Ayer por la tarde
el centro de Roma bullía de gente. Nada indicaba que estábamos en tiempo de
pandemia, a excepción de las mascarillas, que se han convertido ya en una
prenda más del vestuario y siguen los cánones de la moda. En este punto, ningún país puede competir con la
creatividad italiana. Hay detrás muchos siglos de excelencia artística. Viendo las
cosas desde fuera, todo parecía normal. Los bares y pizzerías estaban abiertos,
había mucha gente paseando y sentada en las terrazas. Todo parecía normal,
pero, en realidad, no lo era tanto. A lo largo de los ochos meses de la
pandemia, hemos ido pasando por varios estados de ánimo colectivos. Empezamos
con la ignorancia y la incredulidad. El famoso coronavirus se presentaba como
una simple gripe estacional. Cuando empezó a mostrar sus garras, se apoderó de
nosotros un sentimiento de temor, que en algunos casos dio paso a la angustia. Abril
fue un mes trágico. La angustia se fue luego transformando en resignación. A medida
que avanzaba la primavera se abrían algunos claros de esperanza. El verano supuso
una especie de tregua. Con el otoño − como era de temer (los males nunca se esperan, se temen) − se hicieron evidentes los síntomas de incertidumbre
y de cansancio. Esto parece que no termina nunca. ¿Hasta cuándo vamos a resistir?
Bien entrados en
el mes de otubre, algunos detectan ya muchos síntomas de protesta, enojo y rabia, que pueden ser
la antesala de algunos conatos de violencia. Quienes llevan meses sin trabajo y
han agotado las prestaciones por desempleo, quienes viven en situaciones muy
precarias, quienes − acabados sus estudios − no ven ninguna perspectiva
de futuro, quienes están hartos de los vaivenes y enfrentamientos políticos, quienes
ya han perdido la esperanza en que se descubra un tratamiento eficaz o una
vacuna a corto plazo, comienzan a hartarse y a dar signos de irritabilidad y
agresividad. Es un momento delicado porque la paciencia tiene siempre un
límite. Creo que tenemos que evitar tanto las promesas vacuas (una vacuna
rápida, miles de puestos de trabajo, subsidios de todo tipo) como las actitudes
derrotistas (vanos a peor, de esta no salimos, sálvese quien pueda). La rabia
se da en varios niveles. Afecta a las relaciones interpersonales, contamina las
relaciones laborales y envenena el clima social. Cuando todos estamos contra todos,
es muy fácil que surjan caudillos (científicos, políticos, líderes sociales) con
falsas promesas de solución rápida. No nos dejemos embaucar. Creo que lo que
necesitamos es trabajar nuestros recursos personales para afrontar etapas de
crisis.
El primer recurso
es activar la esperanza. Sin ella, todos los demás carecen de horizonte y
energía. Cuando el ser humano deja de esperar en un mañana mejor, pierde los
motivos para vivir el hoy. Para los creyentes, “nuestra esperanza es Cristo”.
Sabemos que él está siempre con nosotros y que, por dura que sea la tormenta, nunca abandona la barca. Aunque esto forma parte de nuestras convicciones más
profundas, debemos tomar conciencia de ello en los tiempos difíciles. Armados
con la esperanza, podemos examinar nuestros sentimientos y reacciones para
evitar que puedan destruirnos o destruyan a otros. No debemos descargar en los demás,
que llevan ya el peso de su propio combate, nuestras frustraciones y
resentimientos. El cristiano se las entrega a Dios, deja que él tome las
riendas de nuestra vida. Por último, en estos tiempos duros, hay que cuidar
hasta los más mínimos detalles de respeto, simpatía, ayuda mutua, valoración de
lo que los demás hacen, etc. Si prodigamos las críticas, al final se formará
una bola de negatividad que nos arrastrará a todos. La rabia puede servirnos de desahogo
pasajero, pero no podemos anclarnos en ella, so pena de acabar siendo sus víctimas.
Estoy totalmente de acuerdo Gonzalo, con lo que describes. Ahora ya hay mucha gente, que expresa la rabia protestando con hechos. Da miedo que se contagie y se desborde.
ResponderEliminarEsta semana, en Catalunya, han cerrado bares y restaurantes, pues las noticias han dicho que lugares fronterizos con Catalunya, en los restaurantes había muchos catalanes que fueron a comer allí.
Tras la excusa de tiempo de setas, las montañas y bosques están llenas de gente, por lo que los desplazamientos se han multiplicado.
Escribes: “Creo que lo que necesitamos es trabajar nuestros recursos personales para afrontar etapas de crisis”. Hay una minoría que está preparada para hacerlo, pero el resto no está preparado y muchas situaciones que se viven a las que se añade la precariedad con que tienen que vivir lo empeora.
Van apareciendo situaciones de ansiedad y depresión que necesitan ser tratados y problemas psiquiátricos que se van desvelando.
Hay momentos en que se hace imposible activar la esperanza. Los mensajes que se van dando es de empeoramiento de la situación y muchas veces se da la expresión: “y la que va a llegar”…