Me levanto con la
noticia de que los
chilenos han aprobado la nueva constitución del país. La participación
se ha visto muy afectada por la pandemia, pero la respuesta ha sido neta. Varios países europeos ponen en
marcha drásticas medidas para “salvar la Navidad”. Esta expresión me recuerda a
“salvar al soldado Ryan” o “salvar a las ballenas”. En realidad, “salvar la
Navidad” no alude a preservar su espíritu cristiano, sino a garantizar la
movilidad de las personas y, sobre todo, el comercio intensivo. Está claro que
nos aguardan tiempos difíciles.
Yo regreso a Roma dentro de unas horas, después
de haber pasado un fin de semana largo por tierras catalanas y francesas. Ante
el sepulcro de san Antonio María Claret, le he pedido a Dios, por intercesión
del santo fundador de mi Congregación, que nos ayude a vivir este tiempo con
serenidad, que no nos dejemos llevar por la tristeza y que aprovechemos la
oportunidad para aprender las lecciones que no hemos sabido o no hemos querido
aprender en tiempos de bonanza. Aquí en Vic ha amanecido un día fresco. Veo a
la gente abrigada desde la ventana de mi cuarto que da a la rambla de Sant
Domènec. A las 7.45 he presidido la Eucaristía en la cripta donde se conserva
el sepulcro de Claret. Éramos solo tres personas: el Superior General, el responsable
técnico de las comunicaciones y yo. Juntos hemos dado gracias a Dios por la experiencia
vivida y por haber podido compartirla con muchas personas a través de Internet.
Vista la
experiencia de los últimos meses, creo que tendremos que ir perfeccionando nuestros
modos de comunicación. Los encuentros presenciales se van a reducir al mínimo.
Cobrarán protagonismo los digitales. Todos son reales, porque todos implican
una conexión entre personas reales, pero cada uno tiene sus características y
sus códigos. Si pretendemos hacer los encuentros digitales a la manera de los
presenciales, nos sentiremos frustrados. A cada modalidad, le convienen
actitudes y destrezas específicas. Algo sabemos, pero tenemos que seguir
aprendiendo. Por otra parte, si no dosificamos los encuentros por Internet, acabaremos
víctimas de un hartazgo digital. Hay tiempo de conectarse y tiempo de
desconectarse, tiempo de compartir y tiempo de crear en silencio, tiempo de
recibir y tiempo de preparar. La sabia combinación de los diversos ritmos nos
ayudará a mantenernos a flote. Más vale pecar por defecto que por exceso.
El mes de octubre
se me ha pasado en un abrir y cerrar de ojos. El cambio de hora del pasado
domingo ha añadido una gota más de melancolía. Las tardes son cortas. Pronto se
nos echan las sombras de la noche. No sé si es una metáfora más para comprender
mejor el tiempo que nos ha tocado vivir. En medio de estas continuas oscilaciones
informativas, regulatorias y anímicas, extraigo una conclusión: no puedo
dejarme llevar por el “sálvese quien pueda” o por el “primero yo”. Lo que nos
va a ayudar a superar la crisis y salir adelante es la preocupación por los
demás, la ética del cuidado mutuo.
Cuando la pregunta es qué puedo hacer para
sobrevivir hoy, la respuesta es siempre una sensación de impotencia y de
fracaso. Cuando, por el contrario, empezamos la jornada preguntándonos qué podemos hacer por poner
un poco de esperanza y alegría en la vida de quienes nos rodean, entonces hasta
los más mínimos detalles (un saludo, una sonrisa, una llamada, un pequeño
favor) cobran la categoría de vitaminas existenciales. Esta “ética para tiempos
de pandemia” debe ser enraizada, en la medida de lo posible, en una
espiritualidad de la esperanza. Cristo ya ha vencido la muerte y todas sus secuelas.
La palabra que gobierna el mundo es una palabra de vida, de resurrección. Nosotros
somos testigos de esta palabra, no cómplices de un diminuto virus que pone
contra las cuerdas a todo un planeta.
Hola Gonzalo, gracias... Nos ayudas a ir entrando en esta espiritualidad de la esperanza, muy necesaria para ir superando el día a día.
ResponderEliminarSí, hay esta idea de "salvar la Navidad", esta incógnita está en el aire y provoca nerviosismo y depresión, tanto en los consumidores como en los que trabajan en los sectores del consumo de estos días, regalos, comidas... Según el enfoque que se dé va a provocar un problema grave económico... Pocas personas se van a preocupar por si no se pueden realizar las celebraciones a causa del "estado de queda"... Me imagino poder ver, a través de las ventanas de las casas, en la noche de Navidad, cuánto dolor podríamos descubrir.
Es urgente que los que "acompañamos" sepamos ir al Señor para que nos llene de "esperanza". Nadie puede compartir aquello que no tiene.
Buen viaje de vuelta y gracias por todo... Un abrazo.