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martes, 17 de noviembre de 2020

Todos forofos de todos

Me mandan un vídeo musical de Hakuna titulado “Forofos”. El estribillo evoca unas palabras de Jesús: “Que seamos todos uno, como el Padre y tú sois uno”. Se completa con otras palabras de tono juvenil: “Todos forofos de todos, que nos queramos siempre más”. Luego va desgranando una letanía de grupos cristianos, movimientos, órdenes y congregaciones religiosas. He contado hasta 29, entre los que no figuran, por cierto, los claretianos (¡Me hago cargo de que la canción no tiene por qué ser el Anuario Pontificio!). Los agrupan en cinco secciones: los que viven para mirarte y nada más, los que son primavera pentecostal llenos de vida, los que son consuelo tuyo en el dolor besando heridas, los que te estudian y predican inconformistas sin límites, los que sostienen tu familia día a día. En este último grupo se incluyen a su vez cinco colectivos (sacerdotes diocesanos, parroquias, seminaristas, misioneros, obispos) y una persona singular: el Papa. No sé si yo hubiera seleccionado los mismos nombres que los jóvenes de Hakuna, pero esto es secundario. Cada uno es deudor de su experiencia. Lo que importa es que ellos, desde su entusiasmo juvenil, sueñan con una Iglesia en la que “todos seamos forofos de todos y nos queramos siempre más”. No voy a ser yo quien reste fuerza a esta petición, pero reconozco que la realidad que vivimos dista bastante de este ferviente deseo.

Cuando pensamos en la Iglesia, enseguida nos vienen a la mente las tres grandes ramas: la católica (con unos 1.300 millones de fieles), la ortodoxa (con unos 250 millones de fieles), la protestante (con unos 800 millones de adeptos). En rigor, a las dos últimas ramas habría que aplicarles el plural, no el singular. Hay alrededor de 15 iglesias ortodoxas autocéfalas e innumerables iglesias protestantes. La heterogeneidad es quizás el rasgo dominante del mundo protestante-evangélico (sobre todo, en países como Estados Unidos). La pasión por la unidad es la fuerza motriz del ecumenismo. Se han dado pasos muy significativos en las últimas décadas entre las grandes ramas históricas, pero se hace muy difícil avanzar hacia la unidad con el supermercado de sectas que reclaman para sí el nombre de cristianas, pero que a menudo no son más que productos de “usar y tirar”. 

Cuando el grupo Hakuna lanza su canción, creo que no está pensando en la causa ecuménica, sino, más bien, en el respeto y la unidad que debe caracterizar a los numerosos grupos que componen la Iglesia católica, entre los que hay como apunta la canción diócesis y parroquias, órdenes y congregaciones religiosas, sociedades de vida apostólica, institutos seculares, consagrados de diverso tipo, movimientos apostólicos, cristianos por libre, etc. Por desgracia, a veces impera el desconocimiento mutuo y un cierto “capillismo” que lleva a sobrevalorar lo propio y minusvalorar lo de los demás. En ocasiones, se puede llegar a la crítica ácida e incluso a la marginación. Hay algunos grupos que, por sus ínfulas de superioridad o por su cacareada y a menudo superficial ortodoxia, suscitan un especial rechazo. Cuando un grupo nace casi siempre cree que va a salvar al mundo y que los anteriores a él han perdido ya vigencia. A veces, tienen que suceder algunos escándalos (de poder, sexuales o económicos) o darse grandes fracasos para que el grupo baje un poco la cresta y adopte una actitud humilde y colaboradora. La mayoría de las veces, el paso del tiempo nos va purificando a todos y nos va curando de la autosuficiencia con la que nacemos. Las instituciones, como las personas, tienen sus etapas y sus crisis. Conocerlas y respetarlas nos impide emitir juicios apresurados. 

Quizá la actitud más sana es la que propone el grupo Hakuna en su canción. Si un carisma ha sido suscitado por el Espíritu Santo y reconocido por la Iglesia, todos tendríamos que agradecerlo y aceptarlo, aunque no coincida con nuestra manera de entender las cosas y a veces esté en las antípodas de nuestro estilo personal o corporativo. ¿Por qué el Espíritu ha suscitado este carisma? ¿Cómo cuestiona, complementa o ensancha el mío? ¿Qué quiere decirnos Dios con este nuevo modo de vivir la fe y de evangelizar? Convertirnos en “forofos” los unos de los otros y no solo en respetuosos compañeros de camino es un ideal que no siempre parece alcanzable. Por eso, se lo pedimos a Dios como un don. Mientras caminamos juntos como comunidad de Jesús, no está mal que profundicemos en la teología de los carismas, conozcamos más la historia de la Iglesia (para aprender del pasado), perfilemos mejor los rasgos teológicos y jurídicos de cada institución, promovamos espacios de encuentro y diálogo, celebremos juntos las fiestas principales y, sobre todo, abordemos en común tareas de evangelización aportando lo específico de nuestro carisma. Quien se preocupa solo de la propia supervivencia, acaba depauperándose. Solo en la relación hay vida. Los monocultivos desertizan el terreno.



2 comentarios:

  1. Hoy escribes: … sueñan con una Iglesia en la que “todos seamos forofos de todos y nos queramos siempre más”. Y dices: "No voy a ser yo quien reste fuerza a esta petición, pero reconozco que la realidad que vivimos dista bastante de este ferviente deseo". Pues sí, dista y con la pandemia todavía más… Va aumentando la tendencia a ver al otro como un “enemigo”… Llevados por el miedo, el temor a ser contagiados… se está lanzando un mensaje subliminal: “El otro es un peligro para ti” y esto abarca todos los aspectos de la vida.
    Gracias Gonzalo por las preguntas que formulas que ayudan a revisar la vida de cada uno en particular y en grupal: ¿Por qué el Espíritu ha suscitado este carisma? ¿Cómo cuestiona, complementa o ensancha el mío? ¿Qué quiere decirnos Dios con este nuevo modo de vivir la fe y de evangelizar?

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  2. Gracias por este post. Nos ha parecido muy interesante.
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    Un fraternal saludo
    EQUIPO ECUMÉNICO SABIÑÁNIGO

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