Ya sabemos que, a
pesar de que Trump no acaba de aceptarlo, Joe Biden ha ganado las elecciones
presidenciales en los Estados Unidos. Es el segundo
católico que accede a la presidencia del país americano después de John
F. Kennedy, ambos de origen irlandés. Mientras los periódicos se pierden en
comentarios sobre el triunfo del presidente electo y sus consecuencias, la liturgia de este XXXII Domingo del Tiempo Ordinario nos anuncia otra gran noticia: “¡Que
llega el esposo, salid a recibirlo!”. Jesús está llegando improvisamente a
nuestras vidas en medio de esta noche que vivimos. Como no sabemos el horario
de su llegada, debemos prestar atención a sus palabras: “Velad, porque no
sabéis el día ni la hora”. ¿Qué significa en este contexto ser “sabios” (no
necios, como algunas de las jóvenes de la parábola), mantenernos con las
lámparas encendidas y bien provistos de aceite?
Faltan dos semanas para el
final del año litúrgico. Todo el mes de noviembre está coloreado por “los
últimos días”, una meditación sobre el final de nuestra vida, del mundo y de la
historia. Aunque en la parábola de Jesús hay frases muy duras para quienes no lo
reciben – “Os aseguro: no os conozco” – el foco apunta a la necesidad de estar
vigilantes en medio de la noche. Esta actitud solo es posible cuando nos
dejamos guiar por la sabiduría (primera lectura) y no por la necedad.
Hay muchos
indicadores de necedad en el estilo de vida que hoy llevamos. Estamos distraídos
con mil asuntos que nos impiden centrarnos en lo esencial. Quizás uno de los
frutos impensados de la pandemia es que nos está obligando a preguntarnos una y
otra vez qué es necesario y qué es superfluo, dónde debemos fijar nuestra
atención y concentrar nuestras fuerzas. Pero para realizar esta tarea de
vigilancia y atención en medio de la noche necesitamos tener las lámparas
encendidas. Necesitamos el aceite de la fe, la esperanza y la caridad. A diferencia
del aceite de oliva o de girasol que utilizamos en nuestra cocina, este “aceite”
de las virtudes teologales no se puede comprar en la tienda de nuestro barrio
ni en el más surtido supermercado. Es el “aceite” que Dios concede a quienes se
abren a él con humildad. Solo los hombres y mujeres sabios vislumbran
la distancia infinita que hay entre la grandeza de Dios y nuestra pequeñez; por
eso, son humildes. A mayor sabiduría, mayor lucidez y humildad.
Jesús viene a
nosotros en medio de la noche. Nunca lo veremos si nuestras lámparas están
apagadas, si, vencidos por las preocupaciones de la vida o entretenidos por las
diversiones, nos olvidamos de rellenarlas de aceite. Podemos pasarnos toda la
vida diciendo que no vemos a Jesús cuando, en realidad, hacemos poco por encender
nuestras lámparas y así percibir los signos de su presencia entre nosotros. El
capítulo 25 de Mateo comienza con esta parábola de las jóvenes previsoras y las
descuidadas (1-13), sigue con la parábola de los talentos (14-30) y termina con
el juicio definitivo (31-46). Los tres relatos apuntan a despertar en nosotros
las actitudes de vigilancia, compromiso y solidaridad que necesitamos para ver a Jesús entre nosotros.
Cuando decimos que no lo vemos en la noche de nuestra existencia, él podría respondernos con las
palabras con las que se cierra el capítulo 25 de Mateo: “Os aseguro que
cuando dejasteis de hacerlo [dar de comer al hambriento, dar de beber al
sediento, alojar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y
encarcelado] con uno de estos pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo”
(M5 25,45). Estas palabras no dejan mucho espacio a la duda. ¡Feliz domingo!
Gonzalo, hoy estás destacando el hecho de que Jesús viene a nosotros en medio de la noche… Quedándome con esta idea, de las otras muchas que nos compartes, me ayuda a volver a la entrada de ayer “las hojas en otoño”…
ResponderEliminarMe imagino estos paisajes maravillosos de otoño que, de noche, no los percibimos si no vamos con alguna luz que los ilumine, y aún así, no podemos percibir, del todo, su belleza. Este mismo paisaje lo vemos con la luz del día y todo cambia.
Me digo a mi misma: ¡Cuánta intensidad de luz es necesaria para saber descubrir a Jesús en medio de la noche! ¡cuánta pereza hay, a veces, para ir a buscar aceite y llenar de él la lámpara!!!.
Gracias Gonzalo, por la reflexión a la que llevas.