Pocas frases de
Jesús se han prestado a tantas interpretaciones, deformaciones y malos usos como la que se
incluye en el Evangelio de este XXIX
Domingo del Tiempo Ordinario. Ese “dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21) ha servido para justificar tanto el
laicismo como el sometimiento del Estado a las directrices de la Iglesia. Nos
suele pasar algo parecido cuando, sin conocer el sentido genuino de las palabras de
Jesús, proyectamos sobre ellas nuestros puntos de vista (lo que es inevitable)
y también nuestros intereses (lo que tendríamos que evitar siempre). Resulta
extraño que los fariseos (que no querían saber nada de los ocupantes romanos) y los herodianos (que se prestaban a colaborar con ellos) se alíen para poner a prueba a Jesús. El Maestro, como casi siempre, cambia el terreno de juego, desborda el planteamiento político y lleva la cuestión a su
raíz. En primer lugar, sin decírselo a la cara, les hace caer en la cuenta de
que ellos – judíos que rechazan las imágenes – llevan escondidas en sus túnicas algunas
monedas con la efigie de César. Eso significa que, por muy puritanos que quieran
ser, “money is money”. Parece que Jesús no lleva ninguna consigo. Pero
hay algo más profundo. Si la moneda debe ser “devuelta” al César porque en ella
está impresa la imagen de su dueño, el ser humano debe ser “restituido” a Dios
porque es la única criatura en quien está impreso el rostro divino. Hemos sido
creados “a imagen y semejanza” de Dios. En consecuencia, nadie puede
usar al ser humano como moneda de cambio para otros fines. Quien lo usa como si
fuera un objeto (ignorándolo, oprimiéndolo o explotándolo) está robándole a
Dios algo que es solo suyo.
Si, además,
queremos extraer algunas consecuencias prácticas para justificar la
obligatoriedad del pago de los impuestos, eso es otro cantar. Pablo también nos
exhorta a ser ciudadanos respetuosos y responsables. En la carta a los Romanos
escribe: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay
autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios.
De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y
los que le resisten atraen la condena sobre sí. Pues los gobernantes no dan
miedo al que hace el bien, sino al que obra el mal. ¿Quieres no tener miedo a
la autoridad? Haz el bien y recibirás sus alabanzas; de hecho, la autoridad es
un ministro de Dios para bien tuyo; pero si haces el mal, teme, pues no en vano
lleva la espada; ya que es ministro de Dios para aplicar el castigo al que obra
el mal. Por tanto, hay que someterse, no solo por el castigo, sino por razón de
conciencia. Por ello precisamente pagáis impuestos, ya que son servidores de
Dios, ocupados continuamente en ese oficio. Dad a cada cual lo que es debido:
si son impuestos, impuestos; si tributos, tributos; si temor, temor; si
respeto, respeto” (Rm 13,1-7).
Los cristianos somos respetuosos con las autoridades
establecidas, aunque no nos gusten, siempre y cuando no pisoteen la imagen de Dios
en las “monedas vivas” que son los seres humanos. Los mismos que somos obedientes
en condiciones normales, debemos ser muy críticos cuando quienes gobiernan nos
obligan a “adorar” otras monedas e imágenes hechas a la medida de sus intereses
mezquinos y sus caprichos narcisistas.
Me hago cargo de que
cuando entramos en este campo nos movemos en un terreno minado. Se observa con
más nitidez cada vez que se aproximan las elecciones. ¿A quién pueden/deben
votar los católicos? Los obispos suelen ofrecer algunos criterios para el
discernimiento, aunque me temo que influyen muy poco en las opciones de los votantes.
¿Debemos votar, sobre todo, a quienes defienden el “right to birth” (derecho
a nacer) o, más bien, a quienes postulan el “right to life” (derecho a
la vida)? ¿Quiénes respetan más y mejor la “imagen de Dios” impresa en las
vidas de las personas?
En las modernas sociedades pluralistas cada vez se hace
más difícil identificarse con una opción política que refleje los propios
ideales cristianos, por más que a veces figuren en los idearios de algunos
partidos. Muy a menudo, por triste que resulte, nos limitamos a escoger el llamado
“mal menor”, que, por muy menor que sea, es siempre un mal. En este contexto problemático,
las palabras de Jesús nos mantienen en guardia para no ser esclavos de ninguna
opción política, por más que nos venga por tradición familiar o sintonice con
nuestra manera de ser. A los Césares de turno debemos respetarlos, pero nunca
darles la entrega que solo debemos a Dios. No estamos hechos “a imagen y
semejanza” de ningún político y de ningún partido, sino de nuestro Padre Dios.
A él debemos restituirle la gloria que Él nos ha regalado.
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