Todos los días desde que empezó la pandemia nuestra comunidad se reúne ante Jesús Eucaristía para un tiempo de adoración antes de las vísperas. No recitamos oraciones ni
cantamos salmos. Permanecemos en silencio de principio a fin. Yo procuro
interrumpir lo que estoy haciendo y bajo corriendo a la capilla. Necesito ser fiel
a esta cita vespertina. Si no sonara un poco hiperbólico, diría que me lo pide
el cuerpo. O, por lo menos, el alma. Hay días en los que el tiempo se me pasa
volando. Otros me pierdo en mil pensamientos. Yo miro el pan eucarístico y me
dejo mirar. Es probable que si me vieran algunas personas pensarían que estoy
loco o que pierdo el tiempo miserablemente. ¿De qué sirve malgastar media hora si
parece que todo sigue igual o peor que hace unos meses? No lo sé, pero tampoco busco
respuestas. Hace mucho tiempo que las respuestas que me doy o que me dan me
suenan demasiado huecas. Simplemente me abandono a un amor que me sostiene. La presencia
eucarística de Jesús simboliza de manera visible ese amor. Pienso en las personas
que a esa misma hora acaban su jornada laboral y regresan a casa. Pienso en las
víctimas de esta pandemia interminable. Pienso en tantos cuidadores exhaustos y en los que han perdido el trabajo. Ni
siquiera pido por ellos o doy gracias. Solo pienso, evoco, recuerdo. Creo que
no hay oración más “pasiva” que la adoración eucarística.
Si no
fuera por esta media hora diaria, me parece que hace tiempo que me hubiera desajustado por dentro. La avalancha
de malas noticias es tan grande que no hay ser humano que pueda resistirla incólume.
Es verdad que uno puede taparse los ojos y los oídos, pero este ejercicio de
autoprotección dura poco. Por otra parte, mi formación misionera me impide
hacer oídos sordos a lo que pasa. Al contrario, creo que en estos meses he
agudizado mi sensibilidad hacia el sufrimiento de las personas. A veces me
siento tan impotente que no sé cómo responder. Por eso, coloco toda mi ansiedad
a los pies de Jesús. No le digo lo que tiene que hacer, ni siquiera lo que me gustaría
que hiciera. Me limito a dejarme tocar por personas y situaciones. Ya sé que a
todas ha llegado él antes que yo, pero necesito hacer este ejercicio cotidiano
para no volverme insensible. Cuando acaba la media hora, siempre me siento más
sereno sin haberlo buscado. Se cumplen al pie de la letra las palabras de Jesús:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. No
conviene retorcerlas mucho. La cercanía a Jesús es siempre fuente de
alivio, por más que la vida siga siendo un combate. En ningún momento él nos ha
prometido librarnos de los problemas, pero sí de la angustia y la
desesperación.
No sé cómo decirles
a algunos de mis amigos, enfangados en mil situaciones difíciles, que procuren
encontrar cada día un tiempo de silencio y adoración. Ya sé que en algunos
casos es poco menos que imposible, pero en la mayoría se puede lograr con un
mínimo esfuerzo. Basta entrar en una iglesia, buscar un lugar recogido,
arrodillarse un rato ante el sagrario, respirar hondo, hacer un profundo acto
de fe y confianza y dejarse llevar. Nada más. Si a veces salen algunas palabras
del corazón, bienvenidas sean. Si no, es suficiente con acompasar los latidos
de nuestro corazón con los del corazón de Jesús. Se produce entonces un
misterioso trasvase. Nosotros le pasamos nuestros problemas e inquietudes y él
nos regala su paz y amor. A la chita callando, nuestra taquicardia física y espiritual
se atempera. Cuando pasan los días, seguimos siendo los mismos, pero empezamos
a ver las cosas de otra manera. Para empezar, no sentimos ya la necesidad de
tener todo bajo control, de encontrar una respuesta urgente para cada pregunta.
Nos dejamos llevar por el flujo de la vida, que es como decir que nos ponemos
en las manos de Dios. Dejar que Dios sea Dios es el acto más divino que un ser
humano puede hacer. Pero ¡cómo cuesta cuando uno está acostumbrado a llevar las
riendas de su vida y aspira a llevar las del mundo!
Muchas gracias Gonzalo, por todas las "pistas" que has ido insinuando que pueden ayudar a ir "dejando de remar".
ResponderEliminarHay un pensamiento que, a lo largo del día me ha ido resonando: "Simplemente me abandono a un amor que me sostiene"