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lunes, 7 de septiembre de 2020

Conversación en la terraza

Ayer recibí la visita de un amigo al que no veía desde hacía más de 20 años. Resulta que él y su familia se han venido a vivir a Roma porque su esposa ocupa un cargo en la sede central de Caritas Internationalis. Situarse en esta maravillosa y caótica ciudad, encontrar vivienda asequible y colegio para los tres hijos no es nada fácil. Y menos en este bendito año 2020, tan cuajado de incertidumbre. El amigo no es empleado de una multinacional o un hombre de negocios. Es cantautor. A los que no están muy familiarizados con el mundillo de los cantautores católicos, su nombre puede resultarles desconocido, pero a otros muchos (sobre todo, jóvenes) es probable que les suene el nombre de Migueli, un sevillano criado en Extremadura y hecho universal gracias a la música. Además de haber recorrido España y muchos países de Europa y América con sus conciertos en directo, ha editado casi una veintena de discos y suele ser un invitado habitual en el programa Últimas preguntas de RTVE. Ha compartido escenario con artistas de máximo nivel como Bebe, Jorge Drexler, Revólver, El Canto del Loco, Manuel Carrasco, Pereza, La Cabra Mecánica, Pedro Guerra, Carlos Núñez, Víctor Manuel, Celtas Cortos, Ismael Serrano, Manolo Tena, Danza Invisible. Ha sido invitado internacional en los Xacobeos 93, 99 y 2004, dentro de la programación oficial y artista invitado internacional en los Encuentros Mundiales de la Juventud en Roma (2000), Toronto (2002) y Río de Janeiro (2013). La formación académica de Migueli es amplia y diversa al igual que sus intereses personales. Es licenciado en Filosofía y Letras, Máster en Counselling (asesor personal, mediador en problemas sociales, educador), y Máster en Musicoterapia.

Aunque ya no es joven (anda por los 57 años), mantiene un contagioso espíritu juvenil, quizá porque siempre se ha movido en las fronteras de la fe, cercano a las periferias de muchas personas marginadas, en contacto permanente con los jóvenes. Pertenece a ese grupo de creyentes artistas (como Brotes de Olivo,  Luis Alfredo, Salomé ArricibitaNico Montero, Luis GuitarraToño Casado, Rubén de Lis, Maite López y tantos otros) que continuamente están tendiendo puentes entre la fe y la cultura. Julio Cortázar decía que le gustaba mucho la metáfora del puente porque todo puente necesita siempre dos puntos de apoyo. Lo mismo sucede con quienes tienen el carisma de la mediación. Uno de los temas que ayer abordamos en nuestra larga conversación en la terraza de nuestra casa fue precisamente la necesidad de tender puentes de diálogo. Los dos percibíamos en España una incurable tendencia al frentismo que no lleva a ninguna parte. Siempre hay personas interesadas en amontonar agravios, reabrir heridas y poner piedras en el camino. Si algo pueden hacer los artistas cristianos a través de la música es precisamente contribuir a crear puntos de encuentro, a superar los enfrentamientos por elevación. Miguel tiene esta capacidad porque alimenta su fe y nunca ha perdido el enganche con la gente de los márgenes y las fronteras. Su condición laical le da una gran libertad para moverse en estos ambientes como pez en el agua.

Otro de los puntos que abordamos en nuestra conversación es la progresiva pérdida del sentido del humor. Cuando se extreman las posturas, todo puede ser siempre malinterpretado. Él me decía que debe tener mucho cuidado con lo que dice en los conciertos porque siempre hay personas que se sienten ofendidas: algunas mujeres (si consideran que su discurso es machista), algunos homosexuales (si les parece que algo suena a homofobia), gentes de derecha (porque algunas canciones suenan algo heterodoxas), gentes de izquierdas (porque no comulga con ruedas de molino), ricos arribistas (porque se sienten denunciados), ecologistas de salón… El dogma contemporáneo de lo “políticamente correcto” amenaza la libertad de todos y, en especial, la creatividad de los artistas. Da la impresión de que hay que pedir permiso o perdón para todo y por todo. Como es lógico, Migueli no quiere plegarse a esta neodictadura, por más que no renuncie a ser prudente y respetuoso. Ambos notábamos un retroceso con respecto al ambiente que se respiraba hace unos años. Antes de despedirnos, tras compartir la cena con la comunidad, Migueli me dedicó y regaló dos de sus discos: “Mucha agua y mucha sed” y “Un agujero con mil colores”. ¡Qué bueno que haya personas que sigan anunciando “buenas noticias” (es decir, evangelizando) en tiempos recios como los que estamos viviendo!



1 comentario:

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