Ayer publicó su
último vídeo musical el cantautor gallego Rubén de Lis, a quien me he
referido en varias ocasiones en este Rincón. No se entiende su música sin
conocer su fascinante trayectoria vital. La canción se titula “Aunque no pueda verte”. Podría ser el himno de quienes siguen creyendo en Dios y en Jesús sin percibir
con claridad sus huellas. La experiencia no es nueva. Nunca ha sido fácil creer,
ni siquiera en las primeras generaciones cristianas. El autor de la primera
carta de Pedro, escrita probablemente en el último tercio del siglo I, exhorta
así a los cristianos: “No lo habéis visto, y lo amáis; sin verlo, creéis en
él y os alegráis con gozo indecible y glorioso, pues vais a recibir, como
término de vuestra fe, la salvación personal” (1 Pe 1,8-9). En el evangelio
de Juan leemos: “A Dios nadie lo ha visto nunca” (Jn 1,18). Para la
mentalidad moderna, invisible es casi sinónimo de inexistente. Si no podemos “ver”
a Dios y ni siquiera al hombre Jesús, ¿sigue teniendo algún sentido creer en ellos? Rubén
de Lis es un cantautor de hoy. Él ha vivido en carne propia las pérdidas y búsquedas de la
gente de su generación. Como artista que es, no se dedica a escribir libros de teología,
sino canciones que en tres o cuatro minutos captan un sentimiento y lo hacen universal.
El sentimiento de “pérdida” y de “búsqueda” está ahí. Lo he visto en muchos jóvenes,
pero también en personas de mediana edad y en gente de mi generación.
Rubén sabe por
experiencia que a Jesús no lo vemos. O mejor, que no lo vemos como vemos otras
realidades de nuestro entorno, pero eso no significa que no percibamos de
ninguna manera su presencia. Para ello, no es preciso que suceda nada
espectacular. No es necesario romper la cotidianidad. El estribillo es muy
claro: “No necesito un milagro para creer que Tú estás aquí”. Esto lo
decimos, pero, en realidad, todos quisiéramos un milagro que disipara nuestras
dudas. Lo querían los contemporáneos de Jesús y lo seguimos queriendo nosotros.
De hecho, cuando se corre la voz de que ha sucedido algo extraordinario (una
curación inexplicable, una aparición mariana, etc.,), muchas personas, incluso no
creyentes, acuden para ver qué ha pasado. Pero si hay algo que hace maravillosa
la fe cristiana es precisamente la ausencia de “maravillosismo”. Es verdad que
Jesús realizó – y sigue realizando – algunos “signos” (eso es lo que significa
la palabra milagro) que nos hacen vislumbrar otra dimensión, pero el gran signo
consiste en una vida entregada hasta la muerte. En otras palabras, la prueba de
que Dios existe no es tanto que suceden cosas inexplicables por la ciencia,
sino que el amor se abre paso en una existencia plagada de males y
contradicciones. Si “Dios es amor” (1 Jn 4,8), cada experiencia genuina de amor
es como una claraboya que deja pasar la luz de su Misterio. Un pequeño rayo de
esa luz es suficiente para iluminar el camino que vamos recorriendo a tientas.
Por eso, aceptando las palabras de Rubén de Lis, podemos decir que “aunque
no pueda verte”, reconozco los destellos de tu luz, las huellas de tus
pisadas y las heridas de tus manos.
Un milagro espectacular no garantiza la fe. Si no somos capaces de creer confiando en la
palabra de Dios, nada podrá empujarnos a hacerlo. Jesús lo dijo con claridad en
la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro: “Si no escuchan a Moisés ni
a los profetas, aunque un muerto resucite, no le harán caso” (Lc 16,31).
Más de una vez he escuchado comentarios de este tipo: si la Iglesia fuera más
pobre, si las homilías fueran más cortas, si la liturgia incorporara símbolos
modernos, si se cambiara la moral sexual, si los curas pudieran casarse, si…,
entonces creería mucha más gente. No dudo de que hay muchos cambios que hacer
en la Iglesia, pero ningún cambio por sí mismo nos ahorra el salto de la fe, ni
garantiza una adhesión masiva a Jesús y al Evangelio. No es cuestión de “milagros”
o reformas estructurales, sino de fe y confianza. Jesús podría actualizar el
final de la parábola más o menos así: “Si no sois capaces de fiaros de mí y
de mi palabra, aunque cambiéis todo lo que os parece obsoleto, no acabaréis de
creer”. ¿Cómo podemos fiarnos de Jesús, a quien no vemos visiblemente, si
apenas nos fiamos de las personas a quienes consideramos amigas? Educados en un
escepticismo crónico, carecemos de suelo nutricio para que germine la semilla de
la fe. Aunque se presente la increencia como uno de los rasgos que caracteriza
a la cultura occidental contemporánea, creo que es solo una consecuencia de una
realidad más radical: la desconfianza. Hace décadas que los “maestros de la
sospecha” (Marx, Nietzsche, Freud y compañía) nos enseñaron a no fiarnos de nada ni de nadie. ¿Quién nos va a
enseñar ahora a confiar en los demás cuando el tiempo de pandemia nos ha vuelto
todavía más escépticos? ¿Dónde están los nuevos “maestros de la confianza”?
