El gentilicio de Vinuesa no es -como uno pudiera imaginar- “vinuesano” ni tampoco “vinuesino” o “vinuesense”.
Es “visontino”, término que procede de Visontium, nombre del asentamiento celtíbero y luego romano
situado junto a la calzada que unía Numancia con Uxama. Con esta explicación pretendo aclarar el significado del adjetivo que figura en el título de
hoy. Ahora tengo que explicar el nombre de Gran Vía. Lo primero que uno puede pensar es que
se trata de la calle principal del pueblo o, por lo menos, de la más concurrida, pero en Vinuesa no hay ninguna calle que lleve este nombre, ni oficial ni popularmente.
Lo he escogido yo para denominar con una pizca de humor y exageración el camino forestal que recorre el valle del río
Revinuesa, un camino que se interna por bosques de pinos, deja a un lado el Museo
del Bosque, la aldea de Quintanarejo y serpea hasta la Laguna Negra de
Urbión. Durante estos días, este camino, usado normalmente por ganaderos y gentes del
monte, se ha llenado de paseantes autóctonos y foráneos. A ciertas horas de la mañana es tal el tráfico
humano de subida y bajada que casi parece la Gran Vía de Madrid o de una gran
ciudad. Hay lugareños que prefieren denominarlo “la ruta del colesterol”. Entre
estos, dominan las personas de la tercera edad. Pero hay también muchos
veraneantes que deciden comenzar la jornada haciéndose unos cuantos kilómetros
a pie. Algunos viven en sus autocaravanas, que, por cierto, este año, debido a las restricciones impuestas por la pandemia, han
aumentado en número.
El paisaje humano
de esta Gran Vía pinariega es variopinto, pero, como he dicho antes, domina la gente
mayor. A los jóvenes no les gusta mucho caminar, y menos a horas tempranas. Se
mueven de un lado a otro en sus coches o en bicicleta. Son pocos los que
caminan. Puede parecer paradójico, pero es la realidad. ¿Por qué los mayores
tienen esta pasión andariega? A menudo, por prescripción facultativa. El médico
les ha aconsejado caminar para reducir el sobrepeso, combatir el colesterol o tonificar
la masa muscular. Caminar puede ayudar también a prevenir la osteoporosis, el
riesgo de parada cardíaca y determinados cánceres. Comporta otras muchas ventajas:
mejora la capacidad de concentración, disminuye los efectos del estrés, ayuda a
dormir mejor y hasta nos permite colaborar con el medio ambiente. Este último
punto requiere una aclaración. Creo que los caminantes suelen ser más
respetuosos con el entorno que los automovilistas y algunos turistas irresponsables. Durante estos días no he
visto ni a un solo caminante que arroje basura en el pinar. Sí he visto, en cambio, automovilistas y ciclistas que tiran latas de cerveza y refrescos, botellas de
plástico, cajetillas de tabaco, mascarillas, cajitas de cartón, envoltorios plásticos,
etc. De hecho, las cunetas almacenan estos desechos hasta que los retiran los
encargados del mantenimiento vial. Confieso que estas prácticas me indignan. Creía que estaban ya superadas -porque es verdad que ha crecido mucho
la conciencia medioambiental en los últimos años- pero por desgracia siguen
vigentes. Ni siquiera la pandemia nos ha ayudado a ser más respetuosos con la naturaleza.
Para mí, caminar,
además de las ventajas fisiológicas reportadas antes, es un ejercicio
espiritual. Suelo salir de casa entre las 7,30 y las 8 de la mañana, cuando todavía
el sol no ha terminado de superar las cumbres de Camporredondo. La temperatura
oscila entre los 12 y los 16 grados. A esa hora hay pocos que se echan al
camino. Recorro unos diez kilómetros diarios, aunque en alguna ocasión subo a
doce o quince, dependiendo del programa del día. Me dejo acariciar por el
frescor matutino. Saludo al sol y respiro hondo. Cuando me alejo del casco
urbano, suelo quitarme la mascarilla protectora para respirar mejor. Camino
deprisa. Saludo a todos los que encuentro, conocidos o desconocidos. Con
algunos -sobre todo los primeros días- me paro a conversar un rato. Llegado a
un lugar un poco apartado, me siento en una roca, saco mi teléfono móvil y me
pongo a rezar la oración de laudes. Disfruto mucho haciéndolo con mi comunidad romana
en nuestra hermosa capilla, pero hacerlo en medio del bosque tiene un encanto
especial. Cuando termino, emprendo el camino de regreso. Aprovecho para recitar
el rosario. Acompasar las avemarías con mis pasos rápidos es también una
experiencia regeneradora. ¡Cómo no evocar que el pueblo de Dios se ha hecho y se sigue haciendo caminando! Regreso a casa con una mejor disposición para afrontar la jornada. ¡Ojalá pudiera hacer lo mismo todos los días del año, pero, por desgracia, no es fácil! Por eso, aprovecho al máximo las posibilidades de estos días de verano.
Muy bonito Gonzalo. Ya sabemos lo que nos manda el médico, a saber: no fumar, beber agua en cantidad y caminar������
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