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domingo, 8 de noviembre de 2020

Una visita inesperada

Ya sabemos que, a pesar de que Trump no acaba de aceptarlo, Joe Biden ha ganado las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Es el segundo católico que accede a la presidencia del país americano después de John F. Kennedy, ambos de origen irlandés. Mientras los periódicos se pierden en comentarios sobre el triunfo del presidente electo y sus consecuencias, la liturgia de este XXXII Domingo del Tiempo Ordinario nos anuncia otra gran noticia: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”. Jesús está llegando improvisamente a nuestras vidas en medio de esta noche que vivimos. Como no sabemos el horario de su llegada, debemos prestar atención a sus palabras: “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. ¿Qué significa en este contexto ser “sabios” (no necios, como algunas de las jóvenes de la parábola), mantenernos con las lámparas encendidas y bien provistos de aceite? 

Faltan dos semanas para el final del año litúrgico. Todo el mes de noviembre está coloreado por “los últimos días”, una meditación sobre el final de nuestra vida, del mundo y de la historia. Aunque en la parábola de Jesús hay frases muy duras para quienes no lo reciben “Os aseguro: no os conozco” el foco apunta a la necesidad de estar vigilantes en medio de la noche. Esta actitud solo es posible cuando nos dejamos guiar por la sabiduría (primera lectura) y no por la necedad.

Hay muchos indicadores de necedad en el estilo de vida que hoy llevamos. Estamos distraídos con mil asuntos que nos impiden centrarnos en lo esencial. Quizás uno de los frutos impensados de la pandemia es que nos está obligando a preguntarnos una y otra vez qué es necesario y qué es superfluo, dónde debemos fijar nuestra atención y concentrar nuestras fuerzas. Pero para realizar esta tarea de vigilancia y atención en medio de la noche necesitamos tener las lámparas encendidas. Necesitamos el aceite de la fe, la esperanza y la caridad. A diferencia del aceite de oliva o de girasol que utilizamos en nuestra cocina, este “aceite” de las virtudes teologales no se puede comprar en la tienda de nuestro barrio ni en el más surtido supermercado. Es el “aceite” que Dios concede a quienes se abren a él con humildad. Solo los hombres y mujeres sabios vislumbran la distancia infinita que hay entre la grandeza de Dios y nuestra pequeñez; por eso, son humildes. A mayor sabiduría, mayor lucidez y humildad.

Jesús viene a nosotros en medio de la noche. Nunca lo veremos si nuestras lámparas están apagadas, si, vencidos por las preocupaciones de la vida o entretenidos por las diversiones, nos olvidamos de rellenarlas de aceite. Podemos pasarnos toda la vida diciendo que no vemos a Jesús cuando, en realidad, hacemos poco por encender nuestras lámparas y así percibir los signos de su presencia entre nosotros. El capítulo 25 de Mateo comienza con esta parábola de las jóvenes previsoras y las descuidadas (1-13), sigue con la parábola de los talentos (14-30) y termina con el juicio definitivo (31-46). Los tres relatos apuntan a despertar en nosotros las actitudes de vigilancia, compromiso y solidaridad que necesitamos para ver a Jesús entre nosotros. 

Cuando decimos que no lo vemos en la noche de nuestra existencia, él podría respondernos con las palabras con las que se cierra el capítulo 25 de Mateo: “Os aseguro que cuando dejasteis de hacerlo [dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, alojar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y encarcelado] con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo” (M5 25,45). Estas palabras no dejan mucho espacio a la duda. ¡Feliz domingo!


1 comentario:

  1. Gonzalo, hoy estás destacando el hecho de que Jesús viene a nosotros en medio de la noche… Quedándome con esta idea, de las otras muchas que nos compartes, me ayuda a volver a la entrada de ayer “las hojas en otoño”…
    Me imagino estos paisajes maravillosos de otoño que, de noche, no los percibimos si no vamos con alguna luz que los ilumine, y aún así, no podemos percibir, del todo, su belleza. Este mismo paisaje lo vemos con la luz del día y todo cambia.
    Me digo a mi misma: ¡Cuánta intensidad de luz es necesaria para saber descubrir a Jesús en medio de la noche! ¡cuánta pereza hay, a veces, para ir a buscar aceite y llenar de él la lámpara!!!.
    Gracias Gonzalo, por la reflexión a la que llevas.

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