Bon dia Soy Joan cmf
ResponderEliminarDolors me pasó tu contacto, bien como no va estar bien si biene de tu experiencia.
Te invito a visitar la Web del Lledó de Valls allí verás tambien algunas cosas mias. un abrazo
Gracias, Joan. Lo haré esta misma tarde. Un abrazo para ti y toda la comunidad de Valls.
EliminarCon tres palabras (intuición, oportunidad y abandono) creo poder expresar mi experiencia de fe en este tiempo. Tres palabras con las que intento comunicar ese movimiento dinámico interior que llamo Fe.
ResponderEliminarLlamo “intuición” a esa especie de aparición, espontánea e inesperada, de una sensación interior de claridad o de luz tenue, que te llega a través de signos o acontecimientos cotidianos (casi nunca extraordinarios), y que como “si Dios me pidiera permiso”, deseara entrar en respetuosa comunión con mi búsqueda de sentido y dar un poco de agua a la sed insaciable que tengo de Encuentro con el Otro, con el Misterio, con mi Dios.
Luego, soy consciente de tener delante una “oportunidad”. Con la palabra “oportunidad” intento expresar el ámbito de libertad especial en el que me coloca la “intuición” para proponerme dar el paso y fiarme de “Ese” que viene a mí como luz a abonar sentido a mi camino de vida. Es aquí donde tengo la “oportunidad” de conceder “confianza” o no a Dios, de quien siento su deseo de entrar en comunión conmigo pidiéndome que le crea. Dios nunca se me impone ni me intimida. La libertad es el clima de mi relación con El. Se hace entender como el bien que yo estoy buscando. Y sobre todo, no se deja poseer ni atrapar. Porque así como llega como intuición de luz y amor, así mismo vuelve a desaparecer hasta una próxima ocasión. Esta intermitencia de sus “apariciones” solo desanima a los que desean poseerle de una vez, porque no quieren “sufrir” el trabajo de sus propias búsquedas.
Una historia personal así, hecha de “intuiciones” y “oportunidades”, termina dando lugar a la posibilidad de vivir el “abandono” como estado espiritual. El “abandono” es para mí como una decisión a vivir en “estado de obediencia”, o sea, a hacer del “cuidado de mi comunión con Dios” un estilo de vida. Y conforme pasan los años, y vamos madurando en la conciencia de esta experiencia dinámica de la Fe, también vamos haciendo del “abandono” la manera más auténtica de relación con el Dios del Amor.
Muchas gracias, Héctor, por compartir una experiencia tan íntima. Me parece que las tres categorías que has elegido (intuición, oportunidad y abandono) describen bien un itinerario de fe. Quizás la primera es la más sorprendente.
EliminarMuchas veces, la desconfianza hacia la otra persona tiene su origen en la falta de confianza en nosotros mismos.Cuando construimos la relación, si en ese proceso alimentamos la inseguridad, el miedo, las dudas… emociones como la ansiedad, la tristeza, la rabia o la culpa… debilitaremos la confianza.Cuanto más confió en mí, más me permito confiar en las demás personas.
ResponderEliminarDespués de leer y releer la entrada de hoy, Gonzalo quiero agradecerte la multitud de mensajes que nos aportas y que con ellos nos acercas al Señor.
ResponderEliminarHe intentado entresacar y resumir los que más me han llevado a reflexionar durante el día de hoy, me limito a anotarlos, sin comentarios, simplemente un “eco” de los que más me han interpelado.
Nunca ha sido fácil creer, ni siquiera en las primeras generaciones cristianas.
El sentimiento de “pérdida” y de “búsqueda” está ahí.
Rubén sabe por experiencia que a Jesús no lo vemos. O mejor, que no lo vemos como vemos otras realidades de nuestro entorno, pero eso no significa que no percibamos de ninguna manera su presencia.
Jesús realizó – y sigue realizando – algunos “signos” (eso es lo que significa la palabra milagro) que nos hacen vislumbrar otra dimensión, pero el gran signo consiste en una vida entregada hasta la muerte
… el amor se abre paso en una existencia plagada de males y contradicciones.
Si no somos capaces de creer confiando en la palabra de Dios, nada podrá empujarnos a hacerlo.
… carecemos de suelo nutricio para que germine la semilla de la fe
Somos luces en la sombra
ResponderEliminarY alumbramos en lo secreto.
Va siendo hora de hacer santa a la Comunidad donde todos juntos sueñen con ser UNO, nada más.
https://youtu.be/Bf6USQsnxic
Esta puede ser también esa comunidad necesaria que alumbra desde rincones retirados, pero cuyo efecto luminoso llega al resto.
Somos iglesia desapercibida que ha de generar una luz desde esta intimidad aquí generada, y que tanta luz y fruto puede aportar a este mundo pandémico y escéptico y desconfiado.
Muchas gracias a ti, Gonzalo y a todos los que habéis compartido desde vuestro recogimiento en el Rincón de Gundisalvus.
Buen Sábado!!!