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sábado, 24 de octubre de 2020

Ardió hasta el final

Llegué anteayer a Vic, una pequeña ciudad del interior de Cataluña, cuando ya caía la noche, después de haber aterrizado en el aeropuerto “fantasma” de Barcelona. He venido a Vic para celebrar los 150 años de la muerte de san Antonio María Claret. Aquí se custodia su sepulcro y aquí está la “casa madre” de los Misioneros Claretianos. Hubiera querido escribir ayer una entrada serena sobre lo que significa para mí esta efeméride, pero no tuve tiempo. Lo hago ahora, al caer la tarde, una vez que han terminado ya las celebraciones. 

Ayer por la noche, tuvimos una vigilia de oración en la cripta que custodia el sepulcro del santo. Esta mañana hemos tenido un acto cultural y la celebración de la Eucaristía,  presidida por el obispo de Vic. La pandemia nos ha obligado a reducir al mínimo la participación de la gente. Eso mismo nos ha alentado a retransmitir por Internet los actos principales. En pocos días hemos tenido que convertirnos en técnicos de vídeo, sonido, iluminación y escenografía, con los comprensibles fallos y deficiencias. La falta de medios adecuados nos ha impedido retrasmisiones más profesionales, pero eso es lo de menos en los tiempos que vivimos. Lo de más es que un buen número de personas de todo el mundo se han sentido unidas a nosotros. La pequeña cripta del templo de Vic se ha ensanchado para acoger a muchos de los que vibran con la vida y el carisma de san Antonio María Claret.

A mí me ha tocado coordinar los actos, dar la cara en algunos de ellos y, sobre todo, estar entre bambalinas para que todo fluyera. Hace años tal vez me hubiera preguntado si las cosas habían salido bien, regular o mal. Ahora, lo de “salir bien o mal” me parece un juicio muy superficial. La pregunta que me acompaña en estos días va más al fondo: ¿Por qué hacemos estas cosas? ¿Por qué nos empeñamos en recordar algunas efemérides ligadas a personajes que son significativos para nosotros? Nos pasamos la vida celebrando bodas de plata, de oro, de diamante, centenarios, etc. Es como si necesitáramos seguir manteniendo viva la llama de un fuego que, de otra manera, correría el riesgo de extinguirse. 

Hace trece años celebramos el bicentenario del nacimiento de Claret. Para aquella ocasión escogimos el lema “Nacido para evangelizar”. Ahora, en el recuerdo de los 150 años de su muerte (o de su “pascua”, como les gusta decir en Latinoamérica), nos hemos fijado en algunas frases que él pronunció o escribió en los meses anteriores a su muerte; por ejemplo: “He cumplido misión”, “Soy como una vela que arde hasta que muere”, etc. De hecho, la vigilia que tuvimos anoche giró en torno al símbolo de la vela que arde y se consume. Recordar a las personas queridas significa “pasar por el corazón” su vida y sus enseñanzas. Es algo más que un festejo intrascendente. Si se toma en serio, es memoria subversiva.

Hoy he echado un vistazo rápido a las redes sociales. Están llenas de alusiones a Claret: vídeos cortos, canciones, estampas, frases inspiradoras, carteles, emoticones, memes… Me han llegado felicitaciones desde todos los rincones del mundo. Los latinoamericanos y los asiáticos son particularmente fecundos y creativos. Creo que estas muestras de admiración y cariño le resarcen a Claret de las muchas persecuciones que tuvo en vida y aun después de muerto. El hecho de que su sepulcro haya tenido nueve ubicaciones distintas a lo largo de estos 150 años nos da una idea de lo que significó ser “signo de contradicción”. Por eso, que hoy se multipliquen las alabanzas me llena de alegría. A nadie le gusta ver cómo vituperan a las personas queridas. Lo que ocurre es que solemos admirar las obras de los santos, pero nos resistimos un poco a cultivar las raíces que produjeron tales frutos. 

De unos años a esta parte se habla mucho del Claret pobre e itinerante que iba de pueblo en pueblo predicando misiones populares y encontrándose con la gente. Se ensalza al Claret que en su etapa cubana se enfrentó con algunos terratenientes, luchó contra la esclavitud y promovió varias obras sociales. Pero a menudo se olvidan sus verdaderas motivaciones porque no siempre conectan con lo que hoy se considera moderno, políticamente correcto o simplemente atractivo. Dio vida a otros porque supo morir a sí mismo y dejar espacio a Dios. En tiempos en los que el “yo” pretende ocupar el centro, es difícil ser “claretiano” en el más genuino sentido de la palabra. El recuerdo de la muerte de un santo, perseguido y exiliado en Francia, nos permite desempolvar una verdad que no podemos olvidar.



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