Si san Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos hoy, nos recomienda no hacer mudanza en tiempos de desolación (aunque no es seguro que la frase sea suya), entonces es bueno que no tomemos decisiones drásticas y precipitadas en estos tiempos que corren. Hoy se alaba a la persona que siempre sabe lo que tiene que
hacer, decide con rapidez y arriesga en sus opciones. Nada más contrario al
ritmo que nos proponen los maestros espirituales. Las decisiones tienen que
madurar dentro. Necesitan tiempo. Las personas hiperactivas suelen decir que,
si esperamos, corremos el riesgo de perder oportunidades. Un antiguo compañero
mío solía repetir a menudo que la vida está hecha… para perder oportunidades.
Lo que hoy nos parece deslumbrante, mañana puede revelarse oscuro. Solo el
tiempo pone a prueba la verdad de las personas y situaciones. Los meses de la
pandemia están produciendo un exceso de desolación. No es, pues, el tiempo más
propicio para tomar decisiones que impliquen cambios significativos en nuestras
vidas. En momentos de crisis, la paciencia es la virtud de los fuertes.
Dentro de unas
horas tengo cita en las oficinas de la policía para renovar mi carné de
identidad. ¿Quién soy yo para las autoridades de mi país? Lo que les interesa
es mi nombre y apellidos, mi sexo, mi nacionalidad, la fecha y el lugar de
nacimiento, el nombre de mis padres, mi domicilio, mi foto y mi firma. Estos
son los ocho datos esenciales de mi identidad administrativa. Todos tienen su
importancia. En Italia, donde resido, les llama la atención que los españoles,
portugueses y los ciudadanos de la mayoría de los países de Latinoamérica
tengamos dos apellidos, el paterno y el materno, aunque no necesariamente por
este orden. A mí me parece un gran acierto porque, además de facilitar la identificación
de las personas, testimonia nuestro verdadero origen. Tanto nuestro padre como
nuestra madre (cuyos nombres se incluyen también en el carné) son cauces
necesarios de nuestra identidad. La cuestión del sexo empieza a ser polémica.
Hay países que han suprimido este dato para evitar que las personas tengan que
decidirse por el sexo masculino o femenino dado que hoy se está abriendo paso
la famosa perspectiva (que yo suelo tildar de ideología) de género. El asunto
de la nacionalidad no tiene demasiada importancia para mí. Valoro el hecho de
haber nacido en España, pero, como misionero, me siento desde hace tiempo
ciudadano del mundo. Más importancia tienen la fecha y el lugar de nacimiento.
Estas dos coordenadas espaciotemporales explican bastantes cosas de mí. Haber
nacido a finales de la década de los 50 del siglo pasado significa que
pertenezco a la generación los “baby boomers” y que comparto muchos rasgos con
mis coetáneos. Haber nacido en un pueblo de montaña, en el corazón del
invierno, explica todavía más cosas, pero no es cuestión ahora de revelar
intimidades.
Lo que más me
llama la atención es el asunto de la foto. No conozco ningún país que permita
poner en el documento de identidad la foto del pie izquierdo o del codo
derecho. La foto debe ser del rostro y, además, reciente. No se puede poner una
foto de hace veinte años. Es obvio que el rostro (y, dentro de él, los ojos) es
la parte de nuestro cuerpo que mejor revela nuestra identidad personal. Lo
paradójico es que nos moriremos sin haber visto nunca nuestro propio rostro,
que es como afirmar que nunca acabamos de conocer nuestra identidad. Solo vemos su
reflejo en los espejos o su reproducción fotográfica. Eso significa que nuestro
rostro es como nuestra tarjeta de presentación para los demás. Nuestra
identidad consiste esencialmente en nuestra apertura a los otros. Somos para
los demás. Mas aún, Levinas afirmaba que en el rostro humano se refleja la
divinidad. No creo que todas estas cosas me vengan a la mente cuando esté con
el policía de turno haciendo los trámites de la renovación. Por eso, las
escribo ahora a modo de preparación. En cualquier caso, aunque yo he cambiado
bastante desde que hice mi anterior renovación en 2010, sigo siendo el mismo.
Todos mis datos se mantienen firmes. Está claro que en tiempos de desolación no
conviene hacer mudanza.
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