de manera muy distinta. ¿Hasta qué punto su fe en Jesús y su pertenencia a la Iglesia son el verdadero motor de sus vidas? ¿Sería posible ver algo semejante en Europa?

Me pareció providencial que, en un momento tan tenso como el que vive ahora Estados Unidos, los tres, desde ángulos y posiciones diversas, contribuyeran a serenar los ánimos y trabajar por la reconciliación nacional. Ya sé que los tres son muy criticados por otros católicos más tradicionales por considerar que se trata de personas heterodoxas o un poco extravagantes. Quizás no les falta algo de razón, pero ayer agradecí que los tres fueran capaces de “evangelizar”; es decir, de comunicar buenas noticias a una sociedad que lleva años sobrecargada de problemas y que, en los meses de la pandemia, ha acumulado más muertos (406.147, en el momento de escribir esta entrada) que durante toda la Segunda Guerra Mundial.

El anciano jesuita Leo J. O’Donovan, amigo de la familia Biden, leyó una Oración de invocación, costumbre arraigada en los Estados Unidos y que en la mayor parte de los países europeos se consideraría un atentado a la laicidad de los estados. Extraigo solo unas pocas palabras que constituyen una confesión de los errores del pasado y un propósito de la enmienda pensando en el inmediato futuro: “Hoy confesamos nuestros pasados fracasos para vivir de acuerdo con nuestra visión de igualdad, inclusión y libertad para todos. Sin embargo, nos comprometemos decididamente aún más ahora a renovar la visión, a cuidarnos los unos a los otros de palabra y obra, especialmente a los menos afortunados de entre nosotros, y así convertirnos en una luz a la que el mundo pueda mirar”. En varias ocasiones, el padre O’Donovan, que ha sido presidente de la prestigiosa universidad de Georgetown, hizo referencia a las personas necesitadas y vulnerables. No podía faltar esta alusión en un país que se precia de ser el paraíso de las oportunidades, pero que deja en el margen a muchas personas, comenzando por millones de inmigrantes pobres e indocumentados.

Cuando le llegó el turno a la extravagante Lady Gaga todo adquirió un aire teatral. Se acercó al atril ataviada con una pomposa falda roja en forma de campana que le cubría hasta los pies y una ceñida chaqueta azul, jugando con los colores de la bandera del país. Las manos estaban enfundadas en sendos guantes de cuero negro para protegrese del frío ambiental. Sobre el pecho lucía una espectacular paloma dorada con el ramo de olivo en el pico, en clara alusión a la lucha por la paz. Acompañada por la banda de los Marines americanos, enarboló un llamativo micrófono dorado y atacó con excelente afinación, gran potencia de voz y fuerte sentimiento la primera estrofa del himno nacional que tantas veces hemos oído en ceremonias públicas y en películas. Creo que su energía hizo vibrar a quienes en directo o por televisión estábamos escuchándola. No me resisto a transcribir la letra:

ENGLISH

ESPAÑOL

Oh, say can you see by the dawn’s early light

What so proudly we hailed at the twilight’s last gleaming?

Whose broad stripes and bright stars thru the perilous fight,

O’er the ramparts we watched were so gallantly streaming?

And the rocket’s red glare, the bombs bursting in air,

Gave proof through the night that our flag was still there.

Oh, say does that star-spangled banner yet wave

O’er the land of the free and the home of the brave?

 

Oh decid, ¿podéis ver, a la temprana luz de la aurora,

Lo que tan orgullosamente saludamos en el último destello del crepúsculo,

Cuyas amplias franjas y brillantes estrellas, a través de tenebrosa lucha,

Sobre las murallas observábamos ondear tan gallardamente?

Y el rojo fulgor de cohetes, las bombas estallando en el aire,

Dieron prueba en la noche de que nuestra bandera aún estaba ahí.

Oh di, ¿sigue ondeando la bandera tachonada de estrellas

sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes?

Aupada por una música vibrante, repitió el último verso con enorme determinación: “¿Sigue ondeando la bandera tachonada de estrellas sobre la tierra de los libres y el hogar de los valientes?”. La pregunta adquiere todo su dramatismo tras los actos vandálicos del pasado 6 de enero. Es como si la propia Lady Gaga les preguntase a sus compatriotas si, a pesar de lo vivido, siguen dispuestos a luchar por la libertad y el valor, a seguir construyendo el famoso “sueño americano”.

En cierto sentido, la respuesta a esa pregunta retórica la proporcionó el propio Joe Biden en un discurso de 25 minutos que algunos calificaron de “homilía” por su tono conciliador y sus repetidas llamadas a la unidad: “Toda mi alma está en unir a Estados Unidos, a nuestro pueblo, a nuestra nación. Y pido a todos y cada uno de los estadounidenses que se sumen a mí en esta causa. Que nos unamos para luchar contra los enemigos que nos esperan: la ira, el resentimiento, el odio, el extremismo, el desorden, la violencia, la enfermedad, el desempleo y la desesperanza”. Ahora que estamos en la semana de oración por la unidad de las iglesias, no pude menos de evocar las palabras de Jesús: “Padre, que todos sean uno” (Jn 17,21). 

Como esta llamada podía sonar algo ingenua teniendo en cuenta el grave clima de polarización que se vive en los Estados Unidos, Biden se aprestó a decir: “Sé que hablar de unidad puede sonar un poco ridículo hoy en día. Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y reales. Pero también sé que no son nuevas. Nuestra historia ha sido una lucha constante entre el ideal estadounidense de que todos hemos sido creados iguales, y la fea y dura realidad de que el racismo, el nativismo, el miedo y la demonización llevan mucho tiempo separándonos. La batalla es perenne y la victoria nunca está asegurada”. 

Todo su discurso estaba cargado de reminiscencias evangélicas, pero me fijo en un detalle que puede pasar desapercibido a los periodistas o analistas políticos. En un pasaje de su intervención, dejó entrever su trasfondo católico: “Hace muchos siglos, San Agustín, un santo de mi iglesia, escribió que un pueblo es una multitud definida por los objetos comunes de su amor. ¿Cuáles son los objetos comunes que amamos y que nos definen como estadounidenses? Creo que lo sé: oportunidad, seguridad, libertad, dignidad, respeto, honor y, sí, la verdad”. Es obvio que la alusión a la verdad era una crítica al estilo de gobierno de Donald Trump, aunque nunca mencionó su nombre. Al recordar a los miles de muertos por la pandemia y a sus familiares y cuidadores, Biden pidió a todos orar por ellos en silencio. 

¿Qué sucederá en los próximos cuatro años? No lo sabemos. Las intenciones mostradas por esta “terna católica” en el estrado del Capitolio fueron excelentes. El tiempo dirá si se quedan en mera retórica o contribuyen a mejorar las cosas. Pero confieso que sentí un sano orgullo cuando vi cómo desde la teología, la música o la política se pueden concretar los ideales de Jesús. Ya sé que ni O'Donovan, ni Lady Gaga, ni Joe Biden son personas perfectas o católicos modélicos. Tienen sus contradicciones, algunas muy graves. Pero ayer fueron capaces de transmitir un mensaje de reconciliación, unidad y esperanza. ¿No es este el corazón del Evangelio?



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