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jueves, 26 de noviembre de 2020

Un dios menor

Pocos días se produce tal unanimidad en las portadas de los periódicos de todo el mundo. Hoy la mayoría hablan de la muerte de Diego Armando Maradona, del hombre que hizo un país, de la conmoción mundial que ha producido su desaparición, de la invencibilidad que sintieron los napolitanos cuando el Pibe de Oro jugaba en su equipo, de que Diego ha sido mucho más que un futbolista. Abundan las expresiones de tipo religioso aplicadas al genial jugador. John Carlin, tan futbolero él, escribe en La Vanguardia una columna titulada “Maradona, el inmortal”Se habla de que Maradona ya es eterno y de que es el Paraíso. Por lo tanto, no debemos discutir a dios, sino venerarlo como a un santo, que es lo que ya han empezado a hacer en Nápoles. Otros prefieren llamarlo “profeta pagano de la desmesura”. Hay alguno que va más lejos y lo llama “la droga de Dios”Se multiplican los titulares elogiosos e hiperbólicos en un esfuerzo por encontrar las palabras que hagan justicia a una emoción superlativa. Casi todos pasan por alto sus miserias aplicando un curioso principio: “No lo juzgues por su vida, sino por lo feliz que hizo la tuya”

Confieso que no salgo de mi asombro. Sabía que el fútbol se ha convertido desde hace décadas en una “religión” sustitutiva. Sabía que a los mejores jugadores del deporte rey se les aplican calificativos como “estrella”, “astro”, “crack”, “ídolo” e incluso “dios”. En el caso de Maradona se jugaba con el nombre de Dios y el número 10 de su camiseta para formar una especie de marca personal que lo hiciera reconocible en todo el mundo: D10S. Lo que me cuesta entender es la mitomanía que se ha desplegado con motivo de su muerte imprevista. Sé que algunos aficionados no me perdonarán esta distancia emocional, pero  me siento obligado a compartir lo que pienso para honrar con mesura la muerte de este hombre, de este hijo de Dios.

Diego Armando Maradona ha sido un futbolista extraordinario; para algunos, el mejor de la historia. Pero, por encima de sus genialidades con la pelota, ha sido un ser humano frágil. Y, como tal, ha estado expuesto a muchos contrastes e incluso contradicciones. Quizá por eso ha sido tan querido, porque se lo ha visto como un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses, en palabras del escritor uruguayo Eduardo Galeano. Cualquier persona podía reconocerse en sus miserias y excentricidades mientras aspiraba a poseer algo de su ingenio y generosidad. Nacido en un ambiente pobre, ha muerto a los 60 años con una gran fortuna difícil de cuantificar y repartir. Miembro de una familia numerosa, él mismo ha tenido por lo menos cinco hijos de relaciones distintas, aunque le ha sido imposible formar una familia estable. Elevado a lo más alto de la fama por legiones de seguidores en todo el mundo (sobre todo, en su Argentina natal, en el resto de Latinoamérica y, no digamos, en Nápoles), descendió al abismo de la depresión a causa del consumo de drogas y de una vida muy desequilibrada. Atleta ágil y fuerte, llegó a alcanzar los 120 kilos de peso en los momentos en los que se abandonó a su suerte. Ejemplo para muchos chicos humildes que aspiran a abrirse camino a través del deporte, fue detenido y encarcelado en más de una ocasión. Parece claro que sus entornos no siempre fueron los más aconsejables. 

Es verdad que ha hecho soñar a quienes aman el fútbol, pero, por sugestivo que sea su perfil deportivo, no podemos olvidar el inmenso precio pagado. El peso de la “corona” ha sido más fuerte que su capacidad para gestionarla. No es que sus admiradores sean responsables morales de sus desgracias, pero cuando un ser humano es encumbrado por encima de lo razonable, cuando le exigimos que nos haga soñar todas las semanas por encima de la mediocridad de la vida, lo estamos obligando a vivir algo para lo que muy pocas personas (quizás ninguna) están preparadas. Estamos deshumanizándolo, que es lo mismo que decir “matándolo poco a poco”. En el fondo, una “adoración” excesiva, hiperbólica, prepara el camino para una “caída” inevitable. Son tantos los casos entre los famosos que deberíamos aprender la lección para no seguir cometiendo los mismos errores. ¿Qué necesidad hay de pasar de la admiración a la adoración? ¿Por qué hacer de un ser humano, por genial que resulte en su especialidad, un ídolo? ¿Le estamos haciendo un favor o, más bien, lo estamos condenando a ser lo que no es, a satisfacer unas expectativas que exceden con mucho las capacidades humanas? En el fondo, toda idolatría tiende a ocupar el lugar de una religión inexistente o debilitada. No es, pues, extraño que la proliferación de “ídolos”, tanto en el mundo del deporte como en el de la música y el cine, coincida con un debilitamiento de la fe en Dios.

La vida de Maradona me parece una parábola de lo que puede sucedernos a cualquiera de nosotros cuando perdemos las coordenadas que nos orientan en la singladura de la vida. Por eso, yo experimento hacia él más compasión que admiración. Ya sé que las desgracias del jugador argentino, su “descenso a los infiernos”, añaden ese plus de excentricidad que se necesita para convertir a alguien de carne y hueso en un personaje de leyenda, pero no deja de parecerme una triste realidad. Maradona hubiera vivido probablemente otro tipo de vida si, en vez de ser idolatrado por masas necesitadas de mitos y rodeado por algunos personajes carroñeros, hubiera sido reconocido por su excelencia futbolística como es reconocido un buen médico, un buen panadero, un buen músico o un buen profesor. Que los demás valoren lo que hacemos nos ayuda a progresar en la vida. Que nos proyecten a la estratosfera es el mejor modo de condenarnos a una caída inevitable. Diego Armando Maradona fue un futbolista extraordinario que hizo felices a millones de personas que disfrutan con el fútbol, pero fue, sobre todo, un ser humano que tenía todo el derecho del mundo a ser tratado como tal y no como D10S. De esta manera, es probable que hubiera llevado una vida mucho más feliz. Si le hubieran ayudado a ser persona, no tendría que haberse sentido obligado a presentarse como un personajeDescanse en paz.



1 comentario:

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