Ayer recibí la visita de un amigo al que no veía desde hacía más de 20 años. Resulta que
él y su familia se han venido a vivir a Roma porque su esposa ocupa un cargo en
la sede central de Caritas Internationalis. Situarse en esta maravillosa
y caótica ciudad, encontrar vivienda asequible y colegio para los tres hijos
no es nada fácil. Y menos en este bendito año 2020, tan cuajado de incertidumbre. El
amigo no es empleado de una multinacional o un hombre de negocios. Es
cantautor. A los que no están muy familiarizados con el mundillo de los
cantautores católicos, su nombre puede resultarles desconocido, pero a otros
muchos (sobre todo, jóvenes) es probable que les suene el nombre de Migueli, un sevillano criado en Extremadura
y hecho universal gracias a la música. Además de haber recorrido España y
muchos países de Europa y América con sus conciertos en directo, ha editado casi una
veintena de discos y suele ser un invitado habitual en el programa Últimas
preguntas de RTVE. Ha compartido escenario con artistas de máximo
nivel como Bebe, Jorge Drexler, Revólver, El Canto del Loco, Manuel Carrasco,
Pereza, La Cabra Mecánica, Pedro Guerra, Carlos Núñez, Víctor Manuel, Celtas
Cortos, Ismael Serrano, Manolo Tena, Danza Invisible. Ha sido invitado
internacional en los Xacobeos 93, 99 y 2004, dentro de la programación oficial
y artista invitado internacional en los Encuentros Mundiales de la Juventud en
Roma (2000), Toronto (2002) y Río de Janeiro (2013). La formación académica de
Migueli es amplia y diversa al igual que sus intereses personales. Es
licenciado en Filosofía y Letras, Máster en Counselling (asesor
personal, mediador en problemas sociales, educador), y Máster en Musicoterapia.
Aunque ya no es joven (anda por los 57 años), mantiene un contagioso espíritu juvenil, quizá porque siempre se ha
movido en las fronteras de la fe, cercano a las periferias de muchas personas
marginadas, en contacto permanente con los jóvenes. Pertenece a ese grupo de creyentes
artistas (como Brotes de Olivo, Luis Alfredo, Salomé Arricibita, Nico Montero, Luis Guitarra, Toño Casado, Rubén de Lis, Maite López y tantos otros) que continuamente están tendiendo puentes entre la fe y la
cultura. Julio Cortázar decía que le gustaba mucho la metáfora del puente porque
todo puente necesita siempre dos puntos de apoyo. Lo mismo sucede con quienes tienen el
carisma de la mediación. Uno de los temas que ayer abordamos en nuestra larga
conversación en la terraza de nuestra casa fue precisamente la necesidad de tender
puentes de diálogo. Los dos percibíamos en España una incurable tendencia al
frentismo que no lleva a ninguna parte. Siempre hay personas interesadas en amontonar
agravios, reabrir heridas y poner piedras en el camino. Si algo pueden hacer
los artistas cristianos a través de la música es precisamente contribuir a
crear puntos de encuentro, a superar los enfrentamientos por elevación. Miguel
tiene esta capacidad porque alimenta su fe y nunca ha perdido el enganche con
la gente de los márgenes y las fronteras. Su condición laical le da una gran
libertad para moverse en estos ambientes como pez en el agua.
Otro de los
puntos que abordamos en nuestra conversación es la progresiva pérdida del
sentido del humor. Cuando se extreman las posturas, todo puede ser siempre malinterpretado.
Él me decía que debe tener mucho cuidado con lo que dice en los conciertos
porque siempre hay personas que se sienten ofendidas: algunas mujeres (si consideran
que su discurso es machista), algunos homosexuales (si les parece que algo
suena a homofobia), gentes de derecha (porque algunas canciones suenan algo heterodoxas),
gentes de izquierdas (porque no comulga con ruedas de molino), ricos arribistas
(porque se sienten denunciados), ecologistas de salón… El dogma contemporáneo de
lo “políticamente
correcto” amenaza la libertad de todos y, en especial, la creatividad
de los artistas. Da la impresión de que hay que pedir permiso o perdón para
todo y por todo. Como es lógico, Migueli no quiere plegarse a esta neodictadura,
por más que no renuncie a ser prudente y respetuoso. Ambos notábamos un retroceso
con respecto al ambiente que se respiraba hace unos años. Antes de despedirnos,
tras compartir la cena con la comunidad, Migueli me dedicó y regaló dos de sus
discos: “Mucha
agua y mucha sed” y “Un agujero
con mil colores”. ¡Qué bueno que haya personas que sigan anunciando
“buenas noticias” (es decir, evangelizando) en tiempos recios como los que estamos
viviendo!
¿Miguelo, sevillano? Ya decía yo...
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