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lunes, 30 de noviembre de 2020

Lo llevó a Jesús

No hemos hecho más que empezar el Adviento y ya estamos celebrando la primera gran fiesta, la del apóstol san Andrés. No sabemos mucho de su vida, pero sí lo suficiente como para sentirnos atraídos por ella. Es probablemente el discípulo más viejo de Jesús. Parece que antes siguió a Juan el Bautista. Murió crucificado en Patras, una ciudad griega, en una fecha incierta. Hay un detalle de su vida que me apasiona. Lo cuenta Juan en su evangelio: “Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús” (Jn 1,40-42). Andrés ha tenido una experiencia personal de encuentro con Jesús. Debió ser tan atrayente y trasformadora que enseguida siente la necesidad de compartirla con otros. El primero es su hermano Pedro. Ambos son hijos de un tal Jonás de Betsaida. Hasta aquí, nada de particular. Cuando vivimos algo intenso en nuestra vida, todos sentimos la necesidad de compartirlo con alguien. Andrés pudo haber caído en la tentación de haberse convertido en protagonista. Sin embargo, él sabía que no era el centro. Por eso, tras compartir con su hermano la experiencia vivida, “lo llevó a Jesús”. Andrés fue un acompañante, alguien que facilitó el camino.

Me pregunto si quienes decimos que nos hemos encontrado con Jesús sabemos hoy “llevar a Jesús” a quienes viven con nosotros. Las catequesis, homilías y celebraciones que realizamos, ¿llevan a la gente a Jesús? Los libros, revistas, periódicos, programas de radio y televisión, iniciativas en las redes sociales, ¿llevan a la gente a Jesús? Los colegios, hospitales, dispensarios, obras sociales de la Iglesia, ¿llevan a la gente a Jesús? A veces tengo la impresión de que nos entretenemos demasiado en los prolegómenos, de que mareamos demasiado la perdiz, de que hablamos de muchas cosas, pero no tenemos la audacia y la humildad de “llevar a Jesús” a quienes andan buscando. Solemos decir que no hay que precipitar las cosas, que la fe es un itinerario, que es malo quemar etapas, que hay que conceder mucha importancia a las bases humanas… Todo eso es importante, pero lo que de verdad importa es que las personas puedan conocer cara a cara a Jesús, “pasar una tarde con él”, dejarse enamorar e instruir por él. Nosotros – como Andrés – no somos más que testigos, introductores, acompañantes. Si lo olvidamos, estamos frustrando el milagro del encuentro.

Sueño con una nueva misión que consista en “llevar a la gente a Jesús”, que no pierda demasiado tiempo en maniobras de aproximación. Si estamos convencidos de que Jesús es lo que mejor que le puede pasar a un ser humano, ¿por qué tantas prevenciones y miedos? ¿No estará siendo nuestra falta de audacia un signo de orgullo? ¿No nos estamos dando demasiada importancia, como si no fuera posible acercarse a Jesús sino después de haber pasado por nuestras “catequesis preparatorias”? ¿Pensamos que Jesús no sabe llegar al corazón de las personas infinitamente mejor que nosotros con nuestros sofisticados métodos de evangelización? Si de algo adolece el cristianismo actual (sobre todo, el europeo) es de personas que hayan tenido la experiencia personal de encuentro con Jesús, de saberse miradas y queridas por él. Esto es lo que nos cambia por dentro. Todo lo demás puede esperar. Cuando hay encuentro personal con Jesús “a las cuatro de la tarde”, enseguida viene la apertura a la comunidad, la participación en sus encuentros y celebraciones, el compromiso con los pobres, la necesidad de formación, etc. El encuentro con Jesús siempre produce frutos. Cuando lo retrasamos demasiado, corremos el riesgo de que el deseo de verlo naufrague en el mar de las mil preparaciones y dinámicas. Por eso, hoy, último día de noviembre, le pido a san Andrés que nos dé humildad y valentía para no retener demasiado tiempo a la gente alrededor de nosotros, con la excusa de que debemos preparar el encuentro, sino que la llevemos cuanto antes a Jesús. Él se encargará de todo lo demás.

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