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lunes, 2 de noviembre de 2020

Recordar y orar

Este año la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos es especial. En España se ha registrado la mayor tasa de mortalidad desde que se tienen registros. Creo que algo similar habrá sucedido en otros países de Europa y América. Este incremento tiene que ver, directa o indirectamente, con la pandemia de Covid-19. Muchas familias recordarán hoy a los seres queridos que han muerto en los últimos meses, aunque no sea fácil ni aconsejable visitar los cementerios. Y harán un nuevo esfuerzo por despedirse de sus difuntos si no pudieron hacerlo en su momento, como les hubiera gustado, debido a las restricciones impuestas por la emergencia sanitaria. He escrito en varias ocasiones en este blog sobre los difuntos. No puedo entender la vida olvidando a los que viven de otra manera. La amnesia no es el mejor camino para vivir con esperanza. 

Los discípulos de Jesús no nos limitamos a recordar a nuestros difuntos, sino que oramos por ellos. Recordar significa “pasar por el corazón”, lo que ya supone un paso valiente contra el poder corrosivo del olvido. Pero orar implica confiárselos a Dios, el único que puede hacerse cargo de cada ser humano. Esta mañana, al filo de las 5,30, mientras me preparaba para la oración matutina, he vuelto a hacerme la pregunta que me hago con frecuencia: ¿por qué el ser y no la nada? Como cuando era niño, intento imaginarme un vacío absoluto. No puedo. Enseguida me estremezco. ¿Por qué surgió todo? ¿Dónde y cómo fue? ¿Cuánto va a durar? No sé si vale la pena romperse la cabeza con estas preguntas. Estamos aquí. En un momento dado, sin que nadie nos consultara, nacimos. En otro momento dado, moriremos. ¿Es todo absurdo o responde a algún plan que ignoramos?

Creo que hay un número creciente de personas que consideran que todo (el principio y el final) es producto del azar. Los cristianos afirmamos que todo responde a la providencia de Dios. San Pablo, en la carta a los Efesios, lo resume así: “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo | para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, | según el beneplácito de su voluntad, | a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, | que tan generosamente nos ha concedido en el Amado” (Ef 1,4-6). Somos fruto del amor de Dios y estamos llamados a la comunión con él. Morir es la puerta de acceso a una vida plena que no conocemos: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Cor 2,9). No sé si la pandemia nos ha vuelto más escépticos o más esperanzados. De lo que estoy seguro es de que nos ha acercado al misterio de la muerte. Incluso nos lo ha servido con impudicia en algunas ocasiones. Quizá estamos más preparados que otros años para abrirnos a Dios y confiarle el “exceso” de muertos causados por el virus. Al hacerlo, podemos intuir el valor de la oración por los difuntos, una práctica que algunos consideraban fuera de lugar: o bien porque no creen en la vida eterna, o bien porque piensan que no es necesario cansar a Dios con requerimientos inútiles.

Os dejo con un texto del gran Fyodor Dostoyevski. En su célebre y última novela Los hermanos Karamazov (1880), escribe lo siguiente: “Joven, no olvides la oración. Toda oración, si es sincera, expresa un nuevo sentimiento; es la fuente de una idea nueva que ignorabas y que te reconfortará. Entonces comprenderás que el rezo es un medio de educación. Acuérdate, además, de repetir todos los días y tantas veces como puedas estas palabras: «Señor, ten piedad de todos los que comparecen ante Ti.» Pues, hora tras hora, termina la existencia terrestre de algunos de los seres humanos de más alta valía espiritual y sus almas llegan ante Dios. ¡Cuántos de ellos han dejado este mundo en la soledad más completa, ignorados por todos, tristes y amargados de la indiferencia general! Y tal vez, aunque no conozcas al que muere, porque vive en el otro extremo del mundo, el Señor oiga tu plegaria. El alma temerosa que llega a la presencia de Dios se conmoverá al saber que hay sobre la tierra alguien que le ama a interceder por ella. Y Dios os mirará a los dos con más misericordia, pues si tú te compadeces del alma de otro, Él se compadecerá mucho más, pues su caudal de piedad y amor es inagotable. Así, Él perdonará por ti”. Conviene meditar estas palabras en un día como hoy.


3 comentarios:

  1. Gracias, Gonzalo. Me ha encantado tu reflexión y, con tu permiso, la utilizaré en grupo

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  2. Como quien no dice nada escribes: “No puedo entender la vida olvidando a los que viven “de otra manera”. La amnesia no es el mejor camino para vivir con esperanza”.
    Me ayudas a ver cómo, a veces, estamos construyendo la vida diaria a base de “amnesias”…
    Una frase que tiene mucha fuerza, hablando de los difuntos, cada vez que la dices y/o escribes suena a nueva: “… orar implica confiárselos a Dios, el único que puede hacerse cargo de cada ser humano”.
    Gracias Gonzalo, por las preguntas que te haces a nivel personal y has compartido, como: “¿por qué el ser y no la nada?” . Compartiendo tus interrogantes también estás ayudando a no sentirnos tan solos en el camino de la vida cuando también la estamos llenando de interrogantes.
    Escribes también: “Somos fruto del amor de Dios y estamos llamados a la comunión con él. Morir es la puerta de acceso a una vida plena que no conocemos” Creo que cuando se intenta comprender la muerte se comprende más la vida y se vive todo más positivamente. Yo diría que amando la muerte se llega a amar la vida.

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